Arena, sudor y nubes negras IV

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Una vez se alejaron lo suficiente de la ciudad comenzaron a galopar por la arena de la playa para llegar más rápido, pues no disponían de mucho tiempo para llevar a cabo su misión. Debían conseguir un barco antes del amanecer o corrían el riesgo de que acabaran descubriendo a todo el grupo.

‹‹Si no conseguimos un barco pronto tendremos que regresar e idear otra forma de salir de aquí —pensó Neilholm.››

Después de más de una hora de marcha vieron unas luces de lo que parecía una pequeña ciudad portuaria en la que únicamente había edificios en la línea de costa, con algunas casas pequeñas de mercaderes y pescadores. Había muchos menos barcos que en Ibahim, apenas una veintena y la mayoría eran pequeñas barcazas para la pesca, aunque había también barcos de mayor tamaño que debían utilizarse para el comercio. La ciudad costera era tranquila, no había más ruido que el de las olas del mar y la brisa del viento. Aparentemente era apartada, pacífica y sin soldados. Parecía un buen lugar donde conseguir una embarcación que les permitiera abandonar esas tierras con seguridad.

—Parece que no hay ninguna guarnición imperial aquí —dijo Neilholm, aliviado—. Eso facilitará las cosas.

—No merece la pena tener una guarnición para las cuatro casas que hay —dijo Irdor.

—Busquemos la casa del tal Nigmor —dijo Turk.

No les costó encontrar el edificio que buscaban, pues éste, al ser mucho más grande y fastuoso que el resto, se podía ver desde lejos. Allí se encaminaron. La casa era de dos pisos con una gran puerta que llevaba a un patio central desde donde se accedía a la vivienda. Golpearon a la puerta varias veces y esperaron. No hubo respuesta. Volvieron a intentarlo. Esta vez alguien salió del piso de abajo y abrió una pequeña ventanilla de madera por la que se asomó un hombre calvo que les miró con cara de pocos amigos.

—¿Qué quieren a estas horas? —preguntó, molesto.

—Buscamos a Nigmor —dijo Neilholm—. Queremos hablar con él.

—Esperen a mañana.

—¡No podemos esperar! ¡Tiene que ser ahora! —insistió Neilholm.

—¡Y yo les digo que ahora es imposible!

—¡Si no nos abres echaremos la puerta abajo!

—¡Váyanse o haré llamar a la guardia, malditos lunáticos!

‹‹Tú lo has querido.››

Neilholm se lanzó con fuerza hacia la puerta, golpeándola con el hombro. Irdor y Turk comenzaron a dar patadas y golpes a la puerta, que permaneció intacta, pero los impactos iban acompañados por un ruido que enturbiaba la tranquilidad de la ciudad. Alguien salió del piso superior de la casa y bajó gritando por las escaleras hasta el patio.

—¿Pero quién demonios se pone a dar esos golpes a estas horas de la noche? ¡Dirk! ¿Qué está pasando?

—Unos soldados quieren hablar contigo —contestó el hombre calvo de la ventanilla—. Ellos son los que están golpeando a la puerta.

—¡Unos soldados! ¿Qué diantres quieren de mí?

Neilholm intuyó que la persona que acababa de aparecer alarmada por el ruido debía de ser Nigmor, el hombre del cual les había hablado el marino de Ibahim.

—¡Solo queremos hablar con vos para ofreceros un negocio que puede resultaros muy provechoso! —dijo Neilholm en voz alta.

—¿Y ese negocio no puede esperar hasta mañana? —preguntó la voz del que parecía ser Nigmor.

—¡No! —dijo Neilholm—. Tenemos bastante prisa. Tiene que ser ahora.

—¿Si os dejo pasar dejaréis de atormentarnos con tanto golpe?

—Por supuesto.

Hubo unos momentos de silencio.

—Déjalos pasar, Dirk —escucharon—, pero desármalos primero. Espero que no os importe, es solo una medida de precaución.

Neilholm aceptó con resignación. No le gustaba quedarse desarmado en un lugar desconocido, pero no tenían alternativa. La puerta se abrió y los tres entraron al patio. Dentro había media docena de personas con cuchillos, dagas y porras. Al principio se sorprendieron al ver a tantos hombres armados, pero la mayor parte de ellos eran solo siervos domésticos que no imponían demasiado. Un hombre mayor de pelo largo canoso se les acercó y les habló:

—No os preocupéis, solo es otra medida de protección. A mi edad ya no me fío de nadie.

Neilholm, teniendo delante a tantos hombres desconocidos, se mostró reticente a quedarse desarmado. Sus compañeros parecían igual de reacios, pero acabaron cediendo. Primero Neilholm desató su cinto con su espada y una daga, y luego Irdor y Turk hicieron lo mismo, dejando todas sus armas en el suelo.

—¿Espero que no vengáis a asesinarme? —les preguntó el que creían que era Nigmor.

—No hemos venido a eso. Necesitamos un barco y nos han dicho que podrías ayudarnos. ¿Eres Nigmor, verdad?

—Así es, pero yo no vendo ni alquilo mis barcos.

—Tenemos dinero de sobra para pagaros todos los costes —dijo Neilholm, sacando la bolsa con el dinero que llevaban consigo.

Nigmor observó la bolsa con curiosidad. Neilholm le enseñó algunas de las monedas de plata de su interior.

—Con lo que hay aquí obtendrías muchas ganancias del trato al que podemos llegar —le dijo Neilholm.

Nigmor miró intrigado al dinero.

—¿Y para qué necesitáis un barco? —les preguntó Nigmor con curiosidad.

—Eso es algo que preferimos dejar al margen.

—Queréis discreción, ¿no? Bien, yo puedo proporcionárosla ¿Qué queréis proponerme exactamente?

—Necesitamos un barco cuanto antes para transportar a treinta y tres hombres con sus caballos, y además necesitaremos provisiones y agua para la travesía.

—Con lo que hay en el saco no tienes suficiente para pagar un barco de ese tamaño, y menos si quieres también provisiones.

—Mis compañeros se marcharán ahora —dijo Neilholm—. Cuando regresen al amanecer traerán otras dos bolsas como ésta. En total mil quinientos nacros de plata. Una cantidad más que suficiente.

Nigmor se relamió el labio. La oferta que le ofrecían era más que tentadora.

—Muy bien —dijo Nigmor—. Trato hecho, tráeme el resto mañana y tendréis vuestro barco listo al amanecer.

—Yo me quedaré para comprobar que cumples con tu parte —dijo Neilholm.

—Como quieras.

Terminadas las negociaciones, Nigmor ordenó a los hombres que le protegían que iniciaran los preparativos para tener una de sus naves lista para zarpar al amanecer. Neilholm, tras recuperar sus armas, salió de la casa con sus compañeros, pero él no tenía intención de acompañarlos.

—Yo me quedo para ver que todo va bien y asegurarme de que no nos traicionan —les dijo Neilholm a Irdor y a Turk—. No me fío de éstos. Traed a los demás y tened cuidado.

—¿Crees que es prudente quedarte solo con ellos? —le preguntó Irdor, preocupado—. Si nos traicionan no podrás con todos.

—Puede que no, pero se llevarían un amargo recuerdo de mi visita. Ahora marchaos y daros prisa. No me apetece quedarme solo con éstos mucho tiempo.

Turk e Irdor recuperaron sus armas, montaron en sus caballos, abandonaron la ciudad al trote y recorrieron velozmente el tramo de playa que les llevaba a Ibahim. Todavía no había amanecido cuando llegaron de nuevo a los suburbios.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora