Mis manos están hechas puños, sin sentir la cantidad de fuerza que aplico. Mi cerebro ha dejado de responder a las señales de alerta, mi cuerpo está estático, un cascarón vacío sin alma. Mis ojos no se apartan de la figura al volante.
Un codazo en mi brazo me saca del trance. Erika me mira, analizando mi expresión.
—Estás pálida, ¿qué te pasa? —me susurra al oído.
—¿Dónde vamos? —le pregunto entre dientes, sintiendo que me voy a desmayar.
—Ni idea. El gorila que está de copiloto dijo que nos llevarían a verificar algo.
—¿Verificar qué? —miro a Erika con alarma, pero el musculoso conductor interrumpe.
—Hemos llegado, señora —dice mientras baja del coche. ¿En qué momento llegamos? Mis piernas tiemblan como gelatina.
—Gracias, es usted muy amable, pero ¿dónde estamos? —digo al bajar, mis sentidos en alerta. Las chicas se quedan en el coche, trago saliva.
—El señor Esparza la espera dentro de esa casa —me señala una casa deteriorada, rodeada de un desierto con algunos árboles.
—Disculpe, no tengo ninguna obligación de entrar ahí. Creo que se ha confundido de persona —frunzo el ceño.
—Perdón por traerla sin su consentimiento, pero las órdenes son órdenes, señora Britt.
—Me importa un carajo. ¿Mi esposo sabe de esto?
—No puedo darle una respuesta clara —responde. Respiro profundo, analizando su rostro pálido, su cuerpo tonificado, calvo y de apariencia simpática. No parece un maldito, pero nunca se sabe.
—Nat... —intento decir, pero me corta en seco, dejándome fría.
—nos indico que debe entrar sola, señora.
—¿Dónde está? —pregunto entre dientes, deseando correr.
—En la casa —repite, señalando el lugar. Camino hacia allí con la poca seguridad y paciencia que me queda.
Trato de tranquilizarme, pero mi labio tiembla. Tengo miedo, mucho miedo.
¿Ya sabe que soy su estúpida esposa que fingió su muerte? ¿El matrimonio falso? ¿Me chantajeará? ¿Comenzará mi tormento?
Intento relajarme, no es bueno adelantarse a los hechos. Entro en la casa vieja, rezando en silencio.
Me detengo al escuchar pasos que se acercan.
—Señora Britt, buenas tardes —me dice el hombre, tomando mi mano y besándola. Me siento asqueada.
—No digo lo mismo, señor Esparza —respondo algo grosera. ¡No sé qué hacer!
—Siento si la asusté —dice, examinando mi rostro.
—No fue la mejor manera de llamar mi atención —le respondo sin ganas.
—Obviamente no, señora Britt. Pero quería hablar de negocios, ya que usted también trabaja en esta línea.
—Disculpe, señor Esparza, pero hubiera preferido que fuera a mi oficina. Podría haberlo atendido, tanto yo como mi esposo, pero no de esta forma tan... "inusual".
—¿Algo más pacífico? —comenta sarcástico, poniéndose a mi lado.
—Sí —respondo entre dientes.
— Entonces señora britt ¿Podríamos irnos ahora? – Víctor me responde.
—Claro, somos familia después de todo —respondo sonrió de lado – es el cuñado de mi cuñada.
—Así es —murmura para el pero es audible.
—Nos podríamos ir ahora, realmente mi esposo estará preocupado.
—Con una mujer como usted, cualquiera —me sonríe.
Muerdo mi lengua.
—Gracias —digo, volviéndome hacia el coche. Víctor sube al asiento del piloto, dejando a su guardaespaldas atrás.
El viaje de regreso es interminable. Las chicas están concentradas en sus celulares mientras yo deseo que un coche me atropelle para poner fin a esta pesadilla.
Víctor me preocupa; no quiero darle la ventaja de saber que me tiene acorralada, en la palma de su mano. Al fin bajamos del coche, y el aire fresco llena mis pulmones, devolviéndome un poco de alivio. Entramos a la empresa, aunque ya hemos pasado la hora de almuerzo. Gabriela y yo nos ganaremos una buena reprimenda del jefe, Azael Britt.
En el ascensor, nadie habla, somos como desconocidos.
Las puertas se abren, revelando a un Azael cruzado de brazos, con el ceño fruncido y sonrojado.
Está enojado.
Si supieras que casi me da un paro cardiorrespiratorio.
—Antes de que digas algo —mira a Víctor, luego a Gabriela, y finalmente a mí—, eres mi esposa, pero eso no te da derecho a llegar dos horas tarde a tu trabajo. Aquí no tenemos preferencias.
¡Que lo rete a el, que lo eche LEJOS a este desgraciado que tengo alado!
—Creo que es mi culpa —interviene Víctor.
—¿Estabas con él? —Azael me mira, ignorando a Víctor.
—Yo... sí, se podría decir que andaba... yo... —me mira más ceñudo. Mi mente está en blanco.
—Yo la mandé a recoger —dice Víctor sin problemas.
—¿Ustedes se comunican seguido? —pregunta Azael con sarcasmo, señalándonos a los dos. Gabriela me mira confundida; le lanzo una mirada de ayuda, pero sé que no puede hacer nada, le tiene tanto respeto que mantiene la cabeza baja.
¡Carajo! Esto no va en una buena dirección.
—La verdad, no tengo ni su número —respondo por inercia.
—Entonces, ¿cómo se comunican, señora Britt? —su tono es sarcástico.
—Azael, yo...
—Britt, sólo nos vimos por un negocio —dice Víctor.
—Sí —respondo rápidamente.
—Esparza, estoy hablando con mi esposa —dice Azael, sin despegar la mirada de mí. Demasiados sentimientos encontrados por hoy.
—Él tiene razón, Azael. Sólo me llevó junto con las chicas a un lugar donde quería que verificara un terreno de construcción, pero le dije que tú eras el indicado, porque eres el jefe en eso. Yo solo estudio —sonrío de lado, sin saber qué más hacer.
—Bueno. Gabriela, cancela todas las reuniones del día de hoy. Quiero hablar del negocio de Víctor a solas.
—Sí, señor —asiente Gabriela, girándose, dejándome sorprendida y preocupada.
¿Comenzará el interrogatorio después?
Con el corazón aún acelerado, me dirijo a mi oficina. Cada paso retumba en mi cabeza, como si anunciara el inminente interrogatorio de Azael. ¿Qué tan cerca estoy de que todo se desmorone? Me dejo caer en la silla, intentando calmar mi respiración.
Mi mente se niega a dejar de pensar en lo que acaba de suceder. ¿Qué quería realmente Víctor? ¿Por qué Azael estaba tan furioso? Y, sobre todo, ¿qué significará esto para nosotros?
El silencio en la oficina es sofocante. Busco distraerme revisando los papeles en mi escritorio, pero no puedo concentrarme. Mi vista se nubla al recordar la mirada de Azael, llena de desconfianza y una pizca de decepción.
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Sálvame: El cambio que hace el amor verdadero a alguien con corazon de Hierro
RomanceApril Anderson es una joven dulce, humilde y extrovertida que, a lo largo de los años, ha enfrentado experiencias desgarradoras que ninguna mujer debería soportar. A pesar de los desafíos, su espíritu resiliente y su corazón amable la mantienen en p...