La sombra se expande II

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Por la noche siguieron embarcando a las tropas ordenadamente, intentando parecer que la situación estaba controlada. Al amparo de la oscuridad, los barcos empezaron a zarpar en silencio y con las luces apagadas para no ser descubiertos, aprovechando la leve brisa marina que golpeaba débilmente las velas, haciendo que los barcos se movieran lentamente en las tranquilas aguas. Una hora antes de la llegada de las primeras luces del alba, los barcos dejaron de zarpar. Tenían que esperar a que volviera a oscurecer para continuar zarpando. El grueso de las tropas estaba ya en mar abierto, de camino a Vanion, pero aún quedaban unos pocos cientos en la ciudad. No llegaban a los dos millares. Nairmar sabía que los sharpatianos les podían observar desde alguno de los cerros colindantes y ver que había muchos menos barcos que en el día anterior, por eso transmitió a todos sus hombres la orden de dirigirse al puerto a la menor señal de producirse un ataque enemigo. Tendrían que hacerlo muy deprisa o les atraparían.

Al principio, Nairmar pudo mantener el orden público, pero, según iban embarcando las tropas, cada vez había menos soldados de Vanion en la ciudad, haciéndose más difícil el control de la urbe. Los ciudadanos, viendo la nueva situación en la que se encontraban, empezaron a mostrarse más hostiles. Salían en bandadas numerosas gritando que los soldados se fueran de la ciudad y, en muchos casos, llamando a la rebelión armada. Muchos de ellos llevaban porras, hachas, cuchillos y todo tipo de armas arrojadizas; era un armamento pobre para enfrentarse a los bien armados soldados de Vanion, pero cada vez eran más los ciudadanos enfurecidos. Durante el día se produjeron algunos altercados entre grupos de alborotadores mal armados y soldados, con el resultado de tres hombres de Vanion muertos y el doble de heridos, aunque los ciudadanos de Rwadon sufrieron tres veces ese número de bajas, además de numerosos detenidos a los que Nairmar ordenó que ejecutaran al día siguiente. Los pregoneros fueron transmitiendo las condenas de muerte por toda la ciudad, para, de este modo, intentar ahuyentar a las masas exaltadas y para no hacer saber sus verdaderas intenciones. No obstante, las ejecuciones no se llevarían a cabo puesto que pensaba haber abandonado la ciudad esa misma noche.

A pesar de las medidas que tomó, éstas no surtieron el efecto esperado. Cada vez había más ciudadanos furiosos gritando y llamando a la rebelión. De momento solo eran grupos minoritarios de alborotadores y aún no se podía decir que se hubiera levantado la ciudad en armas contra ellos, pero Nairmar no se fiaba; la mecha podía arder en cualquier momento y estallar el levantamiento, por eso mandó a algunos de sus mejores hombres, entre ellos a Hernim y a Dulbog, a que mantuvieran el control de las zonas estratégicas de la ciudad: el barrio sur, que era vital para acceder al puerto, y el camino que llevaba desde la puerta este hasta la fortaleza donde Nairmar tenía su cuartel general, una zona vital para que los hombres que defendían esa zona de la muralla pudieran retirarse hasta la fortaleza y luego al puerto sin demasiados contratiempos.

Por la tarde varias patrullas fueron atacadas con piedras y cuatro soldados aparecieron muertos en pequeñas callejuelas. Se vivía un caos total. No podían seguir allí mucho más. Dulbog regresó de su patrulla para informar. No tenía buen aspecto; tenía el pelo enmarañado y la barba alborotada, sudaba y tenía una pequeña brecha en la frente.

—Debemos irnos ya —le dijo Dulbog a Nairmar—. Nos han apedreado en la calle. De no llevar escudos hubiéramos tenido bajas. Hernim ha tenido más problemas en torno a la puerta este: una pequeña disputa con los vigías de la puerta casi termina en linchamiento. Si yo no hubiera llegado a tiempo con refuerzos hubiéramos perdido ese sector. Tuvimos que emplearnos a fondo para que se fueran. Y como ya sabes, en lo que llevamos de día ha habido algunos encontronazos de nuestras patrullas con grupos numerosos de alborotadores, y varios de los nuestros han aparecido muertos por toda la ciudad. Si esperamos a la noche podemos tener un levantamiento general.

—Tendré en cuenta lo que me has contado —le dijo Nairmar—. Eso es todo. Vuelve a tu puesto y mantén el orden en el barrio sur.

Dulbog se fue sin rechistar a cumplir la orden.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora