CAPITULO 43

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Las miradas curiosas se posaron sobre Azael y mías cuando entramos a la elegante sala de la mansión Britt. Aunque intentaba mantener la compostura, me sentía nerviosa bajo la atención de tantos desconocidos. La voz cálida de la madre de Azael rompió el silencio tenso, acercándose con una sonrisa acogedora.

- Buenas tardes - dije tímidamente

- Hola Janine, qué gusto que ya estén aquí - dijo la madre de Azael junto a notros

- ¿Cómo ha estado, señora Raizad? - levanté una ceja, tratando de recordar el nombre.

- Como quedamos con lo de señora- sonrió antes de abrazar a su hijo.

- Raizad – me corrijo

- A si está mucho mejor – me sonríe cálidamente

- Cariño, te presento a mi familia en general - dijo, tomando mi cintura.

- Así que tú eres la prometida de mi querido primito - dijo el chico rubio con simpatía.

- Se podría decir - reímos juntos.

- Buena suerte con eso - se rieron. - Me llamo Carlos.

- No le hagas caso, ven conmigo - Azael me llevó por la sala, presentándome a los miembros de su familia que no conocía. La mayoría me recibió con calidez. Azael presentó a su tía Marieta, que era física y emocionalmente similar a su madre. En otro rincón estaban su esposo, un hombre serio pero amable, y su hija Penélope, cuya actitud algo arrogante no me agradó desde el primer momento. Sus primos, en cambio, me cayeron muy bien, especialmente Carlos, William y Jaydeen.

- Diana, ¿podrías traernos un poco de té, por favor? - pidió mi futura suegra a la señorita de servicio.

- A mí un café, gracias - dije, dejando claro mi preferencia.

- ¿Qué tal el clima, querida nuera? - me sonrió la mamá de Azael, atrayendo la atención de todos en la sala.

- Es un poco diferente al clima que tenemos en Nueva York. Aquí en esta época siempre hay nieve, así que me gusta el frío, pero el clima de California tampoco está mal - respondí, cruzando las piernas.

- Queríamos ir a Estambul, pero la abuela no podía soportar el frío por su edad - explicó Marieta.

- ¿Me estás llamando vieja, Mariana? - se alteró Aurora.

- Para nada, dulce abuela. Sabes que te adoro y a tu edad quisiera ser como tú - intenté aliviar la situación, y todos rieron.

Después de eso, los adultos comenzaron una conversación sobre negocios, lo cual me hizo rodar los ojos. Los chicos me hicieron señas para ir a la parte trasera de la mansión, lo cual fue un alivio después de la impresionante entrada.

 Los chicos me hicieron señas para ir a la parte trasera de la mansión, lo cual fue un alivio después de la impresionante entrada

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En los asientos junto a la piscina, nos acomodamos formando círculos, mientras una de las señoritas de servicio pasaba cerca de la piscina, provocando que Mariana pidiera bebidas alcohólicas, lo cual desató el entusiasmo general y risas.

- Se ha puesto animado esto - comentó William, si no me equivoco, el más joven de los tres.

- Corrige tu lenguaje - intervino Azael, frotándome el brazo.

- Primo, ya soy mayor de edad, ya no me puedes mandar - respondió William, mostrándole su identificación.

- Pero no eres mayor que yo - alzó Azael una ceja, haciendo que William apartara la mirada; Azael serio imponía respeto.

- Y tú, ¿dónde está tu anillo? - preguntó la insoportable Penélope, que no llevaba ni quince minutos allí y ya la detestaba. Parecía que iba a ser un largo fin de semana.

- Mi abuela me dará el anillo que mi abuelo le dio cuando se comprometieron - dijo Mariana, ya con su margarita en la mano. Penélope quedó petrificada.

- ¡No me digas! - exclamó Carlos, el castaño.

- Es en serio - rodó los ojos Mariana, mirándome con una sonrisa mientras Azael apretaba mi mano.

- No era necesario, pero la abuela insistió - dijo Azael, mirándome con ternura.

- Mariana, tú no has dicho nada al respecto - intervino Penélope, a la defensiva, pero ella no era de la familia de la señora Aurora.

- Para nada, Penélope. Mi futuro esposo me dio mi propio anillo - dijo Mariana, mostrando su mano con naturalidad. - Si a la Tita le parece bien, no hay problema.

- Si tú lo dices - respondió Penélope con una mueca, bebiendo de su copa.

- Mi abuela te va a adorar, Janine - dijeron william y Carlos al unísono.

- Me debes un chicle - hablaron a la vez.

- Me debes una moto - dijo william.

- Me debes un café - añadió Carlos. Reímos juntos; parecían niños. Pasamos toda la tarde riendo con los malos chistes de Jaydeen, que finalmente rompió el hielo y se sintió cómodo. Margaritas iban y venían.

A las seis y media de la tarde, la mayoría de los chicos estaban un poco ebrios, menos Azael, que, para mi sorpresa, solo había bebido agua. Carlos y Mariana estaban jugando a un viejo juego llamado Twittees, y no sé si era por el alcohol o por otra cosa, pero nos moríamos de risa viendo el esfuerzo que hacían por no perder.

- No puedo creer que estén ebrios - dijo Raizad, tapándose la boca para no reír. Era una imagen divertida.

- Qué vergüenza - habló el señor Andriel. - Mariana, ve a tu habitación - ordenó con voz seria, haciendo que me estremeciera.

- Papá - Mariana se levantó del juego, haciendo un puchero.

- Perdiste - dijo Carlos, pero se calló de inmediato ante la mirada de su suegro.

- Mariana. Aunque estés a punto de casarte, aún puedo mandarte - dijo más serio que antes. Ahora entendía de dónde Azael sacaba su carácter.

Desvié mi vista, mareada, hacia algún punto de la casa. Azael me tomó de la mano y me hizo levantar.

- Iremos a la habitación - anunció Azael a su madre. Le sonreí, agradecida de que hablara por mí, evitándome la vergüenza.

- Tranquila, cariño. Los llamaré cuando esté lista la cena - asintió su madre. Con la mano de Azael aún sobre la mía, caminamos de regreso por el pasillo hacia las escaleras. Subimos juntos, aunque me enredé un poco en ellas, y subí como pude, entre risas de Azael.

Sálvame: El cambio que hace el amor verdadero a alguien con corazon de HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora