—Me encontré con una persona que creía que nunca volvería a ver en la vida —digo, tratando de contener mis lágrimas.
Respiro profundamente.
—¿Es tan terrible? —me mira con angustia. Solo asiento mientras rompo en llanto. —Llora todo lo que necesites, cariño. Aquí está la abuela Aurora —acaricia mi espalda. Lo que ahora necesito es que Azael no se entere de que soy una farsa. —¿Me lo dirás cuando estés preparada? Si quieres, le digo a los de seguridad que lo saquen —suspiro con los ojos cerrados, me doy unos minutos y los vuelvo a abrir.
—No te preocupes, estaré bien —coloca su dedo índice bajo mi barbilla, alzándola para mirarme.
—Eres una niña orgullosa —me mira sonriendo— Pero estoy aquí para lo que necesites. Soy una anciana que da buenos consejos —me guiña un ojo con sus arrugas ya pronunciada por la edad.
—Gracias, Aurora. Azael no... —abren la puerta de la habitación, interrumpiéndonos y haciéndonos sobresaltar.
—Cielo, te estaba... ¿Por qué estás llorando, nena? —corre hacia mí, se arrodilla para verme. Siento cómo mi corazón se está despedazando poco a poco.
—Es una señorita muy sensible —dice Aurora mirándome.
Trato de no reírme por su advertencia con los ojos.
—¿Por qué lloras? —vuelve a preguntarme, preocupado.
Abro la boca un par de veces, pero el nudo en mi garganta no deja que salgan las palabras. Quiero llorar, estar en mi cama arropada y seguir acostumbrándome sin tormentos a mi alrededor.
—Por el anillo que me dio tu abuelo —se lo entrega, dejándome un poco aturdida. Esta señora es más astuta que yo — Los dejaré solos. Debes entregárselo a tu futura esposa, Azael — le advierte Aurora a su nieto, dejándome con los nervios a flor de piel — Que sea la última vez, muchachito, que entras a mi habitación sin mi permiso - Antes de cerrar la puerta comenta.
Sonríe inocente. Aurora cierra la puerta y Azael me observa. —¿Te pusiste sentimental? —dice, sacándome de mis pensamientos.
—Un poco —absorbo mi mucosidad discretamente.
—Debemos salir, mi padre va a hablar — rueda los ojos.
—Debo retocar mi maquillaje. Debo estar horrible —digo, limpiando debajo de mis ojos.
—Estás hermosa, incluso con lágrimas y mucosidad —me acaricia la mejilla. Reímos. —Siento que te sientas mal por mi culpa —aclaro mi voz llamando su atención.
—No es tu culpa —cojo su rostro por primera vez, y él posa su vista en mí—. Solo son hormonas femeninas. Puede ser que venga mi periodo —me encojo de hombros. Hace una mueca de lado.
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Sálvame: El cambio que hace el amor verdadero a alguien con corazon de Hierro
RomanceApril Anderson es una joven dulce, humilde y extrovertida que, a lo largo de los años, ha enfrentado experiencias desgarradoras que ninguna mujer debería soportar. A pesar de los desafíos, su espíritu resiliente y su corazón amable la mantienen en p...