"El argumento de la intimidación es una confesión de impotencia intelectual."
—Ayn Rand.
Capítulo 77 – Creo que voy a perderlo.
La fuerza con la que una persona mantenía su salud mental estable... no era considerada valentía.
Juzgamos de locos a aquellos que van al psicólogo solo para contarles su día.
Pero les decimos precavidos a aquellos que van una vez al mes al doctor para chequear que su cuerpo este totalmente bien.
Mientras estaba sentada sobre mis manos, que sudaban y mi respiración levemente alterada, miraba furtivamente a la puerta de madera oscura ubicada en la zona lateral del palco en el que se le juzgaría.
El hombre que me había criado, amado y protegido entraría por allí en cualquier minuto.
Pero esta vez no solo sabía que no era él.
Esta vez... no había oportunidad de redención.
Entonces sentí un dolor agudo en el estómago: Había varias formas de suicidarse, dejar de respirar era solo una de muchas.
Tomé aire y me moví sobre mis manos, que se habían pegado a la superficie de madera en la que estaba ubicada.
El salón me daba miedo.
Primero, sobre un gran balcón; estaba ubicada una silla del mismo tipo de madera que toda la sala, solo que estaba forrada por un tapiz blanco impoluto. Arriba, pegado en la pared, el escudo del país marcaba cada acción que se hacía dentro de la habitación. El águila que estaba, sobre todo, parecía mirar cada acción. El escudo fue hecho para imponer, pero el animal que lo coronaba era lo que me produjo un temblor en la mano.
Trague saliva. Y me relamí los labios. Mi pecho subió y bajo.
La secretaria se encontraba abajo del palco, en una esquina. Una computadora la acompañaba, y se escuchaba claramente como tecleaba a una velocidad aterradora. Ni siquiera levantaba la vista, y un chico que miraba todo detrás de ella, tenía en sus brazos un archivo de folders tan ancho que le daba al pecho.
La puerta se abrió, sobresaltándome. Y con miedo miré a mi costado, pero solo eran dos policías entraron mientras se reían en voz baja. Ni siquiera miraron con interés que pasaba, sino que compartieron un saludo militar y uno se fue a la puerta del costado mientras el otro empezaba a subir las graditas que conducían al puesto del juez. Se puso detrás de la silla, al costado y alzó la mirada.
Dejé salir el aire que tenía retenido.
—¿Te sientes mal? —la pregunta me asustó, así que pegué un respingo antes de bajar la vista y mirar a una Deborah que parecía igual de inestable que yo.
Bueno, yo estuviera peor después de enterarme que voy a ser abuela y que el papá de mi nuera es asesino.
Negué y murmuré un No bajito. Ella me miró con los ojos entrecerrados, pero se giró cuando el fiscal se acercó con una mueca de zozobra.
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Mi Agridulce Salvación © - #1 Los Sabores del Corazón
Teen FictionÉl era el chico más guapo e insistente que nunca jamás vio. Y Aura sabía que eso no era una excusa, pero... ¡Pero, cada vez que se alejaba necesitaba volverlo a ver! Se volvió adicta. Lo empezó a necesitar de una manera loca y enfermiza. Transformo...