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Las luces se entremezclaban con las sombras, proyectando figuras fantasmales en toda la estructura interna del teatro. Como de costumbre, Jimin estaba solo; se había quedado último, rezagado a propósito para pensar con claridad sin que nadie estuviera presente. La vuelta forzosa al trabajo había sido más dura de lo que en un principio pudo imaginar: las miradas de asombro, pena y preocupación de sus compañeros lo atravesaron como puñales.

El silencio lo envolvía con calma, sanando las heridas que no podían verse, intentando pensar en las duras aunque sinceras palabras de su amigo. No podía creer que hubiera sido capaz de ponerle la mano encima; si hubiera sido al revés, todo el peso habría caído sobre Hoseok, pero como él fue el ejecutor de la bofetada, el pobre no había tenido más remedio que retirarse, herido en su fuero interno, y todo porque su querido amigo estaba demasiado ocupado tratando de evitar todo contacto con el hombre que se suponía que lo quería. Hacía semanas que no se hablaban, y eso era algo nuevo para los dos. Siempre habían sido inseparables, pero ahora una fuerza imposible de parar estaba haciendo mella en la estructura de su relación.

—¿Jimin?

Una voz ligeramente grave lo sacó de su ensimismamiento. Se tensó como una cuerda, alzando los hombros y levantando la cabeza. Estaba en el escenario y las luces de los focos provocaron que su visión quedase temporalmente distorsionada. Se levantó rápidamente y se movió con cautela. Al poco tiempo, una silueta masculina se materializó a poca distancia.

—¿Quién eres? —preguntó, con el corazón en la boca—. ¿Qué es lo que quieres?

El chico levantó las manos en señal de calma.

—Tranquilo, no voy a hacerte daño.

Eso parecía ser verdad. No aparentaba ser ningún asesino en serie. Era de constitución delgada, pelo alborotado y ligero acné por sus mejillas. Parecía ser pelirrojo.

—¿Qué quieres? ¿Cómo has entrado?

—La puerta estaba abierta...

—Eso no es cierto —gruñó Jimin—. Yo mismo me he asegurado de cerrarla. No quería que nadie me molestase.

Esas palabras parecieron herirle. Demasiado sensible, quizás.

—¿Qué haces aquí solo?

—¿Te importa lo que yo haga?

Jimin no solía ser así; si hubiera llegado meses o incluso semanas atrás, probablemente se habría mostrado de otra manera, pero con todo lo que tenía encima no disponía de ganas suficientes para agradar al mundo.

—Vale, creo que no hemos empezado con buen pie.

—Si, en eso tienes razón.

—Soy Hwan. —Extendió la mano—. Encantado de conocerte.

—Jimin —contestó, estrechándole la mano sin demasiado entusiasmo—. Aunque supongo que ya lo sabías.

Afirmó obedientemente con la cabeza. Parecía indeciso, nervioso, como si nada de aquello hubiera estado anteriormente planeado en su mente.

—Vale, Hwan. Agradezco que te hayas tomado la molestia de venir hasta aquí, pero estoy demasiado ocupado. A decir verdad, siempre estoy hasta arriba de papeleo y, siendo sincero, no quiero tener ninguna clase de problema.

—Yo tampoco —susurró, algo confundido—. Sólo he venido porque quería... conocerte.

El cerebro de Jimin empezó a funcionar con más eficiencia.

Los Ángeles También Lloran (ᴀᴅᴀᴘᴛ. ʏᴏᴏɴᴍɪɴ )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora