Capítulo 81

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Mi celular suena de repente, lo alcanzo estirando mi brazo y leo en la pantalla: Mariana Britt.

—Buenos días, cuñada —habla Mariana a través de la línea—. ¿Qué tal Puerto Rico?

—Buenos días, Mariana. De maravilla —me levanto de la cama—. Muchísimas gracias, de verdad. ¿Sucedió algo? —pregunto.

—No, cariño, todo está bien. No te preocupes, solo te llamaba para recordarte nuestra cita de hoy.

—¿La práctica del desfile? —pregunto.

—Correcto, Janine. Estaré en tu casa a las 18:00.

—No hay problema con eso, nos vemos entonces.

—Excelente. Bye —cuelga.

—Adiós —bufé.

Me llevo el celular a la frente, fue una mala idea haber aceptado. Azael se para en la puerta con solo una toalla en la cintura, me sonríe negando con la cabeza.

—¿Has perdido algo? —inclino mi cabeza hacia mi hombro, haciendo un puchero.

—Mi mujer no me acompañó a ducharme.

—Si tu mujer hubiera entrado, no habrías salido a tiempo para tu reunión.

—Tienes razón, pero no es algo que me agrade —frunce el ceño, sonriendo de lado.

—Vístete, me distraes —digo, enredando la fina sábana a mi cuerpo como una cría en su primera vez, lo sé.

—En cambio, solo de verte en la cama, estoy pensando en no ir a trabajar hoy —se carcajea. Le lanzo la almohada, pésimo tiro.

—Tienes responsabilidades, Azael —me levanto de la cama. Mala idea, siento algo bajar por mi entrepierna. Lo miro sorprendida—. ¡AZAEL!

—¿Qué? —se carcajea.

—Por eso te reías tanto, eres un maldito asqueroso —chillo, caminando al baño a toda prisa—. ¿No podrías acabar en otro lugar? —pregunto.

—Eres mi huésped —me lanza un beso.

—Maldito cabrón —le golpeo el hombro, sigue riendo.

Abro la puerta del baño, dejo la sábana caer al piso, la recojo y la dejo en un cesto esquinero de ropa sucia. Deslizo la puerta de vidrio de la ducha, abro el grifo, dejando que el agua caiga sobre mi cabello y cuerpo, y realizo mi higiene personal habitual.

Luego, busco una toalla de las dobladas cerca y la coloco sobre mi cuerpo. Camino hacia el guardarropa y elijo un vestido de cuello alto con mangas largas, color verde esmeralda, con una abertura en línea en el lado izquierdo, "no tan" pronunciada. Tiene botones dorados en las muñecas. Lo combino con unos lindos zapatos de punta, taco medio, de tono rojo. Dejo mi cabello suelto, con ondas muy suaves. Mi maquillaje es muy natural, solo en los labios aplico un tono rojo. Cojo mi bolso de mano negro con mis pertenencias, un poco de fragancia, y salgo de la habitación. Bajo con cuidado las escaleras. Azael está sentado en la mesa del comedor, leyendo el periódico. Camino junto a él, besando su mejilla y sentándome a su lado. Desayunamos muy a gusto, conversando sobre temas de trabajo y lo que haremos hoy, dentro del auto.

—Tengo que ensayar para el desfile del sábado —digo, haciendo una mueca.

—Lo resolverás, no te preocupes —coloca su mano en mi pierna descubierta.

Durante el viaje, Azael se dedica a contestar llamadas; después de todo, tenemos muchísimo trabajo. Este mes ha sido el más ajetreado del año hasta ahora.

En mi oficina, reviso algunos correos atrasados de la semana pasada, leo el presupuesto y otras tareas de mi trabajo.

Camino con una taza de café en mano, leyendo unos documentos, cuando tocan la puerta, sorprendiéndome.

—¿Qué haces en mi oficina? —pregunto, dejando mi taza de café encima del escritorio.

—¿Todavía tenemos rencores, querida Janine? —hace un desagradable puchero.

—No pierdo mi tiempo en eso —digo, caminando hacia ella—. ¿Qué deseas? —me cruzo de brazos.

—Así que eres igual que April Anderson —dice, sentándose en uno de los sillones. Estoy perpleja.

—No entiendo de qué hablas —aclaro mi garganta.

—Te explico —alza las cejas—. Debes conocer a Víctor Esparza, el cuñado de Mariana.

—Sí —hago un ademán con las manos.

—Su esposa era idéntica a ti —coloca su mano en su frente.

—Te referías a su parecido conmigo —digo con tono neutral.

—No es parecido, querida, son idénticas, solo que tú eres más desagradable —sonríe de lado.

—No eres la única, yo también vi su fotografía —digo—. Tuvimos un encuentro, no te preocupes por nada —camino directamente a mi escritorio y me siento.

—No me preocupa, solo quería verte y sacarme esa duda. Ya sabes, este tipo de cosas no se ve todos los días —dice, sonriéndome. Aplaude y se levanta—. Estás ocupada, así que te dejo, querida. Tengo una reunión con tu marido, así que vine antes para sacar esta loca idea de mi cabeza.

—¿Loca idea?

—Que puedes ser April Anderson —dice, sonriendo.

Me carcajeo—. ¿Qué ganaría haciéndome pasar por alguien más, Carolina?

—No podría contestar esa pregunta, querida, pero como te dije, es una loca idea.

—Absurda, para ser claros.

—Exacto —dice con sarcasmo—. Que tengas buena tarde, querida.

Me quedo estática en mi asiento, sin ninguna expresión en mi rostro. Los síntomas de ansiedad se hacen presentes, corro hacia la puerta cuando mis sentidos hacen caso a mi cerebro, me hago bolita, tratando de respirar. Mis oídos laten, mi cerebro explota, mi visión está borrosa. ¿Qué está pasando? ¿Qué acaba de pasar? ¿Este es un nuevo juego? Respiro muy profundo, pero el aire en mis pulmones es muy escaso.

Media mareada, camino hacia el sillón, trato de respirar una y otra vez, pero es casi imposible, siento que me estoy asfixiando. Golpes en la puerta se hacen presentes. Camino de manera lenta, controlando mi ansiedad. No quiero que Carolina piense que tiene razón. Por coincidencia de la vida, Lisbeth está aquí. Me observa sonriendo, pero se desvanece en su rostro al entrar y cerrar la puerta con la perilla.

—¿Qué ha sucedido? —me mira, esperando una respuesta—. ¡Janine! —tomo un par de respiraciones.

—No lo sé —coloco mis manos en mi cabeza.

—¿Dónde están las pastillas? —pregunta.

—En mi bolso —señalo. Lisbeth se levanta a toda prisa, buscando mi medicamento, que no tomo de forma constante, solo cuando existen estas crisis.

—Tómala —me la extiende con un poco de agua en un vaso.

—Gracias —digo entrecortado.

—¿Qué ha sucedido? —vuelve a preguntar.

—Carolina —tomo unos minutos—. Lo sabe, o sospecha, no lo sé —comienzo a llorar.

—Tranquilízate —me toma de las manos—. Explícame, ¿qué sabe?

—Según ella, se le metió en la cabeza que soy April Anderson —me mira sorprendida.

—Es decir, ¿la esposa de Víctor? Esto no es bueno —asiento, limpiándome las lágrimas de las mejillas.

—Vino a decírmelo, muy sarcástica, no lo sé, Lisbeth.

—Tú relájate, recuerda que hicimos de ti una Janine Dávila sin problemas.

—No puedo perder a Azael —rompo en llanto sobre las piernas de Lisbeth.

—No lo perderás, te lo aseguro. Vas a hacer lo que te diga —asiento.

Sálvame: El cambio que hace el amor verdadero a alguien con corazon de HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora