Capítulo 13

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"La belleza seduce a la carne con el fin de obtener permiso para pasar al alma".

-Simone Weil

Capítulo 13  Fue la segunda vez que me sentí completa.

Jamás sabes lo que sucederá al siguiente minuto, algo totalmente irrelevante, cómo seguir viendo el episodio siguiente de "Grey's Anatomy" o pararte para ir al baño. O lo contrario. Algo que transforme tu vida para siempre; aunque nunca lo piensas así ¿verdad? Son sesenta segundos. Sesenta míseros segundos. Sesenta pestañeos. Sesenta suspiros. Sesenta veces una exhalación. Pero solo eso, lo puede representar todo. si sales a una fiesta, si festejas el cumpleaños de tu mejor amiga y nunca regresas a ver a tus verdaderos mejores amigos. Cómo puede cambiarlo todo un solo minuto. Un minuto lo es todo.

Lo recuerdo perfectamente, me había vestido con el mono rojo, pegado al cuerpo y con el cuello abierto. Aquel enterizo me quedaba como a Perséfone el Tártaro. Era fuego y sonrisas. Era libertad confundida con libertinaje. Me había hecho el piercing por arte. Había coloreado mi cabello de rojo porque me gustaba aquel estereotipo de "hot-girl" pero eso me había llevado a perder a los únicos que me conocían de verdad. A la chica sin aquellas máscaras.

Aún así, el mundo amaba aquel maniquí vestido de rojo, tal vez por eso desobedecí, escapé, sin saberlo dejé mi vida y la de ellos, en manos de un despiadado destino.

El mungía al final, era yo.

No sabré decir la canción que totalmente alta, se profería de cada recóndito lugar de "Macarena" era tan irritante, pero las voces de la gran masa de humanos se confundían en los gritos del artista.

Aquel recuerdo me llevo a la paz. Esa noche dónde Quito se perdió en mi cabeza, y el alcohol desarmó la brújula que se supone todos tenemos, esa noche había mucha gente a mi alrededor.

Neill...

Lucas...

Pero sobre todo...

Alecksander...

Ese demonio de ojos verdes siempre fue mío. Con aquella voz. Con aquella sonrisa. Con esa forma tan suya de hablarme. Solo que yo... nunca lo supe.

Pese a ello, recordé su voz. Su tono y vibración, y mi sangre se tornaba en lava. Mi alma se fundía con las vibraciones. Mis labios se movían en canciones que aún no conocía mi mente.

Pero otra cosa muy distinta, era mi corazón.

Mamá siempre me dijo que cuando conoció a papá, pensó ver un ángel del Infierno. Nunca la entendí. Hasta hoy. Hasta esté día. Ella decía. <<Tu padre es el mejor hombre que conocí. ¿Y sabes por qué? Porque no tiene nada de especial, pero usa su común forma de ser para sobresalir, y lo hizo. Para mí, jamás habrá alguien cómo él>>

Aquella noche, imagine que ya no tendría familia. De verdad. Lo asumí, pero jamás imaginé que Daniel me pidiera perdón bañado en lágrimas. Su rostro, atractivo y serio cómo solía, había cambiado a la borrascosa sensación de tormento.

La tormenta era tal, que los grandes truenos y las ráfagas de luz me encresparon más que los reales. Su ceño fruncido, me ahogó más que el Mar de Juncos a los egipcios.

Y su forma de hablar, firme pero rota. Me quito la capacidad de responder. No podía salir de la cueva de la soledad, y saber que ahora tenía todo un mundo de su mano... simplemente no tenía respuesta.

Tenía miedo. Mucho. Y aunque no era nada nuevo. Seguí siendo igual de... aterrador.

—Tengo muchas preguntas —balbuceé al cabo de un rato. El silencio era solamente roto por algún gemido de su garganta. Triste y sincero. No podía mentir. Jamás. Los años me habían separado de su manera arrogante en la que vivía. Jamás me hizo olvidarlo. O a su personalidad.

Mi Agridulce Salvación © - #1 Los Sabores del CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora