Capítulo 54

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"No me voy a disculpar por ser lo que soy, y no es orgullo, es amor propio

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"No me voy a disculpar por ser lo que soy, y no es orgullo, es amor propio. Y me llevó toda la vida aprenderlo."

-Elena Poe.

Capítulo 54 – Todo llega a curarse o a desaparecer.

Era una larga historia, pero había acabado aquí. Frente al espejo de Joyce Smoken. En el cuarto de Joyce Smoken. En la casa de Joyce Smoken.

Yo sé, yo sé. ¿Y esto cuando sucedió?

Lo cierto es que no lo sabía, ella solo fue por mí y me trajo aquí, después de pasar por la peluquería, claro. Estaba confundida, pero, aunque me parecía un poco odiosa y demás, podía notar que quería a Antón. Y al final, ¿no era eso lo importante?

Me relamí los labios, y acabé de contar mi infructuoso y desagradable almuerzo.

—Haber si entendí —dijo ella, pasándose un mechón negro detrás de la oreja —Tu abuela, esa mujer que lucía dulce y amable, ¿Te pidió que pongas la casa de tus padres a su nombre ahora que eres mayor de edad?

Asentí de mala gana, sin saber como había llegado al punto de contarle a mi archienemiga mis problemas. Miré la bola de pelos preciosa y blanca que se daba de cabezazos contra la pata de la cama, y mordí el piercing de mi labio chupándolo y soltándolo de mi boca. El mordisquito hacía que mi comisura me ardiera un poquito. Pero, así era, cuando tenía un lastimado, me lo abría, cuando me caía y se formaba una , me la arrancaba. Cuando me hacía un piercing y mi novio me regalaba un arete, lo estiraba y lamía.

Masoquismo puro. Pero... no quería quitármelo. Y para ser honestos, la sensación y el cosquilleo eran agradables.

Sonreí internamente al imaginar la reacción de la mamá de papá. Una mujer con falsa amabilidad e ideas conservadoras. No teníamos mucho parecido, esperaba.

Mi abuela se hubiese caído al suelo de un desmayo, si no estuviese en una silla de ruedas, por supuesto.

Muy bien. No debería hacer chistes así, pero estaba un poco decepcionada que la única vez que veía a mis abuelos en tres años, halla sido para que les de una propiedad que legalmente ni siquiera era mía.

¿O lo era?

En todo caso, eso no era lo importante.

—Hey, Sprite —gruñó la pelinegra a la bola de pelos. El cachorro pagó un salto que lo mandó al piso por fuerza de rebote. Puse una mueca, eso tenía que haber dolido. —Detente, te vas a partir el hocico.

Miré de reojo la reacción del animal y me estiré en la silla.

—¿Ahora me dirás porque estoy aquí? —pregunté mientras veía mi reflejo en el espejo. Mi cabeza tenía una de esas mallas de papel plata, y tintura dentro. Me toqué la cabeza sobre la malla, y murmuré —Parezco un alíen... uh uh uh...

Mi Agridulce Salvación © - #1 Los Sabores del CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora