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Jimin no tenía ni fuerzas para hablar. El aire le salía por la garganta con debilidad, y no tenía ningunas ganas para levantarse de la cama, aún sabiendo que debía hacerlo porque el trabajo no iba a hacerse solo. Tenía tatuado en su mente ese momento nefasto en el que Yoongi lo había encerrado en uno de los ascensores de la parte de atrás del teatro. Los nervios le estallaban al recordarse atrapado. Cada terminación de su cuerpo se había tensado como una cuerda, y aún seguía preguntándose cómo demonios no había sufrido un infarto. Había estado al borde del colapso, con las mejillas ardiendo por dentro, experimentando calor y frío a partes iguales, como si el mundo se le viniera encima. La adrenalina se había derramado por sus venas pero su cerebro dijo basta cuando la tensión y el miedo se volvieron insoportables. Y lo peor de todo había sido el motivo por el cual había acabado allí. De una cosa estaba seguro: no se lo perdonaría jamás.

Debía concentrarse en el teatro. El estreno estaba al caer, contando con apenas siete días para que todo quedara organizado. Los ensayos se habían intensificado, y todos ponían de su parte para dar lo mejor de sí mismos, mientras que Hoseok empleaba todo su carisma para convencer a Jimin: insistía en estar presente casi siempre que podía para asegurarse de que comía como debía, no saltándose ninguna comida. Como meta, había conseguido que su amigo recuperase dos kilos, pero todavía se veía algo flacucho.

Esa tarde habían vuelto a hacer un ensayo general de toda la obra, salvo la parte en la que Jimin y Minato interpretaban una de las escenas finales. El pobre había tenido que marcharse a última hora debido a un urgente asunto familiar, así que esa parte debía ensayarse al día siguiente.

—¿Seguro que no quieres venirte?

Hoseok estaba intentando por todos los medios convencer a Jimin para que fuera con el resto a celebrar el futuro éxito de la obra, sin embargo, y tal como era de esperar, Jimin prefería quedarse por allí un rato más, ensayando a fondo su papel, al igual que había hecho todas las veces anteriores. Se tomaba demasiado en serio su trabajo.

—Prométeme que no cerrarás tarde —imploró Hoseok.

—Te lo prometo. —Una fina línea a modo de sonrisa apareció en sus labios—. Un par de minutos más y me iré a casa.

Hoseok puso los ojos en blanco.

—Ya me conozco tus minutos. Cuando dices eso, en realidad quieres decir horas.

—No exageres —gruñó Jimin—. Me iré pronto, de verdad.

—Bueno, si necesitas cualquier cosa, lo que sea, no tienes más que llamarme.

Jimin asintió, sonriendo.

—Desde luego, tendrías que dedicar tu tiempo libre a ser una niñera.

Hoseok frunció el ceño, divertido.

—Creo que no. Por el momento, contigo tengo más que suficiente.

El silencio lo había acompañado en todo momento, resaltando sus diálogos, que se perdían entre los focos y el decorado. Le gustaba ensayar solo, así podía desencadenar todo su potencial sin tener que ser juzgado por los demás. No es que tuviera miedo a las críticas, pero al igual que en su vida personal no le gustaban las multitudes, en su lugar de trabajo también prefería evitar a toda esa gente que se arremolinaba a su alrededor, por eso se sentía mucho más cómodo cuando no había nadie más.

Tenía la voz algo resentida pero seguía pronunciando cada palabra con fervor y énfasis, exteriorizando ese diálogo que se había grabado en el cerebro.

Los Ángeles También Lloran (ᴀᴅᴀᴘᴛ. ʏᴏᴏɴᴍɪɴ )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora