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Tenía que volver a la realidad. Su pesadilla, o al menos gran parte de ella, por fin había acabado. Ya no tendría que poner su mejor sonrisa para despejar cualquier atisbo de duda; se había despertado con los sabores de un nuevo día, una nueva oportunidad para volver a empezar de cero. No había imaginado que coger un avión directo a su hogar pudiera reconfortarlo tanto, y es que le gustaba la idea de imaginarse a cientos de metros sobre el suelo, deslizándose sobre el cielo, sabiendo que su paradero estaría a salvo, lejos de aquella mirada que había vuelto a encontrar tanto tiempo después. Por primera vez, tenía la osadía de quedarse anonadado con las vistas que se observaban a través de la ventanilla. Las nubes estaban en el mismo nivel, con aspecto de algodón dulce, brillando con furor gracias al cálido color dorado del sol.

Le daba vueltas una y otra vez, siendo consciente de su error. Ahora que podía pensar con la cabeza un poco más fría, no encontraba ningún rastro de cordura. Todo era caos, una absoluta contradicción. Los sentimientos podían llegar a ser devastadores, pero debía darle una oportunidad a la distancia, confiando en que tarde o temprano volverian a convertirse de nuevo en un recuerdo, porque no podía ser nada más.

Un tiempo después, su sentido común lo hizo despertar de golpe, encontrándose en el asiento del avión, siendo prácticamente el último pasajero que aún se encontraba abordo. Se levantó rápidamente y recorrió el mismo camino que había pisado tantas otras veces, con los pasillos, la niebla, los peatones, y un oportuno taxi esperando a llevarlo a casa.

Lo primero que se moría por hacer era desplomarse sobre su comodísima cama, a la que había echado tanto de menos. Por eso no se lo pensó demasiado cuando introdujo la llave en la cerradura y abrió con ímpetu la puerta. Ni siquiera se molestó en evitar sonreír. Ya no estaba en un lugar desconocido. Era su hogar, su auténtico hogar, por eso se quitó las botas y fue corriendo a su dormitorio, saltando como un niño sobre esas finas sábanas color caoba que parecían ofrecer una calurosa bienvenida. Sin tener ninguna intención de hacerlo, se pasó toda la tarde allí, mirando el blanco techo, pensando en todo y en nada a la vez. Por un lado, estaba anímicamente mejor; volvería al trabajo de forma inminente y no tendría que preocuparse durante más tiempo por saber que estaba ausente. Sin embargo, y a pesar de querer alejar esos pensamientos que lo aturdían, no podía olvidarse de lo inquietante que se había vuelto su organizada vida en cuestión de un mes. Todo se había vuelto del revés, y estaba seguro de que nada podría ir peor. Las cosas ya se habían torcido demasiado y por eso lo mejor era poner tierra de por medio, así al menos tendría la conciencia limpia, porque seguía sin poder soportar la idea de la ingenuidad de Taehyung. No tenía ni idea del infierno que se había creado justo entre ellos, amenazando con echar por la borda los sentimientos de ambos, formando un inconcebible triángulo amoroso. Aunque se negara a creerlo, Jimin era la pieza más importante, la clave de un mismo presente y pasado. ¿Qué pasaría con el futuro?

No podía reprimir esa cálida sensación recorriendo cada centímetro de su cuerpo, inundando cada rincón, haciendo que se sintiera preso de algo que no había experimentado jamás: los celos. Sí, era absurdo, pero también tenía cierta lógica, ¿no? Abandonó a Yoongi para evitar su pérdida, pero nunca dejó de estar enamorado. Ahora que él ya tenía una vida propia, no podía abrir la boca. Es decir, quizás lo había hecho en sus encuentros fortuitos con él, pero había sufrido por dejar las cosas claras, porque a veces las cenizas no consiguen reavivar un antiguo fuego.

La noche se cerró sobre el cielo, y las estrellas pululaban por la atmósfera oscurecida. Un característico sonido llegó a sus oídos, incentivando su pequeño estado de ánimo concentrado en unas pocas sonrisas que poco o nada tenían que decir. Se levantó despacio, palpando con sus pies la moqueta. Recorrió unos cinco pasos, y se posicionó a un palmo de la ventana, contemplando ese espectáculo que disgustaba a la mayoría de la gente pero no a él. Le encantaba la lluvia; siempre lo había hecho. Esas diminutas gotas deslizándose en un abrir y cerrar de ojos por el cristal, realzando su paz interior, aunque paz era precisamente lo que no tenía. Su antónimo había decidido acompañarlo, lo que no sabía era por cuánto tiempo, pero a decir verdad comenzaba a acostumbrarse a su serpenteante silueta, dispuesto a atacarlo en los momentos de debilidad, que se volvían cada vez más frecuentes. Una inesperada rutina cargada de decepción.

Los Ángeles También Lloran (ᴀᴅᴀᴘᴛ. ʏᴏᴏɴᴍɪɴ )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora