Arena, sudor y nubes negras XII

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En los días siguientes, las fuerzas de Sharpast terminaron de cercar la ciudad, bloqueando todos los accesos terrestres y terminando la construcción de los fosos y empalizadas de los alrededores. Los sitiadores se lo tomaron con calma. Parecía que no tenían demasiada prisa. En la ciudad, para evitar que los sorprendieran en un ataque nocturno, se duplicó el número de centinelas a lo largo de las murallas.

Halon pasó varios días en cama sin apenas levantarse, durmiendo la mayor parte del tiempo. Solo dejaba la cama para comer y hacer sus necesidades. De vez en cuando venía el sanitario para lavarle la herida y comprobar que ésta curaba bien. Pronto se sintió con fuerzas para levantarse y dar algún paseo por la ciudad, muchas veces acompañado por Maorn, que no paraba de avasallarle con preguntas sobre su aventura en Zigrug.

La ciudad había perdido la vitalidad que había recuperado tras su liberación. Los soldados paseaban nerviosos por las calles, sabiendo que en cualquier momento podían ser atacados. Los ciudadanos de Rwadon, en cambio, conscientes de los peligros de un asedio, apenas salían de sus casas, temiendo el fatal desenlace. Se respiraba miedo en el ambiente.

En uno de esos días un mago llegó en uno de los barcos que todavía traían provisiones de Lindium. Era Glarend, el medio hermano del Gran Maestre de Oncrust. El veterano mago buscaba a Arnust, pero al enterarse que él no estaba allí, pero sí su aprendiz, se reunió con Halon a solas.

—¿Dónde está Arnust? —fue lo primero que le preguntó.

—De camino al Bosque Maldito —dijo el aprendiz—. A estas alturas ya ha de haber llegado. Tuvimos éxito en nuestra labor. Conseguimos rescatar a Elmisai de su cautiverio.

Glarend no parecía muy contento por la nueva noticia.

‹‹Tiene fama de poco expresivo —pensó Halon—, pero esto es un poco extraño.››

—¿Al rey de Tancor? —le preguntó Glarend fríamente, como si fuera algo que no iba con él—. ¿Entonces va a intentar provocar un levantamiento?

—Sí, ésa es la intención de Arnust.

Los dos magos permanecieron en silencio. Glarend parecía eclipsado en sus pensamientos. Daba la impresión de no importarle que el joven mago estuviera a su lado.

—¿A qué has venido, maestro? —le preguntó Halon al ver que no reaccionaba.

—Tendría que hablar con Arnust, pero como está demasiado lejos y ocupado en otros asuntos te lo haré saber a ti. Blanerd ha averiguado el lugar en el que se oculta otra de las espadas.

—¡La tercera! —saltó Halon, sorprendido—. ¿Dónde... dónde se encuentra?

—Al sur de Sharpast, atravesando el Desierto, en alguna parte de las ruinas de la ciudadela de Zangorohid.

—¡Zangorohid! Dicen que esas ruinas están malditas.

—Además de las Islas Malditas, ¿se te ocurre un lugar mejor para esconder una de las Cinco Espadas? —le preguntó con cierto desdén.

—No, no se me ocurre. —Halon reflexionó las palabras de Glarend. Él no había venido hasta allí solo para decirle eso. Había algo más—. El Gran Maestre quiere que encontremos la espada, ¿verdad?

—Sí, antes de que la encuentre el enemigo, claro está.

‹‹Arnust ya me habló de ello antes de separarnos. Pretendía que buscáramos con Maorn las demás espadas, pero, ahora que sabemos dónde se encuentra una de ellas, Arnust no está.››

—Debéis conseguir la espada —siguió Glarend.

—Entonces iré a Zangorohid con Maorn —dijo Halon sin apenas meditarlo—. ¿Nos acompañarás, maestro?

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora