Arena, sudor y nubes negras XI

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En esos momentos, Arnust y el resto de sus compañeros se encontraban al norte de los Montes de Marmen, a dos días a galope tendido del Bosque Maldito. Se habían demorado al tener que dar un rodeo por los montes, evitando atravesarlos, lo que les hubiera retrasado todavía más. Veían muy cercano el fin de la misión: escoltar a Elmisai hasta el bosque. Una vez dentro estarían a salvo por primera vez desde que dejaran atrás al ejército de Lindium. El bosque era la clave; sus perseguidores no se atreverían a entrar en él y, en el caso de que sí lo hicieran, éstos corrían el riesgo de perderse o de morir a manos de la resistencia.

‹‹No lo harán —pensó Arnust—. Temen al bosque.››

Pero, aunque consiguieran entrar, al grupo de Arnust todavía le quedarían largos días hasta llegar a la guarida de la resistencia, al otro lado del bosque, junto a las montañas. Era un trayecto largo y complicado, pero tenían a un guía que lo conocía bien: Umdor.

Arnust había puesto todas sus esperanzas en rescatar a Elmisai de su cautiverio, y lo había logrado, pero la rebelión que iba a intentar podía fracasar y entonces todo habría sido en vano. Por esa razón Arnust había tomado la decisión de, una vez llegaran a la guarida de la resistencia, quedarse para proteger a Elmisai y ayudarle a organizar la rebelión, aunque todavía no se lo había dicho.

‹‹Elmisai es un hombre demasiado orgulloso como para aceptar que alguien cuide de él y le proteja; eso lo tendré que hacer yo, aunque él no tiene por qué saberlo. Es muy impulsivo, podría cometer alguna estupidez que conduzca al fracaso de la rebelión.››

Elmisai pronto debía iniciar un gran levantamiento en todo Tancor que obligara a Mulkrod a utilizar menos hombres en la más que probable invasión de Lindium. Ése era el motivo por el que Arnust había liberado a Elmisai y por ello le escoltaba durante su viaje de regreso. La rebelión debía producirse si los reinos de occidente querían alzarse con la victoria sobre Sharpast.

‹‹Cuantos más frentes abiertos tenga el Imperio mayor serán nuestras posibilidades de éxito.››

Para Arnust lo principal era cortar las líneas de abastecimiento del ejército imperial y luego conseguir que todo Tancor se alzara en armas contra Mulkrod, y así tener alguna opción de ganar una guerra que estaban perdiendo sin haber sido derrotados en combate, pero todo eso eran suposiciones de Arnust. Para conseguirlo antes debían pasar muchas cosas.

‹‹Las espadas de Sharpast tendrán que esperar, o que otros miembros de la Orden se ocupen. Yo no puedo hacerlo todo. Ahora esto es mucho más importante.››

Su prioridad era devolver a Tancor a su antiguo rey, lo demás se vería con el tiempo.

‹‹Todavía nos queda un largo camino. No estaré tranquilo hasta entrar en el bosque.››

No habían pasado más que unas pocas horas desde que Halon dejara la granja cuando empezó a sentir dolor en la herida de su espalda. Al principio lo ignoró, pero el dolor se hizo más patente a medida que avanzaba, por lo que, temiendo que los puntos se le hubieran roto, detuvo el caballo. Comprobó con disgusto que su herida sangraba.

‹‹No debí irme tan pronto —pensó Halon—. Debí hacer caso a Ervera. La herida no está curada ni mucho menos.››

Colocó sobre la herida una de las vendas limpias que le había dado Ervera y reanudó la marcha. Debía darse prisa por llegar a Rwadon. Halon había perdido sus medicamentos, plantas medicinales, antídotos y ungüentos al caerse del caballo cuando escapaba de los jinetes que le hirieron. Le dio mucha rabia ya que con ellos podía conseguir que el dolor de la herida disminuyera, aunque había gastado casi todo su repertorio antes de perderlo. Al cabo de un rato comprobó que la sangre no paraba de manar y decidió detenerse para tratar de parar la hemorragia. Primero encendió una pequeña hoguera para poder ver bien, luego se quitó la ropa y, con el tacto de sus dedos, intentó ver el alcance de la lesión. Al estar la herida en su espalda no podía verla, pero sí tocarla. Se lavó las manos con un poco de agua y comprobó que los puntos se habían abierto del todo. Sus dedos estaban llenos de sangre.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora