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La tensión podía cortarse con un cuchillo. Los ensayos estaban resultando literalmente agónicos: las miradas de desconcierto y sorpresa apuntaban directamente a Jimin, con las ropas colgando sobre su delgado cuerpo. De igual manera que escrutaban los ojos de Hoseok. No parecía el mismo; ahora se limitaba a asentir de vez en cuando y hablaba únicamente cuando le preguntaban. Todo estaba patas arriba. No había comunicación entre ellos, y Minato, Fudo, Yangmi, Sunhui y Brahama contenían la respiración, temerosos de que la bomba invisible entre ellos acabara explotando de un momento a otro. Un ambiente hostil que vislumbraban por primera vez.

—Estoy agotada —se quejó Yangmi—. ¿No podríamos hacer un descanso?

Jimin se cruzó de brazos, meditándolo un segundo.

—¿Qué opináis vosotros?

—Deberíamos parar —comentó Fudo—. Llevamos todo el día, y creo que todo está controlado.

—De acuerdo —musitó—. Lo dejamos por hoy. Buen trabajo, chicos.

—De eso nada. Aún no hemos acabado.

Jimin se dio la vuelta para mirarle a la cara. Hoseok tenía una expresión de hielo.

—¿Ahora hablas?

Hoseok apretó la mandíbula.

—Sí, para enmendar... tus errores.

—Esto no es un error.

—Creo que eso ya lo he oído antes. —Se rascó la barbilla—. Chicos, hay que mejorar incluso ahora. Ya descansaremos cuando la obra se haya estrenado.

—No.

—Aún es temprano para irse a casa...

—Terminamos cuando yo lo decida —gruñó Jimin—. Y digo que lo dejamos ahora.

—Vaya, ¿ahora estás decidido a dar órdenes?

—Cierra la boca.

Los demás estaban algo aturdidos por esa disputa entre los mandamases.

—¿Va todo bien? —quiso saber Minato.

—Bueno... —dijo Hoseok—. Eso depende de a quién se lo preguntes. ¿Verdad, Jimin?

—¿Qué demonios crees que estás haciendo?

—Ayudarte.

—¿Ayudarme?

—Ponerte las cosas un poco más fáciles. Es lo que necesitas. Ahora mismo no estás en situación de decidir.

—Y supongo que eso me lo dice alguien con la cabeza amueblada...

—Dejadlo ya —ordenó Sunhui.

—No te metas en esto —espetó Jimin—. No es asunto tuyo.

—No, desde luego que no. No tengo ni idea de lo que os pasa, pero los problemas tenéis que dejarlos fuera de aquí. Se supone que estamos trabajando.

—En eso tienes razón —apuntó Hoseok—. Jimin está algo desorientado últimamente.

Sus ojos verdes se incendiaron, rabiosos.

—¿Quieres provocarme?

—¿Provocarte? —Hoseok puso los ojos en blanco—. No necesito hacerlo. Tú mismo te has puesto la soga al cuello. No me culpes por intentar echarte una mano.

—Siento decirte que estás haciendo de todo menos eso. Cállate de una vez, Hoseok.

—¿Y si no lo hago? ¿Qué harás? —Se adelantó un paso—. ¿Vas a volver a darme una bofetada?

El silencio invadió momentáneamente los cuerpos de todos ellos, a la espera de una buena explicación que no llegaba.

—¿Quieres hablar? —bramó Jimin—. ¿Quieres? ¡Entonces, vamos!

—Creo que últimamente no sabes lo que quieres.

—¿Y me lo dices tú? ¿Un hombre que se pasa la mayor parte del tiempo buscando a la mujer perfecta sin ser capaz de encontrarla?

Fue un golpe bajo, y ambos lo sabían.

—Al menos mi dignidad no está por los suelos.

Jimin dejó escapar un suspiro. No podía creer que la situación hubiera llegado a tal extremo.

—Mi dignidad no está por los suelos.

—Cierto, se me olvidaba que aún no has movido ficha. —Frunció el ceño—. Como un buen doncel dócil, permites que tu apuesto príncipe comprometido lo haga por ti.

—No sigas con esto —advirtió Jimin—. Para.

—No, Jimin. No voy a hacerlo hasta que acabes de una vez.

—Es mi vida, no la tuya.

Hoseok se encogió de hombros, impasible.

—Lo es, pero tengo la obligación de involucrarme cuando eres incapaz de separar tu vida profesional de la sentimental. —Suspiró—. Me veo en la obligación de ir a buscarte a tu propia casa cuando ciertos asuntos te impiden hacer tu trabajo. Deberías agradecérmelo.

—Para nada.

—Admítelo. Soy el único que está presente cuando otros ni siquiera están cerca. Te conozco, y sé lo que te conviene.

El hombre de ojos verdes estalló una vez más, como bombas ocultas diseminadas por todo el perímetro.

—¿Crees que un chico de veinte años es lo que más me conviene? —bramó—. ¿Crees que dejarle abierta la puerta de atrás es suficiente para que haga su fantasía realidad?

—Por lo menos su ilusión se sostiene sobre los pilares de algo... real.

Jimin ignoró ese último comentario, y siguió, cegado por la rabia.

—¿Por qué no se lo cuentas a ellos? —Se mordió el labio, ansioso—. ¿Recordáis aquel ramo de rosas que alguien me envió? —Señaló a Hoseok con el dedo—. Bien, pues aquí tenéis al responsable.

—Te equivocas —dijo él—. No fue así.

—Ya, y supongo que ahora vas a explicárnoslo.

—Sí. —Torció la cabeza—. Lo creas o no, los sentimientos de ese chico son reales. Está cautivado por ti. No le contraté si es eso lo que piensas. No es ningún actor. Quería tener la oportunidad de conocerte y yo se la di. Dejé la puerta abierta para que entrara.

—¿Y ya está? ¿Pensaste que sería amor a primera vista?

—Probablemente no. A ti te gusta correr riesgos innecesarios, Jimin. A veces no sabes distinguir la fina línea que separa tus derechos de los de los demás.

—¡Cállate de una vez!

Con la respiración a punto de cesar en su cuerpo, Jimin comenzó a andar hacia la salida, dejando a sus compañeros totalmente estupefactos debido a su inconcebible disputa con el que se suponía que era su mejor amigo.

—¿Vas a huir? —preguntó Hoseok desde lejos.

Jimin se paró en seco, pero evitó volverse.

—Prefiero hacerlo antes que seguir escuchándote.

—Al menos lo que te digo es verdad.

—No. —Entristecido, negó con la cabeza—. Tú ni siquiera le conoces.

—¿Y crees que tú sí?

Los Ángeles También Lloran (ᴀᴅᴀᴘᴛ. ʏᴏᴏɴᴍɪɴ )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora