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No podía creerlo, pero ahí estaba. Lo había intentado de todas las posibles maneras pero había sido inútil resistirse; esos ojos verdes le estaban observando de cerca, y Yoongi sentía que se le aceleraba el pulso. Cada latido golpeaba su pecho con la fuerza de un huracán, y pedía en silencio que aquel hombre de ojos verdes no volviera a apartarse de él. Lo quería, de eso estaba seguro. A pesar de la distancia, nunca había dejado de quererlo; la huella que había dejado en su alma había sido tan grande, que ni el transcurso de toda una vida habría sido suficiente para olvidarlo. Así que allí estaba él, con el silencio colgado de sus labios. Ya no podía ocultarlo más. Pasaba los días en compañía de Taehyung, pero sabía que eso jamás sería suficiente; nunca podría darle en cincuenta años lo que Jimin pudo darle en cuestión de días. Había sido el primero y el único hombre por el que había perdido el juicio, y ahora no estaba seguro de haberlo recuperado. Lo sentía muy cerca, quizás demasiado. No había nada más por allí, y entonces sus alientos acababan colisionando en el aire, y el perfume que desprendía su cuello volvía a estar presente, igual que tiempo atrás. Acariciaba su mejilla tal y como solía hacer, y acababa perdiendo nuevamente la cabeza y besando a ese hombre, único responsable de que su corazón todavía no hubiese dejado de latir.

—¡Jimin!

En la oscuridad de la noche, Yoongi abrió los ojos. Se incorporó como un loco y se dio cuenta que estaba en su habitación. Con la nuca empapada de sudor, calmó su agitada respiración e intentó pensar con claridad. Había sido una pesadilla, o un dulce sueño, según cómo se viese. Se giró hacia la derecha, para comprobar que Taehyung seguía durmiendo. Por suerte, así era. Se volvió hacia la parte izquierda; el reloj de la mesilla de noche marcaba las cuatro de la madrugada. Confundido y con el corazón todavía en un puño, se levantó.

El inmenso salón adquiría un aspecto fantasmagórico en penumbras. No estaba sentado; se limitaba a dar vueltas continuamente, intentando encontrar una buena razón que fuera capaz de explicar el sueño que acababa de tener. Por un lado, era lógico que hubiera terminado soñando con él; reprimir sus sentimientos de forma continua únicamente tenía una posibilidad de salir a la luz, y era a través de su subconsciente. Podía engañar a todo el mundo que estuviese a su alrededor, pero lo que estaba claro es que no podía hacer lo mismo consigo mismo. Sabía lo que pensaba y, en especial, conocía perfectamente lo que sentía. Era evidente que estaba haciendo grandes esfuerzos para que Taehyung encajara en su vida, pero desde que Jimin había vuelto a entrar en juego ni siquiera sabía cómo actuar. Era absurdo intentar no pensar en él; sus vanos intentos tenían un desagradable efecto rebote, y cuando menos lo esperaba, allí volvía a aparecer, con sus neuronas haciendo perfectas sinapsis con el propósito de no hacerle olvidar nada del pasado.

No dejaba de mirar la famosa foto del marco plateado, presente allí desde que Taehyung se había ido a vivir con él. Ambos salían preciosos, pero Jimin desprendía un encanto... diferente. No dejaba de sentirse acorralado en todos los aspectos; su cabeza daba vueltas sobre el mismo eje, y acabaría descarrilando si no hacía algo pronto. La cuestión era el qué.

El silencio lo envolvía todo con su largo manto, pero entonces un ligero sonido de pasos se escuchó al otro extremo. Yoongi se alejó automáticamente de la estantería y de las fotos y se sentó en el gran sofá.

—Yoongi, ¿qué haces aquí?

Taehyung apareció justo delante, con el cuerpo cubierto por la larga sábana. Todavía seguía algo adormilado.

—Siento haberte despertado.

El menor fue a sentarse a su lado, envolviéndole también con la sábana.

Los Ángeles También Lloran (ᴀᴅᴀᴘᴛ. ʏᴏᴏɴᴍɪɴ )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora