La sombra se expande IV

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La flota imperial amarró en el puerto de Rwadon dos días después de su reconquista. Había sido un viaje muy lento; los vientos no les fueron favorables en casi ningún momento y en muchas ocasiones habían tenido que usar los remos para moverse, además de que muchas noches tuvieron que dejar varadas muchas embarcaciones pesadas para no acercarse demasiado a la costa por culpa de la oscuridad y encallar en los muchos arrecifes del litoral de Tancor. Solo las naves más seguras, ligeras, rápidas y con capitanes veteranos que conocían bien la costa de Tancor siguieron sin detenerse día y noche. La flota, una gigantesca mole de barcos de todos los tamaños y tonelajes, se había dividido desde un principio en varios grupos debido a la lentitud de los grandes dromones imperiales, que se movían lentos pero imparables en la mar. En ese momento la retaguardia de la flota estaba a varios días de distancia.

Darwast se puso de acuerdo con Rundog, el almirante de la flota, para que juntos lideraran una avanzadilla que se adelantara al resto e intentara sorprender a la flota enemiga en Rwadon. Esperaban encontrarse una ciudad todavía en manos de los soldados de Lindium, por lo que habían preparado a la vanguardia de la flota lista para entrar en combate en caso de encontrar resistencia a las afueras del puerto, formando una larga línea de barcos con la que pretendían rodear a cualquier flotilla enemiga que se encontrara en las cercanías; y, si no encontraban resistencia, bloquear el puerto para que ninguna nave escapara. No solo no encontraron resistencia, sino que además les recibió una carabela que les dio la noticia de que la ciudad estaba ya en sus manos. Era una de las naves ligeras que el almirante Rundog había enviado semanas atrás para averiguar el número de barcos enemigos en la zona, pero cuando ésta llegó ya no había enemigos en la ciudad, así que la nave permaneció en el puerto hasta ese momento. Ahora que tenían el camino libre tendrían que decidir si proseguían con los preparativos para la invasión o la posponían hasta la siguiente primavera.

Darwast desembarcó en el puerto nada más llegar. Estaba cansado y aburrido. Montar en barco no le agradaba, pero tenía que dar ejemplo y soportarlo sin mostrar debilidad. Pronto tendrían que embarcar de nuevo para cruzar el mar hasta Lindium.

Aún no se había acomodado en su nueva habitación cuando el Emperador solicitó su presencia. Mulkrod estaba impaciente por empezar la invasión y quería tener todos los cabos bien atados. Darwast, junto con muchos de los altos mandos del ejército de tierra y la flota, se dirigió a la sala de mapas que había en la fortaleza; allí se reunieron para debatir la situación. Después de que los oficiales saludaran respetuosamente a Mulkrod, éste pidió que Rundog iniciara la sesión.

—He enviado a nuestras naves más veloces a las costas de Lindium para averiguar el paradero de las flotas enemigas. Tenemos que controlar sus movimientos. No quiero que nos sorprendan durante la travesía ni mientras desembarcamos. Sin embargo, nuestra superioridad es aplastante. Eso debería ser garantía suficiente. Me preocupa más que nos sorprenda un temporal.

—No te preocupes por eso, Rundog —dijo Mulkrod—. Nuestros barcos son sólidos como muros. Los hemos construido para que resistan cualquier tormenta.

—Aun así sugiero que aplacemos la invasión para primavera —dijo Rundog—. Es lo más seguro.

‹‹Es la primera vez que veo que Rundog se comporta con sensatez —pensó Darwast, extrañado—. No es propio de él.››

—¡No se aplazará! —dijo Mulkrod, alterado—. ¿Sabéis lo que ha costado movilizar a la flota y al ejército? ¿Sabéis cuánto le cuesta a las arcas imperiales? ¡Eh! ¿Alguien lo sabe?

Nadie dijo nada, nadie se atrevió siquiera a negar o a asentir.

—No, no lo sabéis —prosiguió Mulkrod—. Si esperamos a que llegue la primavera estaremos en la ruina. Ya tenemos bastantes problemas de fiscalidad como para mantener un ejército tan numeroso inactivo durante el invierno. Tendría que licenciarlo con los costes que eso conlleva, para luego movilizarlo de nuevo en la primavera, eso nos dejaría endeudados y sin recursos, así que olvidaros de aplazar la maldita invasión. Rundog, preocúpate solo de que mi ejército cruce el mar y llegue sano y salvo a Lindium.

‹‹Muy arriesgado de todos modos —pensó Darwast, dubitativo—. Tampoco creo que estemos preparados para soportar un invierno tan lejos de nuestras líneas de abastecimiento. Debo intentar hacer entrar en razón a Mulkrod. Nadie más se va a atrever.››

—¿Y qué hay del invierno? —preguntó Darwast—. El mal tiempo se nos echará encima antes de acabar la campaña. Opino lo mismo que Rundog; deberíamos reconsiderar el hecho de esperar a la primavera. Cueste lo que le cueste, la invasión debe retrasarse. Es demasiado arriesgado. Además, no es recomendable que salgamos del continente mientras el norte de Tancor está en rebelión.

Mulkrod respondió al instante. Debía imponer su criterio por muy razonables que fueran las palabras de Darwast, por algo él era el Emperador.

—La rebelión es un problema menor —dijo Mulkrod—. Ya he enviado a Niemrac con un ejército para que la sofoque, y el tiempo no debe preocuparnos. La campaña en Sinarold la realizamos en invierno para preparar a nuestro ejército para todo tipo de inclemencias, y allí el tiempo era mucho más duro que el que nos espera en Lindium. Estamos preparados para soportar el más crudo invierno. Ni los rebeldes ni el frío me impedirán invadir Lindium.

‹‹No va a cambiar de opinión diga lo que diga. Será mejor que no insista.››

—Como deseéis, majestad —dijo Darwast, inclinándose respetuosamente. Conocía de sobra a Mulkrod y sabía que cuando tenía una idea en la cabeza no había forma de hacerle cambiar de parecer, y tampoco le convenía contrariarlo demasiado. Se miró el dedo amputado y recordó el angustioso momento en el que el guardaespaldas del Emperador le cortaba uno de los dedos de su mano por una rabieta de Mulkrod. Él había sido el que había pagado con creces la derrota en el Llano de Goldur, y eso que no había participado en ella. Darwast se olvidó de su dedo cercenado y se centró de nuevo en lo que decía Mulkrod.

—Bien. Una vez tomemos varias ciudades enemigas podremos dejar acantonado al ejército para pasar el invierno, luego proseguiremos el avance por todo Lindium. Nada podrá detenernos. Todo occidente será nuestro.

—¿Qué hay de los suministros? —preguntó Milust, el general de los sharpatianos—. ¿Podremos alimentar a todo el ejército con los envíos de la flota?

—Viviremos sobre el terreno si hace falta —dijo Mulkrod, disgustado porque le siguieran contrariando—. Esto es una guerra, maldita sea; pareces nuevo en esto, Milust. Ya hemos hablado de la invasión antes y estabais todos de acuerdo, sin embargo, ahora no hacéis más que poner trabas. ¿Acaso os da miedo cruzar el mar? ¿Os da miedo un poco de nieve, un poco de lluvia, un poco de viento? La invasión se producirá en la fecha prevista, pero antes debemos encontrar una zona óptima para desembarcar a nuestras tropas, y también quiero conocer los movimientos de la flota enemiga. —Buscó aprobación en los rostros de sus oficiales. La encontró—. Bien. Empezad a prepararlo todo, todavía queda mucho por hacer.

Los generales abandonaron la sala en silencio. Algunos todavía no estaban del todo de acuerdo con Mulkrod, pero ninguno se atrevía a seguir contrariando la voluntad del hombre más poderoso del mundo. Todo estaba ya decidido. La invasión era inevitable e inminente.

‹‹Todavía podemos tardar semanas en embarcar al oeste —pensó Darwast mientras se marchaba—. La mayor parte de la flota está en camino y todavía hay que reaprovisionarse. Estaremos muchos días en alta mar y tenemos a miles de bocas que alimentar, pues vamos a invadir Lindium con más de cien mil hombres, además de las bestias y los marineros de la flota. ¿Cómo podremos alimentarlos cuando desembarquemos? Si es que acaso no nos sorprende una tempestad y nos hundimos. Si lo logramos tendremos provisiones para unas pocas semanas y después... después podremos estar ya muertos y ya no importará, pero si tenemos éxito el Imperio alcanzará su cenit, aunque para lograrlo mucha gente inocente morirá. Siempre por lo mismo, la guerra. ¿Cómo puede seguir gustándome después de todo lo que he visto? Pero esto es inevitable, así funciona este mundo. La guerra es lo que forja los imperios.››

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora