Capítulo 76

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"Con las mentiras se puede llegar muy lejos, pero lo que no se puede es volver

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"Con las mentiras se puede llegar muy lejos, pero lo que no se puede es volver."

—Anónimo.

Capítulo 76 – De cara al engaño.

Deborah me miraba fijamente, con los ojos turbados llenos de miedo. Un leve temblor en su ojo le daba una apariencia terrorífica, y mantenía las manos en puños mientras trataba de tomar aire.

Cerró los ojos y me miró: incredulidad en todas sus facciones.

—Eso no puede ser verdad. —se tomó el entrecejo entre sus dedos, manía que llevaba haciendo los diez minutos que nos habíamos encerrado en una sala aparte, previa al juicio —Aura, ¡por Dios! La última vez que te vi estabas segura de la inocencia de tu padre. Es más, toda la evidencia la recolectaste tú. Es que no entiendo. Esto es... Esto es una locura.

Pero no lo era.

Solo que todo estaba tan tergiversado y era tan surreal que nadie cuerdo lo creería.

Menos a una adolescente embarazada con un padre en la cárcel.

Pero yo lo había descubierto. Y aún no entendía como lo había conseguido. Todo simplemente... encajó.

Me levanté apenas, tomándole las manos suavemente. Lo que provocó que me mirará enseguida. Su ceño fruncido, sus labios secos, su expresión perdida.

El aire era pesado en la habitación de cuatro paredes, y el hecho de que me sienta nerviosa y juzgada hacían que las palabras salieran con dificultad.

—Por favor... —murmuré —Tiene que creerme. No estoy loca, solo... solo escúcheme.

Ella me miró, sin apenas pestañear, hasta que suavemente se volvió a sentar y asintió sin pronunciar palabra. Yo tomé aire, ahogándome y tosiendo. Tuve que tomarme un momento antes de iniciar.

El corazón en mi pecho cada vez más intranquilo.

—Desde que volví a Riobamba he estado recibiendo cartas. Con amenazas, y con juegos de palabras que no entendía. —la miro fijamente, tratando de que esta vez me escuche —Sé que debí decirlo. Hacer algo, pero... no sabía que hacer. Me petrifiqué. Y pasó el tiempo. Y las cartas se multiplicaron, y el juego de palabras se enredó hasta que no importaba que tenía, me enloquecía.

Me muerdo el labio, y miro hacia el piso. Sintiéndome culpable, es horrible. Mi estómago arde de incomodidad.

—Allí está la pista. Tal vez jamás lo sabría si no hubiésemos descubierto que más personas en la ciudad eran extorsionadas. No conozco a ninguna, y apenas he visto a otras. Aún no puedo saber el punto de conexión. Pero todas, absolutamente todas guardaron silencio. Y aunque no se la relación de los crímenes, sí se lo que todos compartimos: un pariente muerto.

Ella me mira a los ojos, sé que quiere negarlo, pero las cartas sobre la mesa se lo impiden. Son mías. Y una de Joyce. La que Antón retuvo. Pero por supuesto, no se puede demostrar que no las he fabricado.

Mi Agridulce Salvación © - #1 Los Sabores del CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora