Capítulo 63

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Porque, aunque también tenga heridas, eso no me impide cuidar de las tuyas

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Porque, aunque también tenga heridas, eso no me impide cuidar de las tuyas.

—Samai Jara

All I need - Foster

Capítulo 63 – Chicas rotas pueden curarse solas.

Levanté la vista de nuevo sin creerme quien estaba delante.

Danielle Salvatore.

Pero no lucía como Danielle Salvatore. No como la fantástica Danielle Salvatore que conocía.

Frente a mí estaba una chica diferente, una chica magullada, una chica rota.

Había cambiado las blusas descotadas de encaje y diseños llenos de genialidad por una camiseta que le iba grande y que estaba manchada de algo amarillento verdoso. ¿Mostaza, quizá?

Su cabello rojo, siempre vibrante y ondulado con olas brillantes de fuego, ahora estaba recogido en una cola que trataba de sostener su cabello. Pero estaba reseco y sucio. Como si no lo hubiese lavado en mucho tiempo. Como si ni siquiera tuviera vida.

Y su rostro, bueno su rostro... tenía los ojos apagados. Eran verdes y de largas pestañas morenas, pero... pero estaban escondidos en un profundo negro que los rodeaba. También sus labios partidos y el rostro pálido mostraba que su interacción con el mundo... se había extinguido.

¿Qué te pasó top model?

Danielle alzó la mirada y conectó sus ojos verdes claros con los míos. Me recordó a Alecksander por un momento, pero no dije nada y seguí comiendo el helado que había traído.

Tenían la misma mirada de desolación y soledad que se empeñaban en esconder.

Me dolió el pecho, y mi corazón dejó de latir. Extrañándolo. El maldito músculo no dejaba de añorarlo, siempre. Miré mi helado y me metí otro bocado a la boca.

Hmmm, chocolate. El chocolate siempre iba bien. Siempre. Risas. Llanto. Si tuviera un deseo quisiera ser como el chocolate.

Meneé la cabeza y me centré en la jovencita de mejillas hundidas que me regresaba la mirada.

—Tengo clases de baile en un rato —hablé por primera vez desde que nos sentamos en el comedor, sentía que estaba tan lejos, como una extraña —Si quieres venir estoy segura que... no sé, podrías.

Ella pasó saliva y se metió una bola gigante de helado de limón a la boca. Negó y murmuró:

—Aquí nadie me conoce, no quiero que eso cambie.

Asentí porque de pronto el ambiente se volvió muy pesado. Un peso desconocido e incómodo que ejercía presión y se robaba el aire. Ella hablaba bajito, sin ganas. Como si no quisiera ser escuchada. Sentía que tenía una especie de cubrebocas que el ojo humano no veía, pero no por significaba que eso no estaba.

Mi Agridulce Salvación © - #1 Los Sabores del CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora