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El brillante anillo de platino colocado en su dedo anular confirmaba lo que era evidente: era un recién casado. Yoongi ya se había vuelto un hombre completo, o eso era lo que decían los de a su alrededor. Había llegado a la cumbre en lo referente a su vida personal. Y es que casarse era todo un reto. Acababa de empezar a escalar la montaña, pero no se veía capaz de vislumbrar el final.

El zumbido en sus oídos le recordó su destino. Estaba sentado en un avión, al lado de su esposo, esperando a desembarcar en lo que sería una inolvidable luna de miel, pero la felicidad que albergaba en su pecho no era precisamente por aquel motivo, si no por alguien a quien había dejado en tierra.

—¿En qué piensas?

La inesperada pregunta de Taehyung le bombardeó las sienes, sin saber muy bien qué contestar, a menos que fuera sincero, y ese no iba a ser el caso.

—No lo sé. Son muchas cosas inundando mi cabeza. —Sonrió con calma—. Aún me da vértigo pensar en todo esto, la verdad...

—Te quiero.

Esa declaración de amor le golpeó metafóricamente en el pecho. Sabía que tenía que decir lo mismo.

—Yo también, cielo.

Taehyung arqueó las cejas.

—Pues nadie lo diría. No pareces muy convencido.

Sabiendo que tenía razón, entrelazó su mano con la de él, besando sus nudillos.

—Te quiero, príncipe.

—Eso ya está mejor. —Se acercó y le besó con ternura—. Me encanta que me llames príncipe.

—Lo sé. —Sonrió sin esforzarse—. Eres mi pequeño príncipe de melena dorada.

—¿Así que te gustan los rubios?

—Lo siento, pero mi corazón no está en venta. —Señaló su anillo—. ¿Ves esto? Significa que tengo a alguien. No puedo comprometerme con nadie más.


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Literalmente habían aparecido en un paraíso en mitad de la nada. El sol estaba bien a la vista, incrementando la temperatura hasta unos agradables veinticinco grados, marcando el ritmo y el buen humor. Parecía un mundo paralelo, sacado de alguna película romántica, perfecto para ello y perfecto para la ocasión. Y es que su luna de miel tenía que ser inolvidable, quizás más que la propia boda. Se encontraban de camino a uno de los exclusivos hoteles de la isla Mauricio, al suroeste del océano Índico. Taehyung no había querido reparar en gastos. Quería pasárselo en grande, y desde luego sus padres habían aceptado correr con todos los gastos con tal de ver feliz a su hijo. En ese sentido, Yoongi estaba un poco asqueado. No le había gustado lo más mínimo que sus suegros despilfarraran tanto dinero en algo así; él habría sido feliz con algo más humilde. Claro que le gustaba lo que veía, pero eso no significaba que lo mereciese.

—¡Dios mío! —exclamó Taehyung con entusiasmo juvenil—. ¡Esto es precioso! ¿No te parece?

Yoongi asintió de mala gana mientras se esforzaba en cargar las dos maletas que sostenían sus manos. Tampoco iban a quedarse a vivir allí, pero a su esposo le gustaba la idea de saber que tendría ropa para cada ocasión, aunque allí lo más ideal fuera un bañador y una copa en la mano.

—Disculpen —dijo una voz cálida a sus espaldas—. ¿Puedo ayudarles?

Todo salió a pedir de boca. Los trabajadores del hotel fueron increíblemente amables y serviciales, asegurándose de que su llegada fuera lo más gratificante posible. Cuando estuvieron en su particular suite, los ojos centelleantes de ambos miraron en todas direcciones, frenéticos por tanto encanto contenido entre gruesas paredes blancas, iluminándolo todo.

Los Ángeles También Lloran (ᴀᴅᴀᴘᴛ. ʏᴏᴏɴᴍɪɴ )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora