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Tal y como prometió, Jimin no perdió el tiempo para cumplir su promesa. Después de haberlo organizado todo y de darle algunas instrucciones a Hoseok para que no volviera a desestabilizarse, paso una última vez por su casa, para recoger la maleta que ya había preparado dos días antes.

Estaba en el cuarto de baño, preguntándose constantemente quién era ese que reflejaba el espejo. Había dejado de reconocerse a sí mismo. No sabía qué hacer y mucho menos sabía cómo acabaría todo eso. Tenía las manos congeladas, guardadas en los bolsillos de su largo abrigo, esperando a que de una vez por todas apareciese el taxi que había pedido por teléfono.

Aún tenía tiempo de sobra, pero esperar no era precisamente uno de sus mejores pasatiempos, sobre todo cuando le esperaba un largo viaje sobrevolando el horizonte. El aeropuerto lo estaba esperando, emergiendo de su estructura de acero y cristal. Consultó el reloj. Faltaban apenas veinte minutos para que su avión despegara.

La vuelta en el avión no fue lo que esperaba. Había tenido que aguantar a dos niños pequeños peleándose todo el rato. Tenía la cabeza a punto de estallar. Respiró aliviado cuando se sintió cerca de la isla. Había decidido atravesar el puente a pie, dando un largo paseo para serenar sus ideas.

Al entrar en casa, su madre le dio una calurosa bienvenida, como si hubiera estado lejos de ella demasiado tiempo.

—Mamá, sólo me he ido un par de días.

—Lo sé, cielo —dijo—. Es sólo que me gusta tenerte en casa, aunque sea de vez en cuando.

Jimin fue a la cocina y se preparó un vaso de agua y una aspirina, deseando de una vez por todas que el dolor de su cabeza se disipase, justo antes de darse un buen baño caliente y espuma. La temperatura perfecta y el ambiente ideal. Estaba encantado por haberse tomado unos minutos para él. Lo cierto es que lo necesitaba urgentemente.

Todo iba bien hasta que escuchó su móvil, sonando como un loco en el bolsillo de sus pantalones. Salió de mala gana de la bañera para intentar llegar a tiempo, pero apenas se colocó una toalla alrededor de su mojado cuerpo cuando el sonido cesó.

Poco tiempo después estaba retocándose ligeramente: un poco de maquillaje por aquí y unas gotas de perfume por allá.

El reloj marcaba las ocho de la tarde cuando Taehyung llegó a la isla. Jimin miró varias veces el reloj, como si temiera haberse retrasado. A decir verdad, era su hermano el que se había adelantado. No lo esperaba hasta dentro de algo más de una hora. Bajó los escalones de dos en dos y se quedó parado justo en la puerta de entrada de la casa.

—Aquí me tienes —dijo con una gran sonrisa—. Tal y como te prometí.

Taehyung, que había estado ocupado con las cosas que guardaba en el maletero del vehículo, se colocó justo delante de él para examinarlo a fondo.

—¿Qué tal el viaje? —preguntó.

—Bien, supongo. —No entendía la expresión en su rostro aniñado—. No ha habido demasiadas complicaciones.

Algo no iba bien, de lo contrario Taehyung no tendría ese gesto.

Creían que eran imaginaciones suyas, pero nada cambió. Visiblemente molesto, no pudo aguantarlo más.

—¿Qué? —gruñó Jimin—. ¿Por qué me miras así?

—No pensarás ir a cenar así, ¿verdad?

Jimin se llevó una gran decepción. Observó la ropa que llevaba puesta: camisa azul cielo y unos pantalones de seda grises.

—¿Qué tiene de malo lo que llevo?

Los Ángeles También Lloran (ᴀᴅᴀᴘᴛ. ʏᴏᴏɴᴍɪɴ )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora