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Después del golpe recibido con brutalidad, el hombre de ojos verdes se pasó las siguientes semanas encerrado en hoteles de mala muerte, con el teléfono apagado, incluso evitando ensayar con sus compañeros; quería evitar a toda costa las preguntas acerca de su fúnebre estado de ánimo. Un nuevo paso en falso ya habría sido demasiado, por eso se escondió detrás de mil excusas que esperaba que dieran resultado.

Se miraba atentamente en el espejo, intentando reconocerse en ese principio de saco de huesos en el que empezaba a convertirse. Apenas había necesitado unas semanas para bajar de peso considerablemente, incapaz de ganar la batalla contra su depresión, provocando que su estómago pidiera cada vez menos comida. La ropa le quedaba grande, y las ojeras que pronunciaban la inexpresividad de sus ojos daban miedo, sintiéndose inútil por no hacer nada, mejor dicho, por no poder hacer nada; había sido capaz de sobrevivir al impacto letal que recibió cuando tuvo que estar cerca de él, disimulando todo el tiempo, y ahora había sido tocado y hundido por un objeto tan simple y a la vez tan inservible como un atrapasueños. Aunque no era un simple elemento de decoración, ya que entrañaba un significado mucho más profundo que lo invadía más allá de la epidermis: un amor que tuvo anhelos de no acabarse nunca; los amaneceres a su lado, las sonrisas compartiendo un mismo silencio, las declaraciones más sinceras que se habían visto jamás, las palpitaciones más arrítmicas...

Cuando creía que ya empezaba a hacerse a la idea de su nueva pérdida, ahí estaba él, haciendo que recordara algo que se suponía que había acabado hace mucho, pero que continuaba a través de un cauce peligroso, y Jimin temía ahogarse, si es que acaso no lo había hecho ya.

Se sobresaltó con los golpes inesperados en la puerta. Tal y como sonaban, sabía que sólo podía tratarse de una persona.

—Jimin —dijo Hoseok—, ¿estás en casa?

Por un segundo se sintió acorralado, pensando que sería incapaz de escapar. Había supuesto que ese momento tarde o temprano acabaría por llegar; no podía pasarse todas las noches en habitaciones desconocidas y desnudas de todo sentimiento.

—¡Jimin!

Sabiendo que ya era demasiado tarde para disimular, se acercó todo lo despacio que pudo y se situó delante de la puerta, escuchando con atención las palabras alteradas de su mejor amigo.

—¿Qué demonios te ha pasado? —clamó—. ¿Por qué no contestas a mis llamadas? ¿Y qué pasa con el teatro?

—No me encuentro bien... —dejó escapar.

—Desde luego que no. —Tosió fuerte—. ¿Vas a dejarme hablando solo aquí afuera?

No obtuvo respuesta, tal y como había supuesto.

—Abre la puerta —ordenó.

—Márchate.

—¿Qué?

—Ya me has oído —logró decir—. No quiero ver a nadie. Vete.

—¿Por qué no? Jimin, soy yo. Maldita sea...

—No quiero que me veas así.

Hubo un breve silencio de reflexión.

—¿Así cómo?

—No quiero que te asustes... Por favor, vete.

—¿De qué estás hablando?

Jimin se dejó caer de espaldas a la puerta, apoyando la columna en ella, incapaz de mantenerse de pie durante más tiempo y mucho menos de seguir discutiendo.

—No voy a irme de aquí hasta que hablemos. ¿Qué sucede? Llevas semanas sin aparecer, sin dar señales, y cuando por fin te encuentro en casa te niegas a abrirme la puerta.

Los Ángeles También Lloran (ᴀᴅᴀᴘᴛ. ʏᴏᴏɴᴍɪɴ )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora