Rebelión y espadas XII

1.4K 137 5
                                    

Cuando Maorn despertó creía que todo había sido un sueño. Estaba confuso y desorientado, le dolía la cabeza y tenía ganas de vomitar. Todo le parecía irreal. La luz del sol le cegaba los ojos y tenía la cabeza abrasada por el calor. Esperaba que todo fuera una pesadilla y que en cualquier momento se despertaría, pero no fue así. No estaba soñando. Intentó moverse, pero apenas pudo hacerlo. Estaba atado de pies y manos sobre el lomo de una mula. Intentó decir algo, pero estaba amordazado. Alzó la vista y pudo ver a Halon en el mismo estado que él: maniatado y amordazado en otra mula, aunque, a diferencia de Maorn, él no estaba consciente.

‹‹Le deben de haber pegado más fuerte que a mí —pensó Maorn.››

La cabeza le iba a estallar, no sabía si era por el golpe, por el calor o porque se le estaba bajando toda la sangre a la cabeza. Sus labios estaban agrietados y se moría por beber un trago de agua. Alrededor suyo había una docena de hombres armados con arcos y jabalinas que ocultaban sus rostros con un velo y que vestían túnicas pobres, ajadas, de colores claros y poco vistosos. Maorn solo les podía ver una parte de sus oscuros rostros bronceados con el sol. La mayoría iba a pie, pero tres de ellos estaban subidos a caballo. Parecían nómadas del desierto, hombres salvajes y libres que no eran leales más que a sí mismos. Eran tanto enemigos del Emperador como suyos.

‹‹Para ellos solo somos intrusos. No vacilarán en matarnos, pero ¿por qué no lo han hecho todavía?››

No sabía cuánto tiempo había pasado inconsciente, pero debían ser muchas horas. Lo último que recordaba eran las llamas de su hoguera y las sombras en la noche. En ese momento del día el sol parecía estar bastante elevado.

‹‹Debe de ser media mañana. Llevo muchas horas inconsciente.››

Entonces Maorn se dio cuenta del desastre.

‹‹La espada... ¿Dónde está la espada? ¡Me la han quitado! ¿Pero cómo es posible?››

Empezó a patalear y a golpear a la mula. Los hombres que le rodeaban vieron que Maorn se había despertado y que no paraba de agitarse. La pequeña columna se detuvo; le quitaron las ataduras y la mordaza, pero mientras lo hacían le apuntaron con sus armas para que no se resistiera o intentara escapar. No le dijeron nada y Maorn tampoco intentó comunicarse con ellos.

‹‹No creo que hablen la lengua común. Si les digo algo solo gastaré saliva. ¿Cómo puedo averiguar qué ha pasado con la espada?››

Entre varios le bajaron de la mula y le dejaron sentado en la arena. Uno de ellos se quitó el velo de la cabeza y mostró su rostro; era joven y de tez morena, exhibía una barba corta y negra. Debido al sol, su piel era casi tan oscura como su barba.

‹‹Espero que me ofrezcan agua, o si no que acaben de una vez.››

—¿Puedes... entenderme? —le preguntó a Maorn, con un acento muy cargado.

—Sí —le respondió Maorn, sin creerse que hablaran la misma lengua.

—¿Cuántos más sois? ¿De dónde vienes? ¿Qué haces en nuestras tierras?

—Estamos nosotros dos solos, venimos desde muy lejos y queremos llegar a Zangorohid.

—¡No mientas! —le dijo el hombre mientras le golpeaba en la cara—. Sé que habéis venido a informar de nuestra existencia y a arrebatarnos más tierras.

Maorn se tocó la nariz molesto. Estaba llena de sangre, pero no le dolía mucho. No estaba rota.

—Somos del oeste —siguió Maorn—. Somos enemigos de Sharpast. Solo queremos cruzar el desierto. No nos interesan vuestras tierras ni nada vuestro. Creíamos que este lugar estaba deshabitado. No sabíamos de vosotros.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora