Sangre en la nieve V

4.8K 206 11
                                    

Darwast acudió a la reunión en la tienda de Mulkrod cuando todavía era de noche, puesto que habían planificado el ataque para antes del amanecer. Tenían la intención de no dar tiempo al enemigo ni a desayunar. Ese día había ordenado a su escudero que le levantara un poco antes de la hora prevista para hablar con Mulkrod a solas, por lo que desayunó poco y se vistió rápido para no perder tiempo. Se encontró con que Mulkrod no estaba solo en la tienda. Estaba sentado en un pequeño trono con la única compañía de la gigantesca sombra que le acompañaba a todas partes: la de su guardaespaldas, Reivaj. El Emperador comprendió enseguida que Darwast quería hablar con él a solas.

—Déjanos, Reivaj —le ordenó Mulkrod al gigante de Ibahim.

El guardaespaldas, obediente, sin siquiera pestañear, salió de la tienda.

El Emperador, con su armadura negra y dorada ya puesta, degustaba un poco de vino, al tiempo que observaba unos planos de la ciudad a la luz de las velas. La tienda estaba bien iluminada con velas y lámparas de aceite.

—Llegas pronto, amigo mío —dijo Mulkrod—. Toma un poco de vino.

Darwast agradeció la amabilidad del Emperador con una leve inclinación y se adentró en la gigantesca tienda. Un sirviente le ofreció una silla para que se sentara al lado de Mulkrod, le sirvió el vino y luego se marchó.

—Nunca es mal momento para tomar un buen vaso de vino de nuestra tierra —dijo Darwast, probándolo.

—No es de la nuestra —dijo Mulkrod, divertido—. Pertenecía a las bodegas de Beglist, las que tú mismo conquistaste.

—No sabía que ahora probaras los vinos de otras tierras.

—Pronto serán también vinos de mis tierras, así que, ¿por qué no tomarlo?

Mulkrod bebió un generoso trago y se levantó del trono. Darwast también se levantó. No podía ser que el Emperador estuviera de pie y él sentado.

—Mira esto —dijo Mulkrod, enseñándole el plano de la ciudad—. Lo ha dibujado Werd. —Refiriéndose al jefe de ingenieros—. Lleva una semana observando la ciudad desde todos los ángulos para hacerlo perfecto.

Darwast observó el plano. No le faltaba lujo de detalles. Estaban dibujadas las murallas, el puerto, todas las torres, los fosos y las puertas. Todo perfectamente delimitado. Solo faltaba lo que había al otro lado, pero eso era lo que menos les importaba.

—Un buen trabajo —tuvo que admitir Darwast—. Será bueno para organizar el ataque.

—Es perfecto —dijo Mulkrod, ilusionado—. Werd es un genio. Pronto pulverizará las murallas de Vendram con nuestras máquinas de asedio y entraremos en la ciudad.

—¿Crees que bastarán para derribar sus murallas? Puede que sean viejas, pero todavía parecen resistentes.

—Bastarán, nuestro equipo de asedio es inmejorable.

—Espero que así sea; de todas formas tomar esta ciudad no será tan sencillo como lo fue con Beglist, ni tan rápido.

—Yo no estuve allí como para saber la rapidez y sencillez en la que mi hermano y tú la tomasteis.

‹‹Realmente todo el mérito es mío, pero lo dejaré pasar —pensó Darwast—. No vale la pena apuntillar el desliz, y menos a Mulkrod.››

—Pero sin duda fue brillante —prosiguió Mulkrod—. Sí, así fue. Una acción digna de ser recordada. Una ciudad casi inexpugnable tomada en tres días, y sin sufrir grandes pérdidas. Fue un gran logro.

—Tuvimos suerte; de no ser por la traición interna ahora mismo yo seguiría asediando Beglist y no podríamos concentrar todos nuestros esfuerzos en Vendram.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora