8

17 3 0
                                    

Jimin siempre había sabido mantener la calma incluso en las peores situaciones, sin embargo, aquella iba a ser la primera vez que se tambalease como un flan. Aún no tenía ni idea de cuál iba a ser su discurso, y mucho menos la postura que debía tomar. ¿Debía sentirse ofendido o actuar con un semblante de alguien que no entiende nada?

Lo más desagradable había sido la breve pero intensa conversación telefónica con Taehyung. Se había mentalizado durante horas para ser capaz de marcar su número y cuando por fin logró hacerlo, no pudo emitir ni un mísero sonido al percibir la voz furiosa de su hermano. Limitándose a hablar prácticamente con monosílabos durante la llamada, había conseguido darle la dirección del hotel en el que se encontraba, supuestamente para explicarle el motivo de su inexplicable marcha de la isla. Una mentira tras otra ya que, muy a su pesar, Jimin le debía una explicación que aún no había sido capaz de encontrar, porque no estaba dispuesto a confesarle abiertamente todo lo que se escondía detrás de su huida. Sería como una especie de suicidio por su parte, porque estaba seguro de no poder continuar con su vida normal si cometía semejante locura así que, de una forma u otra, tenía que trazar un plan en esa mente que nunca había sido retorcida y que, por causas del destino, ahora tenía que cambiar a marchas forzadas. Cada centímetro de piel temblaba ligeramente, y su cara no tenía el aspecto de una persona sana. Creía firmemente que por esa vez sus dotes interpretativas no podrían salvarlo del ataque de cólera de Taehyung. Y tenía razón; su hermano tenía todo el derecho a odiarlo, y bajo ninguna circunstancia podría contradecirlo.

Si hubiera sido capaz de prever el futuro... No, claro que no. Una cosa así era totalmente imposible, y aunque así hubiera sido nada hubiera cambiado. ¿Acaso habría tenido agallas para plantarse delante de su hermano y decirle al oído que su prometido había estado con él durante siete largos años? ¿Hubiera sido valiente para confesar que su corazón había dejado de latir durante un segundo cuando le vio aparecer en la casa de sus padres? ¿Hubiera servido para algo admitir que cuando volvió a verle de nuevo sintió un cosquilleo en el estómago? Todo era absurdo. Ni él mismo sabía qué era lo que sentía, así que mucho menos debía confesarlo. ¿Confesar qué exactamente? ¿Qué había logrado olvidarle pero que no le quería cerca? ¿Confesar que aún se moría por él a pesar de ser algo ya titánicamente imposible?

Cada terminación nerviosa de su sistema se activó al mismo tiempo cuando escuchó dos golpes secos en la puerta. Además de resultar obvio quién era, tampoco hacía falta preguntárselo, ya que Taehyung siempre emitía los mismos movimientos en puertas diferentes, como un distintivo propio. Dos golpes rápidos, secos y directos.

Jimin se quedó paralizado durante un minuto al mismo tiempo que tragaba saliva. Se aproximó a la puerta con pies de plomo y agarró con fuerza el pomo, haciéndolo girar y encontrándose cara a cara con esa persona tan débil y fuerte a la vez.

El silencio cortó sus miradas; Jimin bajó la suya pero los ojos claros y furiosos de Taehyung seguían impasibles, emitiendo una especie de transmisión, un mensaje encriptado para que sólo pudiera ser revelado delante de su destinatario.

Jimin, todavía hecho un manojo de nervios, se apartó de la entrada.

—Pasa.

De mala gana su hermano menor obedeció, ejecutando grandes pasos, situándose finalmente en el centro de la habitación, mirando cada esquina de ese antro intentando entender cómo su hermano había acabado en un lugar como ese.

—¿Quieres algo de beber? —susurró Jimin.

—No me hagas perder el tiempo —espetó Taehyung—. Ya sabes a qué he venido, así que no hagas como si no pasara nada. No quiero permanecer aquí ni un minuto más de lo necesario.

Los Ángeles También Lloran (ᴀᴅᴀᴘᴛ. ʏᴏᴏɴᴍɪɴ )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora