El camino a la guerra X

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Nairmar salió con Malliourn, pero se despidió de él al llegar al vestíbulo. Quería saludar a sus compañeros de aventura en las Islas Solitarias, quienes se habían quedado hablando fuera de la sala. Arnust se alegró al ver que Nairmar iba a saludarlos.

—Veo que tu padre te ha dado un mando de importancia —le dijo Arnust—. Me alegro por ti.

—Gracias, pero era lo que me correspondía después de años alejado de los grandes acontecimientos fuera de Vanion —dijo Nairmar, que cambió de tema enseguida—. Al final se ha logrado. Vamos a ir a la guerra juntos.

—Yo nunca he sido partidario de la guerra —dijo Arnust—. Los magos nunca lo hemos sido, pero en estas circunstancias no hay alternativa. Mulkrod no parará hasta someternos a todos.

—Sí, ¿pero en qué condiciones vamos? —dijo Glorm, que acaba de unirse al grupo al ver tantas caras conocidas—. Mi hermano no es del todo consciente del peligro al que nos vamos a enfrentar. Si está aquí es porque yo le convencí. Le hablé sobre la espada y de sus poderes, también del dragón de Maorn. Me costó convencerle más de lo que creéis. Decía que no debía haber firmado ese tratado en Blangord, que se vio obligado a hacerlo. A mi hermano nunca le ha gustado la guerra; suele decir a menudo que ya tuvo bastante de niño, por eso prefiere quedarse en Landor mientras otros mueren en su nombre. Mi padre le educó con la intención de ser un buen gobernante, mientras que a mí me instruyó para la guerra. Voy voluntariamente a luchar, pero no creo en la victoria.

—¿No te gusta el plan que se ha elegido? —le preguntó Nairmar—. A tu hermano le ha parecido bien, al igual que al rey Mendor.

—Mi hermano sabe de guerra lo que yo de gobernar —dijo Glorm—. Creo sinceramente que el plan de mi tío era mejor, por eso no creo en la victoria. Pienso que vamos a una derrota sin precedentes. Atacaremos al Emperador en el interior de Sharpast, en su tierra, con un ejército más reducido de lo que en realidad creemos, y con nuestros propios generales con opiniones distintas sobre la estrategia. Podéis pensar que podemos conseguir la victoria, pero yo no. De todos modos cumpliré con mi deber. Lucharé por la victoria, aunque ésta nos sea esquiva.

—Esto podría llevarnos a otra disputa como la que hemos visto durante la reunión —dijo Arnust para relajar un poco la tensión—. Lo mejor será que nos olvidemos del tema por el momento.

Nairmar, que no opinaba igual que Glorm, le miró contrariado. Todos pensaban que diría algo que podría llevar a la reanudación de la discusión sobre lo que ya se había decidido. Sin embargo, la sonrisa en la cara de Nairmar los tranquilizó a todos.

—Creas o no en la victoria me alegro de que estés con nosotros, Glorm. Necesitaremos brazos fuertes como el tuyo. También me alegro de que Maorn nos acompañe, así podrá protegerme del ataque de cualquier dragón —dijo, riendo.

—Espero que no —dijo Maorn, tomándoselo con buen humor—. Ya tuve bastante la primera vez.

Glorm fue el primero en marcharse. Su tío le fue a buscar para que se tomara un vaso de vino con él y con otros oficiales del ejército al calor de la chimenea del salón principal.

Nairmar se fue poco después, despidiéndose de Arnust y de los demás. Se dirigió a los aposentos que el alcalde de la ciudad le había cedido. Había sido un día duro y ya había tenido suficientes emociones. Solo quería descansar. La villa del alcalde de Blier no era tan grande como el palacio de Lasgord, ni tan espléndida y confortable, pero era lo suficientemente cómoda y acogedora como para relajarse y descansar tranquilamente. Nairmar no era muy amante del lujo; le gustaba lo sencillo y lo austero, prefería compartir la dureza del día a día de los soldados y dormir al raso en tiendas de campañas o en casas pequeñas con colchones de paja.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora