—¿Janine, te sucede algo? —mi jefe me mira preocupado.
—Yo... estoy bien —carraspeo—. ¿Sí, claro?
—¿Segura? —asiento mientras me levanto del pequeño banco del parque.
—Necesito pensar, creo que por eso estoy así —asiente, comprendiendo a qué me refiero.
—¿Nos vemos mañana? —me pregunta antes de hacer lo mismo.
—Claro, aún soy tu empleada —bromeo.
—Claro que sí, la veré mañana temprano, señorita Dávila —sigue la corriente. Asiento, mirándolo antes de seguir el mismo camino de regreso a mi departamento. Mi mente está en una lucha interna por las decisiones que debo tomar.
No estoy totalmente segura de qué decidir, porque de mí depende la ¿felicidad? O, mejor dicho, ¿la tranquilidad? de mi jefe. Camino las últimas cuadras respirando entrecortadamente, con los nervios cada vez más exacerbados. Detengo mis pasos y miro al cielo, buscando algún tipo de respuesta, pero aún siento esa opresión en el pecho.
Creo que la vida me ha enseñado a tener miedo, aunque trato de ser fuerte y no mostrar señales de derrota, aunque los problemas vengan y se vayan. Comienzo a caminar nuevamente, un poco más tranquila. Este tema tengo que discutirlo con Lisbeth. Subo las escaleras y camino por el pequeño pasillo, ingreso las llaves y abro la puerta, saltando del susto al encontrarme con Lisbeth parada en la entrada, mirándome impaciente.
—¿Qué te dijo? —es lo primero que me pregunta mientras entro y camino hacia mi mueble favorito.
—Que no me dijo nada —le respondo, mirándola preocupada.
—Diablos, me dirás, desde que te fuiste no he dejado de comerme las uñas —hace un puchero. Intento sonreírle.
—Digamos que tengo una propuesta —respondo, mirando hacia un punto fijo.
—¿Qué propuesta, Janine? —dice entre dientes, su expresión se vuelve seria.
—De matrimonio —me encojo de hombros.
—¿¡Qué!? —se sienta a mi lado—. Es una broma —sonríe, mostrando los dientes. Frunzo el ceño.
—¿Por qué sonríes? —la fulmino con la mirada. No se da cuenta de lo difícil que es aceptar este tipo de propuestas. Ruedo los ojos.
—¿Y qué le respondiste? —me mira impaciente por mi respuesta.
—Que lo pensaría —me encojo de hombros—. Porque tenía que hablar contigo primero.
—¡Ay, tan bella mi amiga! Siempre piensas en mí —me lanza un beso y le sonrío.
—Claro que sí, pero parece que te encanta la idea.
—No es eso —se encoje de hombros—. Simplemente necesito que empieces a ser feliz. ¿Quién puede decir que este chico no será tu felicidad eterna?
—¿Felicidad eterna? Lo dudo. Simplemente es por un tiempo, Lisbeth —murmuro.
—Todo puede suceder, hermosa —rueda los ojos—.
—Sí, claro —asiento—. Pero ¿qué debo hacer? ¿Aceptar? Sabes los riesgos que tomaría —la miro preocupada.
—¿Crees que como estamos ahora no los corres? Siempre habrá obstáculos, Janine. Entonces, ¿por qué no arriesgarse por un poco de felicidad? No me lo niegues, te conozco muy bien. Te gusta.
—¿A quién no le gusta? —me encojo de hombros, intentando quitarle importancia.
—No me respondas así —sonríe—. ¿Es guapo, verdad?
—Simpático.
—Buen mozo —hace gestos con las manos y río.
—Atento.
—Un cuerpazo.
—Amable.
—Lo ves, tú solo te centras en cómo te trata —me sonríe pícaramente, tratando de no avergonzarme.
—Eres una cómica —ruedo los ojos.
—Si tú lo dices, cariño —me guiña el ojo y se levanta del sofá hacia la cocina—. ¿Quieres palomitas?
—Mi estómago está hecho un nudo —cierro los ojos y suspiro.
—No te preocupes, Janine —abro los ojos y tomo las palomitas recién hechas del microondas—. Mira, no habrá ningún problema. Tú te llamas Janine Dávila, no April Anderson. Ella falleció hace mucho tiempo.
—¿Y si hacen alguna prueba de ADN? —digo nerviosa.
—Seduciré al laboratorista —se ríe a carcajadas, simplemente la observo hablar tonterías, lo sé.
—¿Te estás riendo? —la miro seriamente—. En serio, Lisbeth, no sé qué hacer.
—Bien, explícame mejor las cosas. Primero, ¿por qué te pidió eso? —cruza las piernas y me mira expectante, esperando que le cuente.
—Si te digo que casi lo entendí —la miro con un puchero—. Parece que él y su padre tienen una especie de rivalidad, y una cosa llevó a la otra, y ahora él necesita casarse temporalmente —me encojo de hombros.
—Entiendo... Pero, ¿por qué tú? Quiero decir, no es que no seas atractiva y que no tengas un cuerpo envidiable, pero perdóname, su vida de conquistador está llena de supermodelos, actrices y toda esa parafernalia. ¿Por qué tú? Sin ofender.
—Yo le dije lo mismo —suspiro—. Su respuesta fue "haces que saque mi lado amable y oculte al frío, serio sin sentimientos" —lo imito, omitiendo el beso. Sé que si se lo cuento, gritará hasta en la gran manzana.
—¡Deja de decir tonterías! —aplaude gritando, hago una mueca mientras tapo mis oídos para que termine de gritar.
—¿Terminaste? —alzo una ceja.
—Sí, Janine, ese hombre se está enamorando de ti —brinca como una niña pequeña.
—Qué ideas tan descabelladas dices ahora, Lisbeth —frunzo el ceño—. Solo es un favor, no es tan trascendental. Total, de todas formas, nos fue mal. Entonces, ¿debo aceptar?
—Sí, señora Britt —le lanzo un cojín a la cara.
—Ay, eso dolió —se frota un lado de la cara.
—Qué bien —le sonrío sarcásticamente—. Lo tomas a broma cuando no debería ser así.
—Pero ¿qué quieres que te diga? Dile que no, te estoy diciendo que no habrá ningún tipo de problema.
—¿Segura?
—Segura —me abraza, suspiro.
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Sálvame: El cambio que hace el amor verdadero a alguien con corazon de Hierro
RomanceApril Anderson es una joven dulce, humilde y extrovertida que, a lo largo de los años, ha enfrentado experiencias desgarradoras que ninguna mujer debería soportar. A pesar de los desafíos, su espíritu resiliente y su corazón amable la mantienen en p...