Rebelión y espadas XVI

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En el Desierto. Sur de Sharpast

Miternes, obedeciendo el mandato de su padre, condujo a Halon y a Maorn hasta las afueras de Zangorohid. Anochecía cuando llegaron, por lo que hicieron un alto para cenar y calentarse junto a una hoguera. Miternes y los demás nómadas, como no iban a entrar en las ruinas, les aconsejaron que esperaran a que amaneciera. Y así hicieron.

Cuando despertaron al día siguiente, Miternes y los suyos se habían marchado llevándose consigo los dos caballos que les prestaron. Volvían a estar de nuevo solos.

—Dijeron que solo nos acompañarían hasta las ruinas, y eso han hecho —dijo Maorn—. Han cumplido.

—Extraña manera de ayudarnos —dijo Halon.

—No creo que nos estuvieran ayudando, solo se aseguraban de que nos alejáramos lo máximo posible de sus hogares. No se fiaban de nosotros.

—Yo me alegro de quitármelos de en medio.

Después de un breve desayuno a base de leche de cabra y carne seca, se pusieron en marcha. Enseguida entraron en las ruinas.

—¿A quién se le ocurriría la idea de construir una ciudad aquí? —preguntó Maorn, nada más entrar.

Halon recordó lo que sabía sobre Zangorohid. En Oncrust, durante sus años de aprendizaje, había estudiado la historia y geografía de los antiguos reinos. Zangorohid había pertenecido una vez a una prospera civilización muy antigua.

—Esta ciudad se levantó hace más de mil años —le contestó—, mucho antes de la llegada de Sharpast. Según dicen, estas tierras eran muy fértiles y rebosaban vida. Sus habitantes vivían en paz y armonía hasta que Sharpast llegó, aniquilando a toda una civilización. Desde entonces la tierra se secó y no volvió a crecer la hierba. Toda esta región se convirtió en el desierto en el que estamos y la ciudad fue abandonada, convirtiéndose en este montón de ruinas.

Lo que quedaba de la ciudad ya no eran más que casas destruidas, edificios semiderruidos, escombros, adoquines viejos y desgastados, líneas de columnas que antes formarían palacios y templos, y mucha arena que lo cubría casi todo. Alrededor de la ciudad quedaban los restos de una muralla derruida, de la que tan solo perduraban los zócalos de piedra y algunas rocas de mampostería ocultas en parte por la arena. En el centro de las ruinas se podían ver edificios más altos y mucho mejor conservados que el resto de la ciudad, como si no hubieran sido objeto de los saqueos que la asolaron siglos atrás. Parecían los edificios sagrados de la ciudad, los lugares donde se refugiaron sus habitantes cuando cayeron los muros.

‹‹Es posible que Sharpast respetara los templos. No quiso enfurecer a los dioses —pensó Halon—. Al menos no demasiado.››

Anduvieron por la que una vez fue una antigua vía que atravesaba la ciudad por su centro neurálgico. Aún había restos de las rocas talladas de la antigua calzada. Después de varias horas recorriendo sin rumbo las calles de Zangorohid se detuvieron. No sabían por dónde empezar.

—Para ser un montón de ruinas esto es muy grande —dijo Maorn—. ¿Cómo vamos a encontrar la espada?

—Si estuvieras muy interesado en esconder una de las Cinco, ¿dónde la ocultarías? —le preguntó Halon.

—No lo sé, mi espada la encontramos en un subterráneo. Tal vez está oculta bajo tierra.

—¡Maldita sea! —dijo Halon, enfadado—. Esto nos supera. Debí haberlo pensado antes.

—O quizá esté en ese templo —dijo Maorn, señalando un edificio con forma de torre escalonada. Es lo que mejor se ha conservado de todo esto.

—Echemos un vistazo. No perdemos nada por mirar lo que hay dentro.

Entraron en el templo. Dentro había grandes aberturas en la roca que permitían la entrada de luz en el edificio, lo que facilitaba la perfecta visión de todo su interior. La puerta era monumental, con un gran arco y unos relieves de dioses muy bien conservados. Dentro había hileras de columnas gigantes que sujetaban el techo abovedado. Era una estructura alta de varias plantas a las que se llegaba por varias escaleras que había a ambos lados. En el centro había un espacioso patio con bancos de piedra desgastados, carcomidos por el tiempo o destruidos por la acción humana. Al fondo había un gigantesco altar y a su alrededor unas estatuas rotas de diversos dioses que para ellos eran desconocidos.

‹‹Sus dioses fueron olvidados cuando la ciudad cayó.››

—Aquí es donde todos venían a implorar a sus deidades en momentos de necesidad —dijo Halon—. El lugar donde los sacerdotes escuchaban su voluntad y la transmitían a los demás mortales. Nada pudieron hacer para salvarlos cuando Sharpast llegó. Los dioses nunca intervienen en los asuntos de los hombres.

—¿Cómo sabes todo eso? —le preguntó Maorn, sorprendido.

—Mira a tu alrededor —dijo Halon—. Observa las paredes. Son inscripciones muy antiguas. Nos cuentan la historia del templo antes de la conquista de la ciudad.

—¿Y de qué nos van a servir? Solo son garabatos.

—Si quieres encontrar algo tienes que observar y ser paciente.

Halon comenzó a dar vueltas por todo el templo. Quería examinarlo detenidamente. Mientras tanto, Maorn esperaba sentado junto al altar a que su compañero terminara. Las inscripciones habían sido talladas en la piedra muchos siglos atrás, pero aún se conservaban en buen estado. Halon las miraba atentamente en busca de cualquier indicio que pudiera ayudarlos a encontrar la espada. Todo le parecía muy interesante. No sabían casi nada acerca de esa civilización, pero podían aprender mucho de aquel lugar.

‹‹Muchos eruditos estarían encantados de venir hasta aquí y descubrir los secretos que alberga para averiguar más cosas de estas intrigantes ruinas.››

Dentro de su propia orden había muchos magos que estarían interesados en estudiar a fondo las inscripciones y averiguar más cosas de esa civilización desconocida para ellos.

‹‹Seguro que a Arnust le hubiera gustado estar presente. La historia de nuestro pasado es apasionante.››

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora