Elmisai llegó a la plaza acompañado por Arnust. Ninguno de los dos había participado en los combates, pero habían llegado a tiempo para ver la masacre en el centro de la plaza.
—¡Victoria! —dijo Elmisai, pletórico.
—Debisteis perdonar la vida a los que han depuesto las armas —dijo Arnust.
—Esos bastardos merecen la muerte que han recibido.
—La venganza personal no conduce a nada, Elmisai. ¿Acaso tienen que pagar todos los soldados de Sharpast por tu cautiverio?
—Por mi cautiverio, sí, pero también por habernos quitado nuestra independencia, por arrebatarnos nuestras tierras, matado a nuestros padres, hermanos e hijos, y violado a nuestras mujeres. Nosotros llevamos en guerra con Sharpast desde hace siglos. Yo llevo luchando contra el Imperio desde que pude empuñar una espada, y he visto cosas que te harían palidecer. La crueldad del enemigo es mucho mayor que la nuestra. Nosotros les hemos dado una muerte rápida, eso ya es más de lo que ellos harían. —Elmisai se detuvo a mirar los cadáveres—. No descansaré hasta recuperar lo que por justicia nos pertenece y te aseguro que van a pagar por todo el daño que nos han hecho.
—No te he liberado para que puedas vengarte, sino para que nos ayudes en esta guerra.
—Las cosas están así.
Arnust no se rindió, aquel proceder con los que deponían las armas no era civilizado.
—Nuestro enemigo es fuerte e implacable. Si nosotros hacemos esto a los que se rinden, ¿qué harán ellos?
—Pronto lo sabremos. No tardarán en averiguar lo que está pasando y, cuando lo hagan, vendrán a por nosotros. Tenemos que actuar con celeridad antes de que eso ocurra. Ya no hay vuelta atrás.
Elmisai dejó a Arnust y fue a felicitar a sus hombres. El mago miró entristecido los cadáveres.
‹‹Muchos más muertos veremos antes de que acabe esto. Me temo que he liberado a una bestia que no descansará hasta apagar su hambre y sed de venganza. Espero haber hecho lo correcto.››
Con el alba los incendios ya se habían apagado y los cuerpos de los soldados muertos habían sido despojados y sacados de la villa para enterrarlos en una fosa común.
—En occidente solemos incinerar a los difuntos —dijo Arnust mientras veía cómo transportaban los cadáveres.
—En oriente también —dijo Elmisai—, pero esto no es lo uno ni lo otro. En las tierras del bosque enterramos los cadáveres. La tierra es la forma más pura de reunirse con los dioses. Bastante es que honremos a nuestros enemigos al enterrarlos en nuestra tierra.
Elisei llegó en ese momento. Deseaba hablar con su hermano. La seguían una veintena de sus hombres y llevaban consigo a un individuo maniatado que vestía una camisa negra, un chaleco de cuero, e iba descalzo, como si hubiera intentado escapar sin apenas vestirse. Claramente no lo había logrado. Elmisai miró al prisionero con desprecio y se dirigió hacia su hermana.
—Dije que no quería prisioneros —dijo Elmisai.
—Este hombre dice que es el Capitán General de la región —le dijo Elisei—, pensé que tal vez...
—Como si es el mismísimo Mulkrod, los quiero a todos muertos.
—Como desees —le dijo Elisei, que se fue para no presenciar la escena.
—¡No, no, mi señor, piedad, piedad por favor... por favor!
Elmisai se dio la vuelta y se alejó de aquel lugar mientras los gritos de clemencia continuaban, pero era en vano. Uno de los leales le rebanó el cuello y lo tiraron a la fosa común con los demás cadáveres.
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Sangre y Oscuridad I. Las Cinco Espadas
FantasíaLas Cinco Espadas es una novela fantástica de tintes épicos llena de aventura, magia, guerras, política, acción, batallas espectaculares, dramatimo, intriga, amor y mucho más. Sinopsis Tras años de paz, nubes de tormenta se ciernen sobre Veranion. E...