CAPÍTULO 71

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Busco hasta encontrar una taza en la cocina, aliviada al ver que he encontrado algo útil. Me dirijo hacia la nevera, buscando algo helado para hidratarme y calmar el calor que siento en el cuerpo. Me quedo asombrada por la cantidad de comida que hay en este paraíso llamado nevera, y decido buscar algo dulce para satisfacer mi antojo.

Diviso un bote de helado de frutilla, y una sonrisa se dibuja en mi rostro. La idea de disfrutar de ese dulce manjar me entusiasma. Abro el bote, y justo cuando estoy buscando una cuchara, escucho una voz detrás de mí.

— ¿Dónde estará la cuchara? — susurro, mirando las repisas.

— Solo debes preguntar — dice Azael, apareciendo de repente.

Me sobresalto y giro hacia él, colocando la mano en mi pecho, y dejo caer el bote de helado. Azael se aproxima con una sonrisa juguetona, su presencia llena de seguridad y atractivo.

— No lo botes, es mi helado favorito para las madrugadas — dice Azael con un toque de picardía. — Ven aquí.

El tono de su voz me hace reír, y no puedo evitar sentir un leve rubor en mis mejillas. Azael se acerca a mí, y antes de que pueda reaccionar, me encuentro rodeada por su cuerpo. La situación se vuelve aún más intensa cuando él comienza a quitarse el pantalón y el bóxer, dejándome sin palabras.

— ¡Azael! — exclamo, sorprendida por su repentina audacia.

Sin perder tiempo, Azael se desnuda por completo y se queda frente a mí, provocando una reacción inesperada en mí. En un acto de audacia y diversión, tomo una cucharada del helado de frutilla y dibujo una línea desde su ombligo hasta su ingle, usando el helado como un juego erótico. Antes de bajar para saborear mi premio, me llevo el dedo con el que he untado el helado a la boca, disfrutando el dulce sabor mientras lo observo fijamente.

La mirada de Azael es intensa y llena de deseo, y siento un escalofrío recorrer mi cuerpo. La combinación de su desnudez y el helado me hace sentir una mezcla de excitación y diversión, y antes de que la situación se descontrole, me tomo un momento para disfrutar de la conexión que estamos compartiendo.

La atmósfera en la cocina se llena de una sensualidad juguetona, y ambos nos dejamos llevar por el momento, disfrutando de la intimidad que este inesperado encuentro nos ofrece.

— Ummmm, qué bueno está — gemí, cerrando los ojos mientras disfrutaba del sabor del helado. Sabía que Azael me observaba con intensidad.

Lo escuché proferir una maldición, y cuando abrí los ojos, me encontré con su mirada tan cargada de deseo que casi me hizo perder el control.

Me incliné lentamente, sin apartar la vista de sus ojos, hasta que mi lengua se posó bajo su ombligo. Empecé a saborear el helado derretido que se mezclaba con el aroma de su piel.

¡Dios Santo! Si ya sabía que el helado era una delicia, ahora sabía que era lo más cercano a la ambrosía de los dioses.

Descendí poco a poco hasta mi lengua rozó su ingle, y le oí gemir.

— Me rindo — gimió cuando pasé la lengua cerca de su miembro. —no me tortures más.

— ¿Torturarte? — exclamé divertida, mientras rozaba mi nariz con su entrepierna.

— Llevo queriendo hacerte mía desde el instante en que entré por esa puerta— susurró con una mezcla de deseo y urgencia.

Saber eso solo intensificaba mi éxtasis, y su confesión solo aumentaba mi deleite hacia él. Tomé su miembro en mi mano y me lo metí en la boca, saboreándolo completamente mientras escuchaba sus gemidos extasiados.

Cuando Azael me alzó para colocarse sobre mí, tras haberse puesto un preservativo que había cogido de la mesita de noche, me guio con sus manos hasta sentir su carne hundiéndose en lo más profundo de mi ser. Mis gemidos fueron callados por sus labios, que me apresaban con tal ferocidad que sentí que estaba a punto de desmayarme.

Su pasión no causaba dolor alguno, sino que solo incrementaba mi ferviente deseo de continuar, mientras él aumentaba el ritmo de sus embestidas. Finalmente, se dejó caer hacia atrás, sujetándome de la cintura, y la sensación de clímax me abrasó, provocando oleadas de placer a través de todo mi cuerpo.

— Janine, sé solo mía, te lo pido — susurró, mirándome a los ojos.

— Soy tuya — susurré de vuelta.

— ¿Segundo round? — preguntó, mirándome con una sonrisa juguetona mientras me sujetaba por la cintura.

— Segundo round — reí a carcajadas, mientras él me levantaba para llevarme a una habitación.

— Eres hermosa, ¿lo sabías? — dijo, besando la punta de mi nariz mientras subía las escaleras, girando a la izquierda. Me colocó con delicadeza, como si fuera de porcelana.

— Me lo vives repitiendo — sonrió de lado, acorralándome y colocándome debajo de él.

— Quiero que dure esto, Janine.

— Yo igual, Azael, pero no sé si pueda darte lo que aspiras tener de alguien.

— Te miré a los ojos y supe que eras tú — besó mis labios, repitiendo el gesto que habíamos compartido en el auto. Mi cuerpo reaccionó instantáneamente, como si estuviera bajo el efecto de una droga. Y mi miedo desapareció por completo.

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El calor de una luz molesta me hizo despertar. Poco a poco, mi sueño comenzó a desvanecerse. Abrí los párpados buscando a Azael, y me quedé sorprendida al darme cuenta de que estaba desnuda. Nunca había imaginado que podría estar en una situación así, ni siquiera en mis pensamientos más atrevidos.

Azael no estaba en la cama. Agarré la primera camisa que encontré, me la puse y me dirigí al baño con urgencia, necesitaba ir al inodoro.

Después de hacer mis necesidades, me dirigí al lavabo. Cogí la pasta de dientes y coloqué un poco en mi boca, enjuagándola. Aunque no era una solución perfecta para la higiene dental, era lo mejor que podía hacer hasta que pudiera pedirle a Azael un cepillo de dientes. Mojé un poco mi rostro, mis labios ardían y mi rostro estaba ruborizado. Acomodé mi cabello a un lado y usé una de las toallas de mano para secarme.

Abrí la puerta y me sobresalté al encontrar a Azael de espaldas, mostrándome su torso desnudo, con solo un pantalón y descalzo.

— Buenas tardes, preciosa — sonrió de lado, caminando hacia mí.

— Hola — respondí, un poco embobada.

— ¿Qué hacemos hoy? — preguntó, colocando sus manos en mi cintura.

— No sé, ¿ir a tu empresa? — respondí, un poco nerviosa. Se río a carcajadas.

— hace un día nos casamos, Janine. No iremos a trabajar.

— Cierto — dije, rodando los ojos.

— Vamos a almorzar fuera, ¿te parece? — Asentí sin decir nada. Me aflojó y me guio hacia una puerta, abriéndola para mostrarme un armario.

— Tus nuevas cosas están en la otra habitación. Pensé que querías una habitación sola y todo lo demás, pero con lo de anoche no sé si aceptarás mi propuesta de dormir juntos — comentó mientras sostenía una camisa en la mano.

— No era necesario que compararas cosas, y sobre tu propuesta, me gustaría — suspiré.

— Le diré a una de las nuevas chicas de limpieza que cambie tus cosas — sonrió. — Me voy a bañar, prepárate.

— ¿Me indicas qué habitación? — señalé, esperando una dirección.

Sálvame: El cambio que hace el amor verdadero a alguien con corazon de HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora