La sombra se expande I

1.5K 137 5
                                    


Rwadon. Principios de septiembre

Las noticias habían llegado con retraso. Nairmar mantuvo la calma. La flota de Sharpast estaba en camino, muy cerca ya de Rwadon, a pocos días de distancia. Lo habían preparado todo con antelación para la retirada, pues no querían verse sorprendidos. La mayor parte de los pertrechos estaban ya embarcados en los pocos barcos que quedaban en el puerto y se había organizado un repliegue ordenado para cuando llegara el momento. Ahora que la flota imperial se dirigía hacia su retaguardia para cortar su única vía de escape, solo les quedaban dos posibles salidas: quedarse en la ciudad, lo que sería un suicidio ya que estarían sitiados por tierra y bloqueados por mar, con las opciones de morir de hambre o rendirse; y la otra posibilidad era retirarse y rezar para que Mulkrod no cruzara el Mar Oriental e invadiera su tierra, algo que Nairmar no creía posible.

Aunque retirarse era lo más sensato, tampoco era una decisión fácil, ello implicaría aceptar que la campaña en el este había sido un rotundo fracaso; eso, en cierto modo, era fácil de asumir. Lo que más quebraderos de cabeza le producía era el hecho de que estaba condenando a su pueblo a que sufriera directamente las penurias de la guerra. Podía seguir resistiendo en Rwadon unos meses más, ganando más tiempo; con un poco de suerte el invierno se les echaría encima y Mulkrod tendría que posponer la posible invasión. Pensó seriamente sus opciones y consultó a sus oficiales para saber su opinión. Incluso ellos estaban divididos. Al final tuvo que tomar la decisión solo. Lo hizo unas horas más tarde de recibir la noticia, prevaleciendo lo más sensato. Ordenó que las tropas empezaran a embarcar en los barcos de la flota. Volverían a casa.

Nairmar recordó todo lo que había sucedido en las semanas anteriores. Se habían tomado decisiones difíciles de las que él no había sido partícipe. Contra todo pronóstico, el general Malliourn había abandonado Lwigthug semanas atrás, partiendo con la flota para poner a salvo a sus fuerzas antes de sufrir un asedio, mientras que Nairmar y sus hombres permanecían sitiados en Rwadon sin ninguna ayuda en el continente. Estaban completamente solos. Aquel movimiento inesperado de Malliourn le sorprendió, pues el general, al igual que él, era un acérrimo defensor de mantener la guerra en tierras imperiales para retrasar la posible invasión y, además, se había preparado a conciencia para defenderse de un asedio de las tropas imperiales en Lwigthug. No obstante, se había marchado de Tancor dejándole solo.

Nairmar se sintió ofuscado cuando se enteró; sintió unas ganas enormes de marcharse también a Lindium o de haberlo hecho cuando lo hicieron Nulmod y Valghard nada más llegar a Rwadon tras la retirada. Sin embargo, en ese momento no hubiera sido posible, pues cuando Nairmar recibió la carta no contaba con suficientes barcos para trasladar a todos sus hombres al mismo tiempo. Las flotas de Hanrod y Landor eran más numerosas que la de Vanion, que no llegaba al centenar de barcos de transporte y mucho menor era el número de embarcaciones de guerra. Las pocas naves con las que contaban las había usado Gwizor hacía más de un mes para retirar a la mitad del ejército de Vanion, y el resto los había usado Malliourn para sacar a sus hombres de Lwigthug.

En la carta que le escribió le animaba a que se retirara pues era ya inútil defender Rwadon, y le pedía disculpas por haberle dejado solo, y que solo había tomado la decisión de marcharse al darse cuenta de que con los barcos que disponían no podrían embarcar a la vez a todas las tropas de Vanion que quedaban en el continente; por eso Malliourn se anticipó y partió con sus barcos primero. Nairmar se sintió un poco engañado. Malliourn era para él uno de los hombres más capacitados del ejército y una persona a la que estimaba mucho; podía considerarle incluso un amigo, pero les había dejado solos. A pesar de ello, Nairmar entendía que no había tenido más alternativa que la de retirarse o quedar atrapados. Había sido una acción acertada.

—Nuestra presencia aquí es ya meramente testimonial —les dijo Nairmar a sus subordinados—. Es solo cuestión de días que abandonemos la ciudad, si es que no nos echan antes.

—Por tierra no podrán hacerlo —dijo Hernim—. Nuestros hombres detendrán cualquier intentona enemiga para tomar la muralla.

—La tierra no es lo que me preocupa, sino el mar. La armada imperial llegará pronto. Entonces estaremos perdidos. Cuando regresen nuestros barcos procederemos a la retirada, antes de que sea demasiado tarde.

Los barcos de la flota que trasladó a Gwizor hasta Vanion regresaron antes de que llegara la armada imperial. Habían pasado días angustiosos temiendo que el enemigo llegara antes que las embarcaciones que necesitaban para retirarse del continente, bloqueando su salida por mar, pero, para su alivio, las naves llegaron a tiempo. Aun así Nairmar no quiso abandonar Rwadon hasta que la flota enemiga estuviera cerca, ganando el mayor tiempo posible para que Rwadon siguiera sin estar en manos imperiales.

Días después uno de los veleros más rápidos había avistado a la flota cerca de Milthik y regresó deprisa para informar. Tenían un margen de dos o tres días para abandonar la ciudad. La descripción que dieron del tamaño de la flota era terrorífica: hablaban de miles de barcos, una cantidad exagerada según Nairmar. A pesar de ello, al escucharlo sintió un escalofrío y se le hizo un nudo en la garganta. Todo pasó muy rápido por su cabeza, pero nuevamente su mente regresó a la realidad.

La orden de retirada fue dada y la operación de retorno comenzó. Las tropas empezaron a embarcar inmediatamente, pero en pequeños grupos para no llamar demasiado la atención de los habitantes de la ciudad, y para no dejar las murallas desprotegidas. Si los sharpatianos se enteraban de que intentaban escapar, se lanzarían sobre la ciudad con todas sus fuerzas. Nairmar temía que, si los ciudadanos descubrían que el ejército de Vanion estaba huyendo como ratas ante un incendio, podían intentar pactar con el enemigo para evitar las represalias del Imperio por colaborar con ellos. Si eso ocurría se podían complicar mucho las cosas.

Durante el primer día subieron a los barcos los últimos víveres, pertrechos y a la mitad de la guarnición; había que hacerlo poco a poco y sin que pareciera que se estaba produciendo un verdadero éxodo. Todo se llevó a cabo con la máxima discreción, pero los ciudadanos de Rwadon no estaban ciegos y comenzaron a mostrarse inquietos. Nairmar, para evitar que nadie intentara escapar y avisaran a los sharpatianos de lo que estaba pasando, ordenó que duplicaran la guardia en las murallas y en todas las entradas a la ciudad. Durante el día ningún barco partió de puerto ya que, de haberlo hecho con la claridad del día, los sharpatianos habrían visto a los barcos zarpando y se darían cuenta de que huían, lo que probablemente conllevaría un ataque total de todas las fuerzas enemigas sobre la ciudad.

Hernim y Dulbog contemplaban el embarque de tropas. Querían subir cuanto antes a los barcos pues ya nada les retenía en Tancor, pero Nairmar les había pedido que se quedaran con él para ayudarle a mantener el control en la ciudad durante el embarque. Los dos se quedarían hasta el final. Serían los últimos en dejar Veranion.

—Está oscureciendo —dijo Dulbog—. Me temo que hoy no nos marcharemos.

—Puede que mañana —dijo Hernim, suspirando.

—Mañana puede que estemos muertos.

—Te preocupas demasiado. Mañana a esta hora estaremos ya subidos a uno de esos barcos y olvidaremos todo esto.

—¿Y si atacan antes de embarcar? Seremos ya muy pocos para defender las murallas.

—No nos han atacado en todos estos días, ¿por qué iban a hacerlo mañana?

—No sé, no me fío. Presiento que lo harán. Tarde o temprano se darán cuenta de que escapamos en masa.

—Si es así cumpliremos con nuestro deber, pero antes volvamos al castillo. Quiero darme un homenaje. Podría ser el último.

—Vamos pues, pero presiento que mañana será un día duro.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora