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Aquel caluroso día todo parecía ir bien. Los ensayos para la obra habían salido a pedir de boca, tal y como esperaban. Apenas faltaba un suspiro para el estreno oficial y no podía haber fallos. Todos trabajaban codo con codo, y el resultado tenía el aspecto de ser el deseado.

Como recompensa a su esfuerzo, Jimin había decidido dejarles marchar antes de lo previsto, con la calidez de la tarde. Hoseok se había marchado después que el grupo, y él fue el último en abandonar el barco; unas cuantas llamadas a gente importante lo habían retenido en las oficinas durante más de media hora.

A pesar del buen tiempo, cogió un taxi. No tardó ni diez minutos en cruzar todas esas calles hasta llegar a su casa.

—Vale, puede dejarme aquí —dijo, entregando el dinero al taxista—. Muchas gracias.

—Gracias a usted. Que pase un buen día.

Con entusiasmo, se bajó del taxi y dio la vuelta a la esquina. Estaba distraído intentando encontrar las llaves en sus bolsillos, cuando de repente escuchó una risa estridente al otro lado de la calle. Escuchó con más atención, sabiendo que se le estaba poniendo el vello de gallina. No podía ser... o sí. Se escondió en un callejón próximo y, como si tuviera de nuevo quince años, se dedicó a agudizar los cinco sentidos para averiguar quién era el propietario de esa risa tan característica.

Y en un suspiro, el corazón dejó de responderle. Creía que estaba teniendo alucinaciones, pero por desgracia aquella escena era muy real. Justo al otro lado de la calle, acercándose estrepitosamente a su portal, una pareja conversaba animadamente, portando una maleta cada uno. Su melena dorada era inconfundible incluso desde aquella distancia.

—No puede ser...

Sí que lo era. Taehyung y Yoongi estaban allí, demasiado lejos de casa, y nada más y nada menos que aproximándose a la suya propia. ¿Se estaba volviendo loco?

Con las sienes llenas de palpitaciones exageradas, dio media vuelta y deshizo los pasos que había ejecutado hacía tan sólo un segundo. Con suerte, divisó al taxi que acababa de abandonar. Sin avisar, se metió de nuevo en la parte de atrás, con la respiración entrecortada, dándole un susto de muerte al conductor.

—Señor —espetó—, ¿se encuentra bien?

A duras penas consiguió asentir.

—¿Se ha olvidado algo ahí atrás?

—No —logró decir—. Disculpe, siento haber vuelto a entrar de esta manera, pero acabo de recordar algo importante...

—¿Quiere que lo lleve a algún otro sitio?

—Sí, por favor.

El conductor se puso en marcha, olvidándose de lo extraño de la situación.

—Bien, usted dirá.

El teléfono no había dejado de sonar en ningún momento durante el tiempo que duró el trayecto. Una vez que salió definitivamente del coche, apagó el móvil, siendo consciente de que Taehyung seguiría insistiendo hasta que de una vez por todas decidiera cogerlo.

Estaba plantado delante de la puerta de Hoseok, pero no se atrevía a llamar. Su cerebro estaba que echaba humos y no tenía una buena explicación; ni siquiera tenía una. De todas formas, no podía quedarse allí el resto del día, así que apretó el interruptor que hacía las veces de timbre.

—Jimin —susurró Hoseok, al encontrarse con él—. ¿Qué haces aquí?

Ni siquiera esperó a que lo dejara entrar. Cruzó el umbral a toda prisa, con el cuerpo echando chispas.

Los Ángeles También Lloran (ᴀᴅᴀᴘᴛ. ʏᴏᴏɴᴍɪɴ )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora