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Jimin se aseguró de estar a solas para abrir el paquete. Escuchó varias veces el silencio para quedarse tranquilo, como si no llegara a fiarse del todo. Se había quedado a solas en la casa mientras que sus padres hacían un par de recados en la ciudad.

—Veamos...

Estaba sentado en el suelo, con el paquete que Hoseok le había enviado justo enfrente de él. Rompió con rapidez el envoltorio de papel marrón y el pulso se le aceleró de nuevo. En efecto, tenía lo que quería: la sudadera de Yoongi que se llevó por accidente después de esos días en el campo además del maldito atrapasueños que le costó la pérdida de todos esos kilos de masa corporal.

Los observó con detenimiento, pasando los dedos cuidadosamente sobre sus respectivas superficies, percatándose de lo mucho que le hacían tambalearse. Era como si tuvieran vida propia y lo instaran para que reaccionara, pero no tenía ni la más remota idea de qué demonios iba a hacer. Ya había dado el paso gigantesco de quedarse allí. ¿Y luego qué? No tenía nada que hacer, salvo compartir las horas del día con sus padres hasta que Taehyung diera el paso de acercarse, y desde luego resultaba evidente que lo haría de la mano de su marido.

Se levantó de su improvisado asiento y recogió aquellas pertenencias ajenas para guardarlas en un lugar seguro, pero no parecía encontrarlo. Su habitación no era ningún misterio para su madre, y aunque nunca había sido propensa a curiosear, lo cierto es que podía encontrarlos y desatar aún más la tormenta que tanto se empeñaba en contener. Así que optó por meterlos al fondo del armario con la esperanza de que no fueran descubiertos. Pero el problema no acababa ahí. Le había pedido a Hoseok que se los enviara por una única razón: devolvérselos a su propietario. Pero ¿cómo? Si no quería que Taehyung se enterase tendría que buscar un momento con Yoongi para hacerlo, pero permanecer a solas con ese hombre no era lo más acertado, sobre todo porque había dejado de confiar en su fuerza de voluntad. Haberle visto al borde del precipicio era algo potentísimo que había conseguido conectarlo a ese hombre, volviéndose aún más deseable, pero ni mucho menos más accesible. Tenía que encontrar una manera, porque sabía que no podía volver a casa con aquellos recuerdos colgando sobre sus manos. Representaban un pasado que no debía ser más que eso, un intenso pero finito pasado.

Cerró las puertas del armario y se dio la vuelta, como catapultado hacia el exterior. Decidió que lo mejor era airearse la cabeza y salió de casa para dar una vuelta. El silencio era magnífico, y los tonos verdes del paisaje lo embargaban, haciendo que fuera capaz de pensar en algo agradable durante al menos dos minutos. La fuerza del agua estallaba contra las rocas. La arena estaba más blanca que de costumbre, y se permitió la idea de atreverse a meterse en el agua para refrescarse, pero automáticamente le vinieron pensamientos siniestros del accidente. Las ganas se desvanecieron en el acto, sabiendo que sería menos vulnerable con los pies literalmente pisando tierra firme.

Se sentó sobre la mullida superficie de hierba y contempló el agua oscurecida, moviéndose en una apaciguada calma, al son de una imaginaria canción de cuna. Estaba a punto de cerrar los ojos pero los nervios se le punzaron. Una vibración cobró vida en el bolsillo derecho de sus pantalones. Sacó rápidamente el teléfono móvil y comprobó el nombre de la persona que le estaba llamando. Sintió una ligera sacudida.

—Taehyung —gimoteó—. Estabas tardando en llamar.

—Hola, Jimin —saludó su hermano—. Lo sé, pero he estado algo ocupado. Yoongi ya está conmigo. Ha vuelto a casa.

Tal y como esperaba, las palabras de Taehyung hicieron mella en su estado de ánimo, cambiando su semblante neutral por uno deprimido, a expensas de saber que nadie podía observarlo.

Los Ángeles También Lloran (ᴀᴅᴀᴘᴛ. ʏᴏᴏɴᴍɪɴ )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora