CAPÌTULO 6

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-          Señor Ramírez – le sonrió con cortesía – en veinte minutos tiene una reunión con los socios, junto con el señor Britt – aparté la vista de mi Tablet para observarlo atentamente.

-          Gracias, Janine, puedes retirarte – dijo sin levantar la vista de la computadora. Asentí y me retiré a mi escritorio para seguir trabajando en algunos asuntos pendientes. Puntualmente, el señor Ramírez, mi jefe, salió de su oficina hacia la sala de juntas. Tomé nuevamente mi Tablet y caminé junto a él - Anotarás los puntos más importantes de la reunión: presupuestos, ganancias y la cantidad de encargos que tenemos este mes – asentí, anotando cada una de sus peticiones. Entramos al ascensor y presioné el botón del piso de la sala de juntas. Tras unos segundos de silencio, respondí.

-          Sí, señor Ramírez, ¿algo más que deba añadir? – pregunté.

-          No, eso es todo – asentí – el resto lo manejará el señor Britt – dijo antes de salir del ascensor.

Lo seguí hasta la sala de juntas. Un encargado abrió la puerta dejándonos entrar. Ya en el lugar, nos encontramos con la mayoría de los socios de la empresa. Me sentí nerviosa, pensando que descubrirían que no soy "una gran amiga" del jefe de mi jefe.

-          Señorita Dávila, qué gusto volver a verla – dijo aquel hombre mayor que no dejaba de mirarme fijamente. Mis piernas temblaron. Qué vergüenza, quedaré como una mentirosa delante de mi jefe.

Me di una cachetada mental.

Tranquila, Janine.

-          Señor... – hice una pausa para que me dijera su nombre, pero fue interrumpida por el jefe de mi jefe, el señor Britt, a quien había ayudado hace algunos días.

-          Bernardino – saludó autoritativamente – señorita Dávila, un placer volver a verla – me guiñó el ojo, dejándome estática.

-          Señor Britt, buenos días – respondí algo aturdida. Era la primera vez que hablaba con él. Mi jefe abrió la boca, pero la cerró sin decir nada.

-          Hermano, qué gusto – el señor Ramírez saludó con un abrazo al señor Britt – ¿qué tal las Maldivas?

-          Muy emocionante, como diría Paula – sonrió con un brillo en los ojos al mencionar el nombre de su esposa, supuse.

-          Luego me contarás – palmeó su hombro sonriendo, acomodando su traje.

-          Comencemos – dijo después de un incómodo silencio mirándome. Caminamos hacia nuestros asientos. Saludé en susurros a Gabriela antes de sentarme a su lado y centrarme en la reunión, sin prestar atención a las miradas curiosas. Solo le pedí a Dios que no hicieran preguntas sobre lo sucedido la semana pasada.

Dos largas horas después, salimos de la sala. Mi estómago rugía por la falta de comida. Miré mi reloj para verificar si era mi hora de almuerzo y, efectivamente, lo era, así que caminé hacia donde estaba Gabriela.

-          ¿Saldrás a almorzar? – pregunté, haciendo que apartara la vista de su Tablet.

-          Sí, justamente te iba a llamar. El señor Britt desea hablar contigo – se encogió de hombros mirándome.

-          ¿Ahora? – respondí un poco dudosa.

-          Sí, señorita Dávila – dijo mi apellido sonriendo – Está en su oficina, no lo hagas esperar – asentí, me despedí con un beso en la mejilla y me dirigí al piso donde estaba su despacho.

Después de varios minutos de ascensor y caminata hacia su oficina, llegué a su puerta y toqué suavemente, esperando su permiso para entrar.

-          Adelante – dijo la voz detrás de la puerta. La abrí.

-          Señor Britt, ¿me llamó? – pregunté con algo de duda, pensando que podría ser una broma de Gabriela.

-          Sí, señorita Dávila, ¿va a salir a almorzar? – preguntó, y lo miré confundida.

-          Claro – respondí sin pensar, notando su ceja levantada por mi tono de voz. Carraspeé – Sí, señor Britt – me moví incómoda – ¿Necesita algo en lo que pueda ayudar? – intenté sonar profesional.

-          Algo así, señorita Dávila. Tengo un almuerzo con posibles clientes en 15 minutos y quiero que me acompañe – dijo, mirándome fijamente.

-          No sé qué decir – susurré, frunciendo el ceño – ¿Por qué yo? – lo miré, algo asustada.

-          Porque sabe lo que conviene a la empresa – levantó una ceja sarcásticamente mientras ajustaba su corbata gris. Entendí a qué se refería y traté de no poner los ojos en blanco.

¡JURO QUE NO VOLVERÉ A AYUDARLO EN OTRA BORRACHERA!

-          Está bien, señor Britt – asentí. El trabajo es trabajo, ¿no?

-          Me parece bien – se levantó, acomodando su traje, y caminó hacia la puerta. La abrió, dándome paso hacia la recepción vacía. Caminé en silencio tras él.

 Caminé en silencio tras él

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Sálvame: El cambio que hace el amor verdadero a alguien con corazon de HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora