Capítulo 55

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"Podrán amarte mil veces, y jamás tocarte como yo he tocado tu alma

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"Podrán amarte mil veces, y jamás tocarte como yo he tocado tu alma."

-Brando. Cartas al tiempo.

Capítulo 55 – Misterios & Desgracias.

Cambié el peso de mi cuerpo hacia el pie izquierdo, y cerré los ojos mientras acercaba el champán a mi boca. Saboreé las burbujitas llenas de ese algo desconocido y lo pasé por mi garganta.

¡Pic! Separé mis labios provocando ese sonidito divertido.

Abrí los ojos, encontrándome con la intensa mirada verde de aquel hombre y sentí mis mejillas sonrojarse.

Me acerqué a él, esquivando al padre de Antón, quien me miro en busca de detenerme, pero sin previo aviso y tomando el brazo de mi novio lo alejé del cúmulo de gente en vestidos y demás.

Tenía que mantenerme a lado del gerente, ya que representaba —o algo parecido— a la fiesta de aniversario del hotel. Lo cierto era que no entendía muy bien el papel que jugaba, pero estaba segura que encontré una actuación mucho más satisfactoria.

Con su brazo en mis manos, lo jalé tratando de esquivar a la gente vestida con vestidos y esmoquin. No tenía pruebas, pero tenía una seguridad inmensa. Me sentía la chica más hermosa junto al chico más atractivo. Una sensación de poder, sin duda.

Me reí, al verlo sonreír de esa manera que usaba cuando íbamos a hacer algo pecaminoso.

—Que piensas, pervertido —jugueteé, e infinita ternura me llegó al pecho al verlo sonrojarse ante mi escrutinio. Carcajeé, y esquivé a la pequeña desconocida que correteaba sin importarle obstáculos humanos —Yo solo trato de encontrar un lugar privado para...

—¿Besarnos? —me interrumpe, y yo vuelvo a carcajearme seducida —Porque justo ahora tengo unas ganas inmensas de comerte entera.

Relamo mis labios, que parecen haberse resecado sin darme oportunidad de ocultarlo, y nos deslizo por la parte trasera del vestíbulo del hotel, que está un poco frío por el frescor de las puertas abiertas. Me fijo en que cada vez hay menos gente, miro de reojo el grupo de muchachos que parecen fumar mientras hablan y vuelvo a meternos en el cúmulo de laberintos.

Nos encamino a las escaleras, mientras trato de pegar saltitos que no me cuesten la planta de los pies.

—Puedes comerme entera, cuando estos tacones dejen de ser mi maldita causa de muerte.

No sé porque, pero tengo la sensación de que pone los ojos en blanco. Lo que me hace sonreír, lo conozco un poco más de lo que imaginé.

—Entonces... —y de repente pegó un gritito vergonzoso a lo que sus risas lo sofocan con aquel divino sonido. Cuando estoy por los aires y sus brazos debajo de mis rodillas me agarro de su cuello. Me río colocando mi cabeza en su hombro, y sin previo aviso lamo su cuello.

Mi Agridulce Salvación © - #1 Los Sabores del CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora