La Torre de Zigrug I

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El campamento estaba otra vez en movimiento. Los hombres ultimaban los preparativos para partir, pero en vez de avanzar al este como habían hecho hasta ahora, regresarían al oeste. Después de tan largo y agotador viaje, y de su extraña victoria, tenían que huir. Tanto esfuerzo y sacrificio había sido en vano. Todavía era de noche cuando se dio la orden de recoger todos los pertrechos para que los sharpatianos no vieran cómo se retiraban e intentaran un ataque sorpresa. Debían escapar sin que el enemigo lo supiera o la retirada podría ser un desastre.

Arnust atravesó el campamento deprisa. Tenía que buscar a Maorn. Quería despedirse de él y asegurarse de que no haría ninguna tontería en su ausencia. El muchacho era todavía joven y su espíritu se movía más por el corazón que por la razón. Arnust le encontró fuera de la tienda que compartía con él y su aprendiz. Se encontraba sentado junto a sus pertrechos observando cómo los soldados recogían todo. Maorn parecía disgustado. Sabía que Arnust partía a una nueva misión en la que no contaría con él.

—Así que os vais —le dijo Maorn, que se puso de pie.

—Sí, nos vamos —dijo Arnust—. Sé que querías acompañarnos, pero este viaje es peligroso y tú eres demasiado importante. Si tú caes, la espada cae, y con ella muchas de las esperanzas que tenemos.

—Entonces vas a una misión suicida, sin retorno.

—Sí que es posible que no regresemos, pero esto es necesario. Podría favorecer nuestra causa.

—¿Y qué haré yo ahora?

—Sigue con el ejército y mantente cerca de Nairmar. Ahora formas parte de su guardia personal. Haz lo que puedas por detener a Sharpast y resiste a toda costa, pero no te pongas en peligro inútilmente. Y recuerda que no hay nada perdido.

—Lo intentaré. Buena suerte.

—Lo mismo te deseo Maorn.

Ambos se estrecharon la mano para despedirse y Arnust se fue por donde había venido. Tenía prisa por partir. Sus acompañantes le esperaban al otro lado del campamento con los caballos y las provisiones.

Maorn se quedaba solo en medio de una contienda que no comprendía y que ya odiaba. Se sentía perdido y desorientado, pues tenía una gran tarea por delante que no sabía cómo llevarla a cabo. Las dudas le atormentaban desde el momento en el que sostuvo la espada por primera vez, una espada que se veía obligado a llevar por el simple hecho de que por sus venas fluía la misma sangre que la del primer emperador de Sharpast. No deseaba hacerlo, se había convertido en un títere usado para beneficio de otros. Sin saber casi ni cómo había ocurrido se hallaba en medio de una guerra que no entendía, rodeado de gente a la que apenas conocía y deseando que todo aquello acabara de una vez. Se sentía perdido.

‹‹¿Por qué yo? Siempre he deseado ser un guerrero, pero, ahora que sé lo que es la guerra, me parece horrible. Me he convertido en una marioneta de otros, ¿pero qué puedo hacer? Solo seguir adelante y continuar con mi cometido. Quizá ése sea mi destino.››

Ahora Arnust se marchaba dejándole atrás, abandonándole a su suerte.

‹‹¿Para eso me fue a buscar? ¿Para ahora abandonarme y dejarme solo en medio de todo esto?››

No lo entendía. Cogió sus cosas y se dirigió a la tienda de Nairmar. Ahora estaba a sus órdenes.

El ejército comenzó a abandonar el campamento. No había ninguna antorcha que permitiera ver desde lejos la marea de hombres en retirada. Se movían a oscuras. Las únicas luces eran las de las hogueras que se mantuvieron encendidas para hacer creer al enemigo que continuaban allí. Mantenían un paso lento, intentando hacer el menor ruido posible. A la mañana siguiente debían de estar muy lejos, para así tener una buena ventaja sobre los ejércitos imperiales, si es que éstos les iban a perseguir. Aquella era la verdadera imagen del fracaso: los ejércitos de Lindium regresaban al oeste tratando de hacerlo sin que el enemigo lo supiera, como un animal huyendo de un depredador. La frustración era mayúscula. Sin duda era una gran humillación retirarse en esos momentos, y aún más después de hacerlo tras una victoria tan lograda como la que obtuvieron al otro lado del llano. La retirada era humillante sí, pero habían perdido toda la ventaja que obtuvieron tras la batalla. El enemigo se había recompuesto al recibir nuevos refuerzos y su superioridad volvía a ser aplastante. En aquellas condiciones la victoria para la causa de Lindium no era posible. La única solución sensata era retirarse y así habían procedido. Lucharían en otro lugar y en otro momento. La guerra continuaría.

Arnust miró una última vez al ejército de Lindium, que ya solo era unas sombras en la noche, y dejó el campamento por el este. Allí le esperaban cuatro hombres con sus caballos. Halon sujetaba desde el suelo el animal de Arnust y el suyo. A su lado estaban Neilholm e Irdor; los dos eran valientes, leales y conscientes de la importancia de la misión. Arnust estaba satisfecho de contar con ellos. Los conocía muy bien tras el viaje a las Islas Solitarias, y sabía de su potencial; dos espadas veteranas le serían de mucha utilidad. Irdor, al igual que Neilholm, se había ofrecido voluntario para participar en aquel extraño viaje. No iba a dejar a su amigo solo en ese momento de necesidad. Por último estaba Umdor, el guía de Malliourn tras su regreso del Bosque Maldito. De los presentes, él era el que deseaba partir con más ganas. La sola posibilidad de intentar rescatar a su antiguo rey, por pequeña que fuera, era para él suficiente. No le importaba el riesgo. Merecía la pena intentarlo.

—Amigos, a partir de ahora estamos solos en territorio enemigo —dijo Arnust—. Tendremos que adentrarnos en tierras para todos desconocidas. Viajaremos de noche siempre que podamos y nos ocultaremos durante el día, al menos mientras estemos en zonas de mayor presencia enemiga. Esto es necesario para no ser descubiertos. Debemos pasar inadvertidos y eso haremos.

—Ya que hemos llegado tan lejos sigamos hacia el este —dijo Neilholm, tomándoselo con humor—. El oeste ya me lo conozco, además, no quiero que digan que Neilholm huyó del enemigo tras ganar una batalla.

Los cinco se pusieron en marcha sin mirar atrás. Ellos marchaban hacia el corazón de un imperio que anhelaba hacerse con los reinos libres de Lindium, mientras que el ejército de los Tres Reinos se retiraba para intentar defender sus hogares desde la costa de Tancor. Tomaban dos caminos diferentes, pero ambos buscaban un mismo objetivo que se antojaba complicado: la victoria.

—Umdor, ¿conoces estas tierras? —le preguntó Arnust al joven miembro de la resistencia.

—Solo la zona que delimita con el Bosque Maldito —dijo Umdor—. Jamás he pasado la línea que separa el bosque con el este, pero no tengo ningún miedo de hacerlo.

—Pronto cruzaremos esa línea —dijo Arnust.

Arnust se había pasado las últimas semanas estudiando los mapas de Sharpast, buscando las mejores rutas para atravesar el Imperio, y así conocer los lugares por los que se iban a adentrar, además necesitarían una buena ruta de escape, pero todas las posibilidades eran complicadas. En vez de ir directamente hacia el este, se dirigieron al noreste, como si fueran al Bosque Maldito; intentaban alejarse lo más posible de la zona de influencia de Sharpast y del ejército imperial. Ir en línea recta sin ser descubiertos se antojaba imposible.

Avanzaron hacia el noreste, pero sin alejarse demasiado del Llano de Goldur, puesto que, con la oscuridad de aquella noche sin estrellas, corrían el riesgo de desviarse de su rumbo. Necesitaban una referencia para guiarse. El Bosque Maldito aún estaba a dos días de camino, por lo que decidieron seguir manteniendo a la vista el llano, que era la única referencia que conocían.

La marcha era tranquila. Avanzaban despacio y en silencio, tratando de hacer el menor ruido posible para no llamar la atención, a pesar de que aquellas tierras eran muy extensas y había pocos lugares habitados, pero no querían correr riesgos. Avanzaron sin parar durante horas. El sueño y el agotamiento hicieron estragos en ellos, pero no pararon; debían recorrer grandes distancias todos los días.

Con la llegada del nuevo día avanzaron al trote durante horas, en fila, hasta que aminoraron la marcha para dar un respiro a los caballos, desmontando para seguir caminando largo rato junto a ellos. Después de largas horas empezó a oscurecer, pero ni siquiera entonces se detuvieron, para así aprovechar la oscuridad y alejarse lo máximo posible de esas tierras. Unas pocas horas después, Arnust decidió detenerse al fin. Con la oscuridad era difícil moverse y lo hacían con más lentitud. Acamparon en una loma rocosa donde tenían una buena visión de los alrededores y, al mismo tiempo, un buen lugar donde esconderse en el caso de que vieran a alguien. Montaron un pequeño campamento rápidamente, sin encender ninguna hoguera. No querían correr riesgos. Sacaron sus mantas, se taparon con ellas para no pasar frío y se durmieron enseguida. Estaban realmente agotados.

Halon hizo el primer turno de guardia. Alguien debía permanecer despierto en todo momento para avisar en caso de peligro. Se sentó al pie de la loma y observó el horizonte sin ver gran cosa. Solo oscuridad. Se le cerraban los párpados por el sueño. Intentó resistirse, pero no pudo. Se quedó dormido sobre la hierba. 

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora