El camino a la guerra IV

3.5K 192 1
                                    


Después de despedirse de sus compañeros cerca de los Montes Ancestrales, Nairmar y sus dos escoltas, Hernim y Dulbog, puesto que estaba anocheciendo y no había ninguna aldea en los alrededores donde cobijarse, se detuvieron a descansar en un herbazal llano. Encendieron un pequeño fuego con el que se calentaron, prepararon un poco de panceta y salchichas con las brasas, y se lo comieron con pan duro, acompañándose de un poco de vino. Después se acostaron, no sin antes reavivar las llamas con más leña. Hernim hizo el primer turno de guardia y Dulbog el segundo. Ninguno de los dos quiso despertar a Nairmar para que hiciera su turno, a pesar de que les había dicho que le despertaran para sustituirlos, puesto que ninguno de los dos estaba acostumbrado a que un miembro de la realeza hiciera turnos de guardia.

No reanudaron la marcha hasta el amanecer, para entonces Nairmar ya se había olvidado de su turno. Tomaron un desayuno frugal y siguieron su camino hacia el sur. Llegaron a Tharbard antes de la hora del almuerzo; allí les acogió el Señor de la ciudad, que les invitó a su mesa, degustando multitud de platos típicos de Hanrod. A Nairmar le encantó especialmente las patatas cocidas con tomate, chorizo y pimiento picante. El Señor de la ciudad, que estaba encantado de recibir en su casa al príncipe heredero de Vanion, se mostró en todo momento muy amable y no paró de hacer cumplidos e inclinaciones con la cabeza hacia Nairmar, a pesar de ser extranjero. Al terminar la comida les invitó a pasar el resto del día en la ciudad y a dormir en sus aposentos privados, pero Nairmar, tras agradecer su hospitalidad, negó repetidas veces la invitación, pues debían llegar cuanto antes a Lasgord. Nairmar no quería demorarse más de lo necesario. Muy agradecidos por el buen trato recibido abandonaron la ciudad y siguieron su camino.

Al anochecer llegaron al Pedregal. Sin saberlo, en esos momentos, Glorm estaba bordeando las montañas por el oeste, a muchos kilómetros de distancia; ellos, en cambio, tenían que atravesarlas para poder llegar a Vanion, al ser el camino más rápido, evitando de ese modo perder muchos días bordeando las montañas por el este.

El Pedregal era un sistema de montañas muy altas en el centro de Lindium. Acceder a ellas era muy complicado; la mejor forma de pasar era atravesando un sendero natural que era muy utilizado por viajeros y comerciantes para ir de Vanion a Hanrod y viceversa. Había también un sendero artificial construido para llegar antes a la capital de Landor, Wadesh, sin tener que dar el gran rodeo que suponía ir hasta allí dada su ubicación geográfica, pero ésa no era la ruta que debían tomar, puesto que ellos no iban a Landor. Penetraron en las montañas por el paso que les conducía a Vanion. Éste no era muy ancho, aunque podía ser transitado por carros. Su marcha resultaba lenta y tortuosa, pues había multitud de desniveles, grietas y muchas rocas de todos los tamaños que se desprendían, impidiendo su correcto tránsito.

Antes de que oscureciera pararon en un estrechamiento del sendero, pero no pudieron hacer una hoguera ya que no había suficiente leña en los alrededores; el terreno era rocoso y apenas había arbustos que crecieran allí. Tomaron pan duro con un poco de mantequilla y mermelada y se fueron a dormir. Ninguno hizo guardia esa noche. No había peligro. Si pasaba alguien por allí no les podrían ver ocultos entre las rocas en la oscuridad.

A la mañana siguiente, tras un breve desayuno, continuaron por el sendero. Los caballos marchaban más lentos que en terreno llano, pero avanzaban sin detenerse. A las pocas horas se encontraron con un contratiempo: dos hombres estaban parados frente a ellos en medio del sendero. Desde lejos no le dieron importancia al mero hecho de verlos detenidos sin más. Los dos estaban sentados sobre dos gigantescas rocas y no mostraron ningún tipo de reacción al verlos llegar, simplemente continuaron sentados mirando cómo se acercaban. Estaban a diez pasos cuando Nairmar se dio cuenta de que tenían armas ocultas tras sus capotes y se temió lo peor.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora