Capítulo 37

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"No puedes arreglarlo, lo único que queda después del dolor es el olvido"

-Samaí Jara

Capítulo 37 – Ya lo hiciste...

No se muy bien como describir lo que sentí al verlo, pero al verlo allí, con su chompa de cuero negro, tan desgastada y oscura como siempre, al verlo con su piercing en la ceja, y el tatuaje sobresaliente del cuello, fui muy consciente de lo que le había extrañado.

No importaba que no fuera el chico más alto del mundo, cuando me rodeo con los brazos, de nuevo, por un levísimo instante me sentí como la niña vivaz y ocurrida que lo acosaba desde el jardín.

Olía como él. A cuero y shampoo para hombre. No usaba colonia, pero la mezcla de los anteriores aromas me trajo mil recuerdos encima.

Me tomó por los hombros, y me alejó un poco.

—Creo que has engordado, pequeña —se burló, y su boca se curvo hacia la derecha. El hoyuelo que mataba a mil chicas cada paso apareció. Yo me alejé dándole un empujón.

—Sigues igual de idiota que antaño.

—¿Antaño? La escuela para pijos también afecta a tontas como tú, ¿eh? —lo dijo con el mismo tono burlón y afectivo. Pero el insulto se lo cobré con una peineta. El puso su mano en el pecho simulando un corazón roto.

—Pero seguro que incluso Harvard no te logra quitar la estupidez —le saque la lengua, a lo que él aumento la sonrisa.

—Uh, espera esto no tenía que salir así, yo tenía que decir algo como: ¡Sorpresa! —me río negando con la cabeza.

—¿Entonces finjo como que me asusto? —el asiente, divertida me aclaro la garganta —¡Ah! ¿¡Antón?! ¿Cómo... no entiendo...? ¡Oh por Dios!

Antón mueve los brazos negando con una mueca.

—Mueres de hambre como actriz —se burla. Pongo los ojos en blanco. El sonríe y me hace esos pucheros que tanto me sacan de quicio —Te extrañé, enana.

Y me vuelve a abrazar. Lo aprieto contra mí, cerrando los ojos.

—Y yo a ti, grandulón.

Nos apartamos, y me fijo en la mochila que cuelga de su hombro y nos metemos en el ascensor. Víctor nos mira con desconfianza, y le da una sonrisa tensa. La tortuga nos mira fijamente y yo aprieto el botón al piso de mi hermano.

Cuando estamos dentro, nos miramos fijamente, subimos un piso, la sonrisa se me tambalea, subimos otro...

Ambos explotamos en risas.

De pronto estoy soltando tantas carcajadas que me duele el estómago.

—¡No te atrevas a mencionarlo! —grita Antón y yo me parto aún más de la risa.

—Dios, jamás voy a olvidarlo... No lo creo...

—Yo era un niño inocente que...

—Que despertó en la cama de una desconocida porque lo drogó en el ascensor...

Y me sigo riendo. No podría olvidarlo, cuando Antón me llamó desesperado porque una rubia que no había visto en su vida se paseaba en tanga y con los pechos al aire por un departamento que no era el suyo.

Lo único que Antón recordó con el tiempo es la forma en la que se succionaban la boca dentro del ascensor.

Lo que confirmó mi teoría: Antón es muy calenturiento para ser violado. Probablemente ambos hayan estado hasta arriba de drogas.

Mi Agridulce Salvación © - #1 Los Sabores del CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora