- Disculpa, pensé que era la habitación de mi cuñada Mariana, Janine – me responde con pesar observándome.
- Está a dos puertas, Víctor. Tu hermano se encuentra con ella – respondo un poco incómoda, sintiendo que me falta la respiración.
- Otra vez Janine, te ofrezco mi disculpa por mi atrevimiento - habla haciendo una mueca.
No es California imbécil.
- no te preocupes Víctor – hablo tragando saliva, sintiendo que estoy transpirando. – No es que te eche, pero voy a descansar un poco – camino hacia la puerta, esquivando cualquier contacto.
- ¡Oh, claro! – sonríe y sale sin ninguna respuesta de mi parte. Cierro la puerta detrás de él y suspiro profundamente.
- ¿Por qué a mí? – susurro antes de sentarme en el pequeño tocador, mirando mi reflejo sin articular ninguna palabra. Pequeñas lágrimas caen sobre mis mejillas y las limpio rápidamente, sintiendo los nervios de punta. Siento que mi presión arterial ha bajado; son demasiadas emociones en poco tiempo.
No estoy acostumbrada a pasar por estos sucesos de películas. Soy tan débil y por ello me maldigo.
Comienzo a cepillar mi cabello húmedo, sin dejar de pensar en miles de posibilidades para cambiar el juego a mi favor, aunque pensándolo bien, no sé quién tiene la ventaja.
Me levanto del pequeño asiento y camino a recostarme en la cama, pensando que el día de mañana será el último por unas semanas en esta habitación debido a la boda. Cojo el celular de la mesita que se encuentra al lado de la cama, revisando algunas cosas del trabajo que está realmente abandonado. Pero como seré la "esposa del jefe", estoy perdonada.
PRIVILEGIOS.
Según Azael Britt.
Comienzo a llamar a las chicas por videollamada. Mientras contestan, la cámara me enfoca y comienzo a hacer caras graciosas. En la segunda llamada, Gabriela contesta y se ve de fondo que se encuentra en la oficina. Le siguen Natalia y Erika, y la única que no contesta es mi compañera de edificio Lisbeth.
- Hello, girls – dice Natalia, tratándose de arreglar su labial.
- Hola, hermosas. ¿Qué tal el trabajo? – pregunto.
- Mejor que tú, no podríamos estar – alza sus cejas varias veces. Aunque sé de qué me están hablando, mis mejillas se ruborizan. Sin embargo, sé que no ha pasado nada.
- No hables estupideces – desvío la mirada hacia la ventana. – Mañana estaré con ustedes – digo, cambiando de tema.
- Nos hacías falta – dice Natalia, masticando su chicle.
- Lo sé – respondo. – Ustedes a mí también, chicas – hago un puchero.
- Natalia, el señor Velazco te solicita en la oficina – dice Miguel por la videollamada de Natalia. Ella nos sonríe, en señal de disculpa, y corta la llamada.
- Se nos fue esta mujer – comenta Erika. – Sabes, lo que no supero de tu fiesta de compromiso es la ex del señor Britt.
- Estoy de acuerdo – dice Gabriela. – ¿Cómo pudo hacer tal cosa, esa loca?
- Sí, ni me lo recuerden. Fue un momento épico – añado. – Nos interesa muy poco lo que ella haga o deje de hacer – aclaro. – Lo único que pido es que el día de mi matrimonio no haga un espectáculo – iba a continuar hablando, pero soy interrumpida por Azael.
- Eso no pasará, mi hermosa prometida – dice, dejándome en shock, mientras se acuesta a mi lado viendo con quién hablaba. Mis amigas, sorprendidas, cierran inmediatamente la videollamada, haciendo que mi futuro marido se carcajee.
Frunzo el ceño.
- ¿Qué diablos? – digo, desorientada.
- ¿No puedo saber con quién habla mi mujer? – dice, observándome con los brazos cruzados.
- ¿No? – frunzo el ceño.
- Al final, sé que no me pondrás los cuernos señorita Dávila - frunce su ceja - ¿tendré que preocuparme?
- ¿Quién sabe, señor Britt? – ruedo los ojos.
- Lo tendré presente – sonríe de lado. – ¿Crees que podrías quedarte hasta el día de la boda?
- ¿Es en serio? – hago un puchero.
- Es broma. Mañana tenemos que trabajar. La empresa no se administra sola.
- Me asustaste – digo tocando mi pecho – ¿Hoy me puedo ir a casa?
- Si deseas, Manuel, el chofer de mi abuela, está a tu servicio – dice, sacándose su camisa medio húmeda y dejando ver su tonificado cuerpo.
"Janine, controla tu saliva, hermana", pienso para mí misma.
- ¿No estás de broma, cierto? - lo miro alzando la ceja.
- No, Janine – dice, mirándome fijamente.
- Claro – aclaro mi garganta. – Quisiera no tener mucha presión esta semana, pero será imposible – desvío la mirada.
Azael coge una toalla, la coloca sobre su hombro, me sonríe de lado y entra al baño sin decirme nada.
Me levanto y guardo en el bolso la ropa que Azael me había comprado para los encuentros con sus padres.
Voy al tocador, guardando mis cosas personales que había traído, y en menos de lo que canta un gallo estoy lista para irme a dormir en mi camita.
Alzo la mirada, pero me arrepiento al ver la suculenta imagen del cuerpo desnudo de Azael, cubierto solo con una toalla.
- ¿Te irás? – dice, un poco desanimado, haciendo que mi corazón se encoja.
- Sí, Azael, Lisbeth está sola. Quisiera acompañarla en esta última semana
vaya excusa, ¿no había una mejor?, ¿Janine?
- Está bien, Manuel te espera – dice, caminando hacia mí y dejándome perpleja. Besa mi coronilla, haciéndome ruborizar. – Me encantó estar contigo este fin de semana.
- A mí igual – susurro, lo suficientemente audible, abriendo la boca un par de veces sin saber qué más decir.
- ¿Me dirás algo? – se gira, buscando algunas prendas que tapen su tonificado cuerpo.
- Por si te cuentan algo de una manera que no es – digo a su espalda.
- ¿De qué hablas, Janine? ¿Qué te sucede? – pregunta, impaciente, girándose.
- El hermano de tu cuñado, creo que se llama... ¿Víctor?
- Sí - afirma
- Entró por error a la habitación antes de que tú llegaras – digo, observando sus gestos.
- Qué bien que me lo hayas dicho – sonríe de lado.
Prefiero mil veces que piense que soy una mentirosa antes que una mujerzuela.
Bien hecho, Janine, bien hecho.
Agarro mi cartera fuerte. Luego de despedirme de la familia de Azael, que aunque todo sea una mentira, no me quejo del trato que tienen hacia mí.
Bajo las escaleras, viendo cómo Azael me abre la puerta del auto, siempre caballeroso.
Me da nuevamente un beso en la coronilla y me abraza, dejándome sorprendida. Sin desaprovechar el momento, le correspondo con una sonrisa.
- Te pasaré a recoger mañana – dice, mientras solo asiento, despidiéndome de esos ojos que se están enraizando en mi corazón.
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Sálvame: El cambio que hace el amor verdadero a alguien con corazon de Hierro
RomanceApril Anderson es una joven dulce, humilde y extrovertida que, a lo largo de los años, ha enfrentado experiencias desgarradoras que ninguna mujer debería soportar. A pesar de los desafíos, su espíritu resiliente y su corazón amable la mantienen en p...