La Torre de Zigrug IV

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Durante horas avanzaron por los campos. Pasaron cerca de otros pueblos, pero al verlos se alejaron de ellos. La noticia de la muerte de unos soldados imperiales no era algo que se quedaría allí, sino que se transmitiría con rapidez en todos los pueblos de la zona y pronto todo se llenaría de soldados en su búsqueda. Cuanto más lejos estuvieran sería mejor para ellos. Pronto encontraron la calzada que iba a Roth Ingul y llegaron a los Montes Huarpales. La calzada pasaba a varios kilómetros de distancia de los montes, por lo que no tendrían que atravesarlos, pero si les acompañarían durante un largo recorrido.

Siguieron por la calzada, pero manteniéndose algo lejos para no ser vistos por cualquier transeúnte que pudiera delatarlos. Sin embargo, no pudieron evitar que les vieran. La calzada era muy transitada y los campos de los alrededores estaban llenos de campesinos. De vez en cuando pasaban junto a alguna caravana de algún comerciante e incluso pastores con sus rebaños, pero éstos no les prestaban atención y les evitaban.

‹‹Deben de creer que somos bandidos o gente de mala reputación —pensaba Arnust cada vez que alguien les evitaba—. Mientras piensen eso no nos molestarán.››

Pararon cuando el cielo comenzó a oscurecerse y tomaron una breve cena con lo poco que les quedaba. La escasa comida que tomaron apenas les llenó, pero era mejor que quedarse en ayunas. Poco después se acostaron sobre sus macutos para intentar recuperar fuerzas y descansar, salvo Umdor, que permaneció de guardia. Por entonces ya era de noche y no se veía nada más que la luz de las estrellas. Umdor estaba atento y alerta, con su arco bien sujeto. No quería que le sorprendieran. Todo transcurrió con normalidad durante una hora en la que solo se escuchó a los grillos y el lento agitar del viento sobre las ramas de unos arbustos; nada que le molestara, pero entonces vio unas luces en frente suya, a lo lejos, algo que no había estado allí antes y que, sin embargo, lo veía claro como las estrellas del firmamento. Parecían las luces de unas antorchas. Umdor se quedó observando las luces durante unos segundos. No tardó en pensar qué hacer y se puso en pie.

—¡Rápido, despertad! ¡Alguien avanza por la calzada!

Los cuatro se levantaron asustados en la noche, desenvainando sus armas al temer un ataque, pero al fin vieron que era Umdor el que gritaba. Arnust, sin llegar a alarmarse en ningún momento, se dirigió a él:

—¿Qué ocurre? —preguntó el mago.

—¡Allí, por la calzada! —dijo Umdor, señalando las luces—. ¡Alguien se mueve por ahí! ¿No veis las luces?

—Cálmate, Umdor, ya lo vemos —siguió el mago.

—Menudo susto que nos has dado —le dijo Neilholm—. La próxima vez no nos despiertes así.

—¿Nos han encontrado? —preguntó Halon con preocupación.

—No —dijo Umdor—. Si hubieran encontrado nuestro rastro no irían por la calzada, sino por donde hemos venido nosotros, pero no descarto que nos estén buscando. Nadie viaja a estas horas de la noche.

—Coincido contigo —dijo Arnust—. No saben que estamos aquí. Dejémosles pasar sin más.

—¿Crees que aquí estamos a salvo? —preguntó Irdor.

—No nos pueden ver desde allí —dijo Neilholm—. Estamos lejos y todo está muy oscuro.

—Iré a la calzada para confirmar que son soldados —dijo Umdor—, y averiguaré cuántos son.

—Ten cuidado —dijo Arnust—, si te descubren tendremos un problema.

—Tranquilo, puedo acecharlos sin que me perciban. Será muy fácil.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora