El camino a la guerra II

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Salieron del jardín y subieron las escaleras que daban a la gran puerta de entrada del edificio palacial; la cruzaron y entraron en la sala del trono, que estaba muy cerca de la sala de ceremonias donde semanas atrás se había celebrado la reunión entre los líderes de los reinos de Lindium. El salón estaba muy iluminado gracias a los grandes ventanales en la parte más alta de la pared. En medio había una gran mesa que iba de un lado a otro de la sala, aunque solo estaban ocupadas unas pocas sillas. Presidiendo la mesa esperaba Mendor, el rey de Hanrod.

—Sed bienvenidos una vez más a mi hogar —dijo Mendor al verlos. Parecía contento—. Poneos cómodos; estáis en vuestra casa. Iba a desayunar, podéis acompañarme y tomar cuanto os plazca, si lo deseáis.

—Ya habrá tiempo de eso, rey Mendor —dijo Arnust, adelantándose—. Estamos aquí porque hemos cumplido la misión que se nos encomendó en este mismo lugar.

—No te andas con preámbulos —dijo Mendor, un poco molesto—. ¿Acaso habéis encontrado la espada que debíais hallar?

—Así es, la encontramos tras superar innumerables peligros —dijo Arnust—. Maorn, enséñale la espada al rey.

Maorn se acercó y desenvainó la espada. Mendor la miró con interés, pero no quiso acercarse mucho. Se quedó dubitativo; aquella arma podía no ser auténtica.

—Neilholm ¿crees que es auténtica? —le preguntó Mendor a su capitán de la guardia.

—Sí, mi rey —le contestó Neilholm—, así lo creo. Sin duda es una de las Cinco Espadas.

—Ya veo —dijo Mendor, asimilando lo que aquello suponía.

Maorn volvió a envainar la espada.

—Espero que cumpláis vuestra palabra —dijo Arnust.

—Un rey siempre cumple su palabra —dijo Mendor.

—¿Entonces luchareis?

—Desde hoy Hanrod iniciará los preparativos para la guerra y, con la ayuda de la espada, conseguiremos la victoria. ¿Estás satisfecho? —preguntó Mendor a Arnust, pero sin esperar respuesta se dirigió de nuevo hacia Neilholm—. Ahora que has vuelto, Neilholm, te devuelvo el mando de mi guardia personal. Me has servido bien. Serás recompensado por esto.

—Gracias, mi rey —dijo Neilholm, inclinando la cabeza.

Mendor dirigió su atención a los prisioneros que habían traído consigo.

—¿Quiénes son esos que están encadenados y amordazados? —preguntó el rey de Hanrod señalando a los prisioneros.

—Éste es Mencror —dijo Arnust, refiriéndose al prisionero que estaba más adelantado—, uno de los hermanos del Emperador. Le cogimos prisionero en la isla. Al parecer buscaba lo mismo que nosotros. Los otros son solo son unos marineros y el capitán de la nave que apresamos.

—Entiendo —dijo Mendor, preocupado—. ¿Mencror, eh...? Bien. Quitadle las ataduras. ¡Liberadle!

—¡Majestad! —dijo Arnust, sin comprender—. Se trata de un prisionero de la Orden de Oncrust, no deberíais...

—¡Silencio! —ordenó Mendor—. ¡Este hombre es miembro de la familia imperial! ¡Es indigno tratar así a alguien de su categoría!

—Disculpadme que insista, majestad, pero el prisionero está bajo mi custodia. No podéis interferir en los asuntos de la Orden de esta forma.

—Sí que puedo y así lo hago —dijo Mendor con autoridad—. Mientras vuestra orden tenga su residencia en mi reino las condiciones las pongo yo. Este hombre es ahora un invitado en mi casa.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora