Sangre en la nieve II

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Unos días más tarde.

El relativo clima de tranquilidad que vivía Vendram se apagó enseguida. Habían pasado solo seis días desde que Malliourn regresara a la ciudad con sus hombres tras la derrota en el Gran Muro, cuando recibieron las noticias de la proximidad del ejército de Sharpast. El escaso tiempo de descanso que disfrutaron había terminado, al ser necesaria la presencia de los hombres de Malliourn en las murallas para, en caso de ataque enemigo, ayudar a defenderlas. Desde allí pudieron ver cómo los soldados de Sinarold se batían muy cerca de la ciudad en escaramuzas contra las avanzadillas imperiales, que iban ganando terreno poco a poco para abrir el camino al resto del ejército, que ya se empezaba a otear en el horizonte.

Al caer la noche, los últimos soldados de Sinarold entraron en la ciudad huyendo del ejército de Sharpast, que en esos momentos se estaba desplegando a través de la llanura para iniciar la construcción de varios campamentos que debían cercar la ciudad por tierra. Se rodearon de una gran empalizada con fosos y estacas para evitar los posibles ataques de los defensores, y levantaron miles de tiendas de campaña. Lo hicieron durante la noche, pero encendieron miles de hogueras para iluminarse. Desde las murallas parecían tan numerosas como las estrellas del firmamento.

Al día siguiente, el general al mando de las fuerzas de Sharpast pidió una entrevista con el jefe de la guarnición. El rey Krahim no se sintió con fuerzas para acudir a la entrevista, por lo que autorizó a acudir a ella a Dungor, en calidad de general del ejército de Sinarold, y a Malliourn como representante del Reino de Vanion. Ambos fueron seguidos por una pequeña escolta de diez hombres. Lentamente se encaminaron al lugar del encuentro, a medio camino entre la ciudad y el campamento de Sharpast. Había dos hombres a caballo que les esperaban en medio del campo, uno de mediana estatura, pelo largo y negro, con una pequeña barba que le cubría la parte delantera de la cara; el otro era algo más alto y fornido, con el pelo castaño y una barba más larga. Los dos eran relativamente jóvenes y de semblante imponente. Llevaban una armadura de color negro con el emblema de Sharpast plasmado en el centro, unos elegantes yelmos en el hombro y, en la grupa de sus caballos, el estandarte del Imperio: dos serpientes entrecruzadas sobre un escudo con cinco espadas, todo de negro y rojo.

—Saludos —dijo el más alto—. Me llamo Mencror, soy el general y gobernador de Farlindor, y el hermano del soberano Mulkrod. Me presento como representante del Emperador en este asunto. Éste es el general Darwast, al mando de los ejércitos imperiales del norte.

Dungor los miró a los dos con desprecio, pero él también se presentó:

—Soy Karmil Dungor, general de los ejércitos de Sinarold; me acompaña el comandante Malliourn —dijo, presentando a su colega—. ¿Cuáles son vuestras condiciones?

Malliourn se sorprendió al ver que Dungor no le presentó como representante del reino de Vanion, pero no dijo nada. Había cosas más importantes en ese momento.

—Exigimos la rendición incondicional de esta ciudad; de lo contrario la arrasaremos por completo —dijo Mencror, sin rodeos.

—Jamás claudicaremos ante Sharpast —dijo Dungor, sin acongojarse—. No me asustáis ni vos ni vuestro ejercito, así que volved por donde habéis venido, soltad a los prisioneros que habéis capturado y no regreséis jamás.

Mencror soltó una larga risotada, mofándose de Dungor, a la que luego se unió Darwast con una ligera sonrisa.

—¿He dicho algo gracioso? —preguntó Dungor, molesto.

—Sí, eso de que volvamos por donde hemos venido, la verdad es que es muy gracioso —dijo Mencror, riéndose aún más—. Me temo que no nos vamos a ir a ninguna parte. Y más cuando vuestros compañeros de Beglist están todos muertos.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora