Estalla la tormenta II

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—¡No podemos tomarlo! —dijo un sargento tras regresar de la intentona—. ¡Tenemos que pedir ayuda a la flota! ¡Necesitamos refuerzos!

—¡No hay tiempo! —dijo el capitán Heglan—. ¡Tenemos que tomarlo nosotros, y debemos hacerlo antes del amanecer! ¡Debemos acabar con éxito la misión!

—¿Y qué podemos hacer? —preguntó el sargento—. Somos muy pocos.

—No lo sé, maldita sea. Dejadme pensar —dijo Heglan.

—No se han dado cuenta de los pocos que somos —comentó uno de los soldados—. Creen que somos todo un ejército.

—Pues que lo sigan creyendo —dijo otro.

Hernim y Dulbog estaban a pocos metros de donde el capitán Heglan se había detenido a pensar qué hacer. Se encontraban en la plaza que daba al castillo, pero lo suficientemente lejos para no ser alcanzados por los proyectiles enemigos. Un niño de unos diez años salió de su casa y fue corriendo hacia los soldados. Hernim lo vio y lo agarró de su ropa para alejarlo del peligro, dejándolo en la calle en la que lo había visto venir.

—Vete a casa, hijo —le dijo Hernim—. Este lugar no es seguro.

—¿Sois de Lindium? —le preguntó el niño—. ¿Habéis venido a salvarnos?

—Sí, pequeño, pero para eso tenemos que tomar el castillo, y parece que no va a ser posible.

Hernim se dio la vuelta con intención de regresar con los suyos, pero el niño no se dio por vencido y le dijo a Hernim algo que podía interesarle.

—Conozco una forma de entrar en el castillo sin ser visto —dijo el niño.

Hernim se giró con algo de curiosidad.

—¿Hay alguna otra forma de entrar en el castillo? —preguntó no muy convencido.

—Sí, por las cloacas —dijo el niño—. Conozco el camino. Mi padre era de la resistencia; él me lo enseñó, dijo que algún día podía ser de utilidad.

‹‹¿No me estará tomando el pelo el renacuajo éste?››

—¿Dónde está tu padre?

—Está muerto. Ellos le mataron —dijo el niño con tristeza.

—¿Cómo te llamas?

—Me llamo Guil Amreth.

—Bien, joven Guil, ¿me enseñarás ese camino?

—Sí, claro —dijo Guil—. Sígueme.

—Espera. ¿No pretenderás que entre en el castillo yo solo?

Hernim llevó al chico en presencia de Heglan y le contó todo lo que le había dicho. Al acabar, el capitán de Hanrod no lo dudó un instante y reunió un grupo de cincuenta hombres para asaltar el castillo desde dentro. El resto de la tropa esperaría fuera hasta que ellos abrieran las puertas. Antes de marcharse mandaron a un grupo al puerto para que, apagando la luz del faro, informaran a la flota de que la ciudad era suya y que podían amarrar sin oposición.

—Guíanos hasta el interior del castillo —le dijo Heglan al niño cuando estuvieron todos listos.

Guil se puso en marcha seguido por el grupo armado, alejándose de la plaza que daba al castillo. Dieron un rodeo por las callejuelas del centro hasta situarse al otro lado del castillo. El niño siguió avanzando hasta meterse en un callejón sin salida desde el cual se podía empezar a percibir un olor desagradable proveniente de un sumidero que llevaba a las cloacas. Guil les señaló aquel desagüe, pues ésa era la ruta que debían seguir. Antes de entrar cogieron algunas de las antorchas de las calles para iluminarse cuando entraran dentro, como les había dicho Guil. El niño sacó la rejilla del sumidero y se metió dentro. Uno a uno fueron entrando en el oscuro y maloliente agujero. El descontento fue general. Aquel lugar era repugnante. Bajo sus pies, las aguas fecales les llegaban hasta los tobillos y el olor era nauseabundo; tenían que taparse la nariz para soportar el mal olor. Alguno vomitó. El niño, en cambio, parecía no inmutarse, como si ya estuviera acostumbrado a aquello. Avanzó por la larga y estrecha cañería sin detenerse. Los hombres armados le siguieron por obligación; todos ellos deseaban volver a la superficie cuanto antes y acabar con el suplicio que era respirar. Según avanzaban el olor persistía, aunque muchos acabaron por acostumbrarse.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora