Arena, sudor y nubes negras II

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Con el paso de las semanas comenzaron a racionar las provisiones y el agua. Comían únicamente lo necesario para aguantar el día a día y solo bebían unos pocos tragos de agua, aunque, al poco rato de haber bebido, la sed volvía y sentían la necesidad de ingerir más, pero no se lo podían permitir. Sus vidas dependían de ello.

Por suerte, durante el largo camino encontraron algunos pozos de agua donde llenaron los odres y los caballos pudieron saciar su sed.

Según se adentraban en aquella tierra, el infinito mar de dunas se fue transformando en un paisaje menos arenoso y más rocoso. Piedras de todos los tamaños aparecían por todas partes, mezclándose con las dunas.

—Hemos entrado en las Tierras Yermas —dijo Arnust—. Ya estamos más cerca.

—No sé qué es peor, esto o el desierto que dejamos atrás —dijo Neilholm.

—Esto es más de lo mismo —dijo Dungor—. Sol, arena y rocas, muchas rocas. Creo que el infierno debe ser parecido a esto.

—Un esfuerzo más y llegaremos al mar —les dijo Arnust, tratando de animarles.

Pero aquel esfuerzo se tradujo en más largas jornadas bajo el sol abrasador. Marchaban más rápido, puesto que pisaban un suelo algo más duro. Ya no hundían sus pisadas en la arena, pero se desgastaban las suelas de sus botas y zapatillas con las rocas. Todos los días les salían heridas provocadas por las rozaduras de la piel con la silla de montar, quemaduras por el sol y ampollas en los pies que se reventaban al pisar el suelo. Por las noches se acostaban soportando los dolores que acumulaban en el día a día, intentando conciliar el sueño bajo las incómodas rocas de esas tierras.

Una noche, mientras trataban de encender una pequeña hoguera, Arnust se acercó a Elmisai, que estaba sentado junto a Umdor. Los dos compatriotas hablaban sobre el Bosque Maldito y de las acciones de pillaje que la resistencia había realizado en los últimos años. El mago les interrumpió.

—Me gustaría hablar con Elmisai a solas —le dijo Arnust a Umdor.

Éste asintió y acto seguido se levantó y se fue.

—Nunca dejaré de estar agradecido por lo que habéis hecho por mí —le dijo Elmisai antes de que Arnust empezara a hablar.

—He hecho lo que consideraba correcto —dijo Arnust—, pero ha sido también algo necesario. Te necesitamos, Elmisai; necesitamos tu ayuda.

—¿La ayuda de un rey sin trono?

—Un trono que puede ser recuperado.

—¿De veras lo crees? No negaré que he soñado con recuperarlo desde que me rescatasteis, pero también trato de ser realista.

—No habrá un mejor momento para recuperarlo. Sharpast está en guerra con los reinos de Lindium y ha demostrado que no es imbatible, sus ejércitos pueden ser derrotados y el Imperio ya no es tan fuerte como antes. Vuestro pueblo puede volver a creer en vos, la resistencia puede crecer y el descontento puede florecer en forma de rebelión. Tancor solo necesita a un líder, y ése sois vos.

—¿Queréis utilizarme contra Sharpast? ¿Por eso me habéis rescatado?

—No voy a negarlo. Te necesitamos, Lindium necesita toda la ayuda que pueda conseguir, y Tancor es la única que puede ayudar.

—Tancor es ya parte del Imperio.

—Sin duda que lo es, pero aún no se ha perdido del todo el espíritu de libertad. Vuestro pueblo solo tiene que recuperarlo, y con el regreso de su antiguo rey lo hará. ¡Levantad en armas Tancor! ¡Recuperad lo que es vuestro!

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora