Estalla la tormenta III

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En el patio, Hernim reagrupó a todos los hombres que se encontraban cerca de la puerta para defenderla y evitar que los sharpatianos la retomaran, pues éstos ya avanzaban hacia ellos como una mole con la intención de cerrar de nuevo las puertas, lo que con toda seguridad supondría la muerte de todos ellos. Heglan y Dulbog bajaron de la muralla junto con el resto de los hombres que quedaban en pie, uniéndose a los defensores de la puerta.

—¿Sigues vivo? —le preguntó Dulbog a Hernim nada más verle.

—Sí, pero no por mucho tiempo —dijo Hernim, señalando a la masa de enemigos que tenían en frente.

—Bueno, hoy es un buen día para morir.

—Una moneda de oro a que me llevo a la tumba el doble que tú.

—Hecho, pero me tendrás que pagar en el infierno.

Los sharpatianos, tras acabar con la mayoría de los enemigos que luchaban en el patio, se habían reagrupado y atacaban en masa en dirección a la puerta. Avanzaron corriendo, apuntando con sus lanzas hacia los defensores con la intención de ensartarlos en el primer envite. La carga fue brutal. Media docena de defensores acabaron atravesados en las lanzas imperiales, y los que no, tuvieron que retroceder esquivando y desviando las lanzas con sus escudos y espadas. Les estaban empujando hacia la puerta con intención de echarlos o matarlos. Si retrocedían perderían la puerta y si se quedaban morirían ensartados. Todos mantenían sus posiciones tratando de esquivar las lanzas y de penetrar por los pequeños huecos para luchar cuerpo a cuerpo. Los sharpatianos eran conscientes de que debían cerrar la puerta cuanto antes o los refuerzos enemigos les aplastarían. Debían darse prisa. Dulbog y Hernim difícilmente mantenían sus posiciones; las lanzas les intentaban alcanzar, pero ellos las esquivaban con sus espadas o retrocedían unos pocos pasos para no ser atravesados por las mortíferas puntas metálicas. Estaban ya junto al nivel de la puerta, a punto de ser expulsados al otro lado.

‹‹Si logran cerrar las puertas perderemos el castillo —pensó Hernim mientras retrocedía—. Debemos resistir.››

—¡Aguantad! ¡Aguantad! —gritaba.

—¡Que no pasen! —decía Dulbog—. ¡Resistid!

Partieron algunas lanzas en su esfuerzo por evitar que les alcanzaran.

Ya solo quedaban unos pocos defendiendo la puerta cuando, inesperadamente, una veintena de enemigos tiraron sus lanzas, desenvainaron sus espadas y se abalanzaron sobre ellos para cerrar la puerta. La carga fue violenta, pero al fin podían luchar hombre a hombre; de esa forma se sentían más cómodos. Hernim rajó a uno que pasó por su lado con la intención de llegar a la puerta para cerrarla, Dulbog esquivó a otro que se le abalanzó y le pinchó en el abdomen con una daga. Hicieron cuanto pudieron para pararlos, abatiendo a muchos, pero se veían superados. Hernim ensartó a uno mientras le empujaba para intentar acceder a la puerta, sacó la espada de sus tripas, desparramándolas por el suelo y cortó las piernas de otro que intentaba matarle, sin embargo, venían más y más. El cerco se había estrechado.

Heglan mantenía desesperadamente la posición, al igual que todos los que permanecían de pie, sin ceder un solo palmo. Había matado a dos enemigos que intentaron abrirse camino hacia la puerta y había herido a otro, pero no pudo evitar que una lanza le hiriera en el costado; por suerte, su cota de malla desvió casi toda la fuerza del impacto, por lo que solo le rasgó la carne. Otro intentó herirle, pero Dulbog detuvo el golpe con su espada, salvándole la vida, al tiempo que apartaba de un empujón a su agresor.

—Gracias —le dijo Heglan mientras volvía al combate—. Ha faltado poco.

—¡Todavía no ha acabado! —dijo Dulbog mientras seguía la lucha con el agresor de Heglan.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora