La sombra se expande III

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La represión en Rwadon fue escasa. Mulkrod, en una muestra de su generosidad y compasión, decidió perdonar a todos los habitantes de la ciudad, los cuales habían sido forzados a albergar a unas fuerzas extranjeras, cooperando con ellos solo bajo coacción. El Emperador consideró que los habitantes de Rwadon, a pesar de haber colaborado con el enemigo, en el fondo se habían mantenido leales; y una buena forma de demostrarlo era rebelarse ante las tropas de Vanion, aunque no hubieran impedido que escaparan. No obstante, era necesario castigar a los que habían promovido la insurrección contra su persona y a los que habían ayudado fervientemente al enemigo durante el tiempo que Rwadon estuvo en manos de los ejércitos de Lindium.

Solo fueron ejecutados algunos de los líderes de la milicia y varios cabecillas de los gremios que habían colaborado con el enemigo y se habían beneficiado de ello. Mulkrod no podía permitir que los que lo traicionaban salieran impunes. Tenía que hacerse respetar. Al día siguiente de tomar Rwadon se ejecutaron a veinte hombres en un patíbulo improvisado del patio de la fortaleza. Sus cuerpos inertes se exhibieron desde las torres del castillo, a la vista de todos, para así hacer ver qué era lo que les esperaba a aquellos que traicionaban al Emperador.

Mulkrod había conseguido expulsar al enemigo y recuperar sus tierras, pero no estaba satisfecho; hacía varios días que había recibido las noticias del inicio de una rebelión en el norte de Tancor que estaba teniendo un aparente éxito en gran parte de la región. Aquéllas eran unas noticias que podían poner en peligro sus planes para invadir Lindium. También supo que Elmisai Atram era el que había iniciado la revuelta, el mismo hombre que, hasta hacía pocos meses, era su prisionero y que, sin embargo, se las había ingeniado para escapar. Ya conocía los sucesos del motín carcelario de Zigrug desde que recibiera una carta escrita por Niemrac informándole de lo ocurrido. Cuando la leyó no le dio importancia, pero ahora los nuevos acontecimientos le irritaban enormemente. La rebelión trastocaba sus planes en gran medida. Tenía dos alternativas: podía aplazar la invasión de Lindium para la próxima primavera y enviar a todo su ejército al norte para aniquilar a los rebeldes con rapidez, terminando con la insurrección en pocos meses, o seguir con sus planes de invasión y enviar a un ejército de menor tamaño al norte para evitar que la rebelión se extendiera e ir tomando todas las ciudades que se habían sublevado. La rebelión podría durar algunos meses más, pero acabaría siendo aplastada; un puñado de rebeldes no podría hacer gran cosa contra su disciplinado ejército. Además, aplazar la invasión significaba que tendría que sufragar unos costes elevadísimos para el mantenimiento de sus huestes mientras pasaba el invierno.

‹‹No puedo esperar tanto —se dijo Mulkrod a sí mismo—, aún hace buen tiempo. Seguiremos con el plan de invasión.››

Su flota atravesaría el mar y desembarcaría en Lindium como tenía previsto. Enviaría al norte una pequeña fuerza lo suficientemente poderosa como para aplastar la rebelión. Con diez mil hombres bastaría y, en caso de necesidad, siempre se podría reclutar a más soldados.

‹‹¿A quién le doy el mando de esa fuerza? Mis hermanos están lejos y no pueden ayudarme de momento; Darwast está con la flota a pocos días de distancia y le necesitaré durante la invasión. ¿A quién envío entonces?››

Pensó en el resto de sus oficiales; muchos eran gente nueva que habían llegado a los cargos más altos del ejército recientemente, y no confiaba plenamente en ellos como para dejarlos al mando de algo tan serio como una rebelión. Entonces Mulkrod pensó en Niemrac, que había llegado hacía varias semanas para contarle con más detalle todo lo acontecido en el motín carcelario de Zigrug, incluida la huída de la mayor parte de los prisioneros de la torre y del último rey de Tancor, Elmisai Atram, el mismo hombre que había iniciado el levantamiento en el norte.

‹‹La Gran Rebelión acabó hace diez años. Creía que mi padre erradicó el espíritu de lucha en sus corazones, pero no lo logró del todo. Una vez más, Tancor se alza en armas contra el Imperio, aunque esta vez solo se trata de un pequeño levantamiento que terminará tan rápido como empezó, y su antiguo rey pagará las consecuencias. Ya lo creo que lo hará. Esta vez no seremos tan clementes.››

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora