Rebelión y espadas XVII

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Maorn pasó el rato paseando por el lugar, aburrido, mirando con poco interés todo lo que le rodeaba. Para él, Halon estaba perdiendo el tiempo mirando los relieves. Subió las escaleras laterales y llegó a los pisos superiores, donde encontró una serie de salas que podían ser la antigua residencia de los sacerdotes, una escuela, un taller y un almacén. Nada interesante. Bajó de nuevo y se encontró con que Halon todavía estaba demasiado ocupado con lo suyo. Entonces vio una puerta al otro lado del templo.

‹‹No pierdo nada si me acerco y echo un vistazo —pensó Maorn.››

Cuando estuvo cerca vislumbró un símbolo que le era conocido: cinco espadas que formaban un pentágono.

‹‹Es el símbolo de las Espadas. El mismo que vi en las Islas Solitarias antes de conseguir la primera de ellas. Puedo haber encontrado el camino. Tiene que serlo.››

—¡Halon, Halon...! ¡Ven... corre! —gritó Maorn, sin terminar de creerse su descubrimiento—. ¡He encontrado algo!

Halon, esperanzado, fue corriendo hacia él, viendo también el símbolo del pentágono con las espadas en cada punta. Ambos se miraron sabiendo que podían estar muy cerca de su objetivo. Sin dudarlo cruzaron la puerta que les condujo a las afueras del templo. Estaban otra vez al aire libre, justo en el centro de un patio porticado. La estructura se había venido abajo con el paso del tiempo y solo quedaban las columnas, varias rocas que formaban las paredes y un altar de piedra con una larga escalinata. No había techo, éste se había derrumbado por completo, y el suelo solo era un montón de arena con rocas y los restos del antiguo techo.

—¡La espada tiene que estar ahí arriba! —dijo Halon, excitado.

—Voy por ella —dijo Maorn con una mezcla de miedo e impaciencia.

Maorn subió muy despacio las escaleras que le llevaban al altar. Ya desde abajo pudo ver una espada introducida horizontalmente en una especie de sello de piedra, pero solo se veía la empuñadura. Temiendo que hubiera algún tipo de obstáculo o trampa, se acercó muy lentamente. Recordó lo difícil que había sido llegar a la primera espada en las Islas Solitarias.

‹‹El dragón, el laberinto...››

Ahora que tenía delante la segunda espada, presentía que algo no iba bien; había algo que faltaba. No se habían topado con nada que protegiera la espada, ningún guardián, ninguna criatura, ningún hechizo. Nada. Le parecía demasiado sencillo. Algo raro estaba pasando, pero nada sucedía.

‹‹Quizás el hecho de haber sido ocultada en unas ruinas en medio del desierto bastaba para protegerla. ¡Cógela sin más! ¡Vamos! No va a pasar nada.››

Acercó su mano temblorosa hacia el arma y rozó con sus dedos la empuñadura. Tampoco sucedió nada. Con decisión la agarró con sus dos manos y la extrajo del sello. La espada no ofreció resistencia y se liberó fácilmente. Maorn tenía el arma en su poder.

‹‹Ya está. Tengo dos de las Cinco Espadas. Hace por lo menos quinientos años que nadie empuña varias al mismo tiempo.››

Bajó las escaleras aliviado mientras miraba detenidamente la nueva espada. No era tan bonita como la que ya tenía, pero parecía más grande y algo más pesada; la acanaladura era más ancha y el pomo más grueso, aun así podía levantarla con firmeza con una sola mano.

‹‹No es tan ligera, pero no pesa mucho más. Su doble filo es igual de cortante, aunque es un poco más gruesa. Un arma formidable. Me gusta.››

Se puso al lado de Halon y le enseñó la nueva espada sin que llegara a tocarla.

—¡Lo hemos conseguido! —dijo Halon, sin creérselo—. ¡La hemos encontrado!

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora