La gloria del emperador III

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Al día siguiente, Mulkrod tomó un breve desayuno junto a sus hermanos y hermanas en uno de los anexos del salón principal, que era una sala más reducida donde podían estar más tranquilos sin que nadie les molestara más de lo necesario.

—¿Tanto frío ha hecho? —le preguntó Linny a Marmond.

—Hermanita, el norte es, como dicen los norteños mismos, un verdadero infierno helado —le contestó Marmond.

—No me gustaría ir tan al norte —dijo Linny—. Aquí se está bien, nunca pasamos frío.

—Pero en verano nos asamos —dijo Menkrod—. El norte en esa época debe de ser perfecto, tal vez vaya este verano a pasarlo allí, o quizá a Farlindor. Mencror me abrirá encantado las puertas de Kriesgor cuando lo haga.

‹‹Me temo que no podrá hacerlo mientras siga prisionero —pensó Mulkrod—, y no podrás disfrutar mucho del verano con el ejército de Lindium a nuestras puertas.››

—¿Por qué Mencror se ha quedado en el norte? —preguntó Linny—. Si Darwast se ha quedado gobernando en Sinarold, Mencror no hace falta allí.

‹‹Eres demasiado curiosa, hermanita.››

—Asuntos de familia, querida —le dijo Eriel—. Mencror es el Señor más importante de Farlindor, sus tierras están al norte y tendrá asuntos que atender.

—Me hubiera gustado verle —dijo Linny—. Desde que murió padre, Mencror no ha vuelto por la capital. Le echo de menos.

‹‹Más le vas a echar de menos si sigue en cautiverio.››

—No tardará en volver —dijo Menkrod—. Dijo que vendría a vernos cuando acabara con sus asuntos.

‹‹Eso no va a pasar, no a menos que yo haga algo, pero aún es pronto. Pueden pasar muchos meses antes de que Mencror sea liberado.››

—¿Cómo te has desenvuelto en estos meses, Eriel? —le preguntó Marmond a su hermana mayor—. No pareces muy contenta.

—La regencia es dura, hermano —le contestó Eriel—. Los asuntos que se tratan solo en el palacio son cientos a la semana, cientos que yo tengo que resolver con ayuda de unos consejeros que más que ayudar, lo único que hacen es poner pegas a todas las innovaciones que trato de imponer para mejorar la fiscalidad, y luego, las soluciones que ellos dan son insuficientes o ineficaces. Estoy harta de ellos y estoy harta de gobernar este imperio que cada vez es más grande, pero que cada vez tiene menos recursos con los que mantenerlo.

‹‹Lo que me faltaba por escuchar.››

—Accediste encantada a la petición que te hizo Mulkrod —le dijo Marmond.

—Accedí por obligación. Si Mulkrod pide algo, yo tengo que cumplirlo. Además, me debo a mi familia, ¿no? Eso es lo que me decía padre antes de morir.

—Si tanto te disgustaba habérmelo dicho —dijo Mulkrod—. Habría nombrado a otro regente.

—¿A quién nombrarías? —le preguntó—. ¿A Mard? ¿A Menk? Los dos son soldados, no gobernantes. Si no fuera porque te han visto a ti y a padre en el trono imperial no sabrían que allí es donde se tiene que sentar el Emperador.

—¿Cómo te atreves? —saltó Menkrod, ofendido. Marmond, en cambio, permaneció impertérrito en su silla—. ¿Quién te has creído que eres, mujer?

—Relájate, hermanito —dijo Eriel—. No sabía que ahora fueras tan susceptible a mis comentarios. Sabes bien que tú serías un gobernante nefasto. Padre no se esmeró tanto en vuestra educación como con Mulkrod y Mencror, ni tampoco mostrasteis el más mínimo interés. Vosotros dos siempre fuisteis los guerreros.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora