Guerra en el Norte VII

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Siguieron el camino hasta llegar a una pequeña aldea que estaba abandonada, o eso parecía. Malliourn ordenó registrar las casas en busca de comida. Entraron una por una sin encontrar gran cosa: algunos granos de maíz y centeno, insuficiente para tantos hombres. En una de las casas encontraron una trampilla camuflada en el sótano. Malliourn entró con su espada desenvainada, seguido por Darm y otros soldados. Todo estaba oscuro. Iluminaron la estancia con las antorchas y, para su sorpresa, encontraron a algunas familias refugiadas allí dentro con algunas provisiones.

—No nos hagáis daño, por favor —dijo un anciano.

—No os preocupéis, somos hombres al servicio del rey —dijo Malliourn—. Solo buscábamos algo de comida.

—Apenas nos queda para nosotros, soldado —dijo el anciano.

—¿Qué ha pasado aquí? ¿Dónde está todo el mundo?

—El rey ha ordenado que todos nos refugiemos tras los muros de Vendram. Muchos han huido por temor a los sharpatianos.

—¿Y por qué no huís como los demás?

—Porque no queremos abandonar nuestras tierras y nuestras casas —respondió el anciano.

—Pero si os quedáis os matarán o esclavizarán.

—De todos modos, aunque nos refugiáramos en Vendram, los sharpatianos nos atraparán igual —dijo el anciano—. La guerra ya está perdida, por lo que preferimos morir en nuestras casas.

—Nosotros vamos a Vendram, podéis venir con nosotros si cambiáis de parecer —dijo Malliourn—. Podemos ofreceros protección hasta llegar tras los muros.

—Te lo agradecemos, pero ya hemos tomado nuestra decisión.

—Bien, pues... buena suerte.

La última etapa de la retirada fue más rápida. El terreno seguía siendo llano y la nieve había sido apartada de la calzada real, facilitando el tránsito. El frío, aunque persistía, al menos ya no era tan acuciante como al principio, y la comida y las caminatas les mantenían más calientes; todo ello ayudaba en su esfuerzo por llegar cuanto antes a la capital de Sinarold. Vislumbraron Vendram antes de la hora de la cena. Las puertas se abrieron de par en par para dejarlos pasar. Al otro lado, cientos de personas les recibieron con alimentos, agua y mantas. Los soldados, agradecidos, comieron y bebieron mientras recorrían las calles.

De los tres mil soldados de Vanion que habían llegado a Sinarold semanas atrás, regresaban a Vendram apenas la mitad, aunque a lo largo del día fueron llegando otros pequeños grupos que se habían dispersado tras la batalla. Muchos habían caído luchando en la puerta y había otros varios centenares de soldados de los que no sabían nada.

‹‹Puede que queden regimientos sitiados en alguno de los fortines —pensó Malliourn—. Tal vez los enlaces no llegaran a tiempo, o quizá lograran escapar, pero las avanzadillas imperiales habrán dado buena cuenta de ellos. Demasiadas bajas. Espero que el resto de las tropas de Sinarold corrieran mejor suerte.››

A petición del rey, Malliourn y los demás oficiales entraron en el palacio real, donde estaba reunido en esos momentos el estado mayor. El resto de la tropa permaneció en las afueras esperando a que se les asignara un lugar donde descansar, pero mientras lo hacían, sirvientes de palacio les trajeron mantas para calentarse y más comida para saciar su apetito. Era prioritario mantener contentos a los soldados que, sin siquiera pertenecer al reino, luchaban por Sinarold.

Malliourn entró en una sala en la que esperaba el rey; detrás de él entraron Darm, Luwert, Prolmar y otros oficiales. El rey de Sinarold, Krahim III, un hombre de edad avanzada, perteneciente a la antigua dinastía de reyes que había gobernado Sinarold desde antes de la llegada de los sharpatianos, esperaba inquieto en un pequeño trono que había al final de la mesa, donde también estaban sentadas algunas de las personas más eminentes del reino. Krahim había mantenido hasta entonces un pequeño reino que se había reducido a una pequeña península de tierra aislada del mundo, pero que en aquellos momentos estaba siendo invadida por fuerzas muy superiores y que habían perforado sus defensas. Todo lo que habían creado sus antepasados estaba a punto de desmoronarse, o eso parecía. Malliourn observó la única silla libre de la mesa, pero no se sentó.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora