Capítulo 57

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"Ódiame o ámame, ambas están a mi favor

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"Ódiame o ámame, ambas están a mi favor. Si me amas, siempre voy a estar en tu corazón; si me odias, siempre voy a estar en tu mente."

—William Shakespeare

Capítulo 57 – El poder que destruye.

-Alecksander-

Creo que preferiría seguir muerto.

Resoplo mientras muevo mi cabeza en la almohada demasiado suave para resultar totalmente cómoda. Y miro de reojo a la imponente mujer que me despachó por abajo.

Mi madre, Deborah Donell, abogada penalista y Verduga de mi alma me observa con dos francotiradores como ojos.

Es decir, yo entiendo que esté enojada.

Pero, en mi humilde opinión, todo adolescente escapa de su casa en algún punto de su vida. ¿O no?

Trago saliva y miro a otro lado, donde Minhail mira el suero y lo golpea cada vez que una gota cae. Bueno, como ya expliqué antes, mi hermana, muy normal... no es.

Pongo los ojos en blanco y me dejo caer en la almohada, mis ojos van hacia la ventana de este pequeño espacio donde Aura me mira con una clara mueca de confusión y temor en sus ojos.

Quisiera decirle que se acerque, pero tengo que encargarme yo solo de esto.

Cuando desperté hubiese querido encontrarla a mi lado. Como un jodido programa de romance, pero no. Mi madre y su ira es la enorme gratitud de haber vencido a la muerte.

Grandioso. Simplemente grandioso.

—Estoy esperando, jovencito. —gruñe Deborah y el repiqueteó de su tacón me da migraña. Frunzo el ceño y cierro los ojos, tratando de que la luz no me moleste.

—¿Qué cosa, mamá? —finjo demencia. Lo más sabio que hacer en estas situaciones. Porque con Deborah primero debo saber a qué me enfrento.

Pero claro, yo tengo una hermana metiche que puede arruinar el mejor de los planes.

—Está esperando que digas algo para empezar a gritarte por... —Minhail alza un dedo —Escapar de casa, robar dinero de la caja fuerte, fugarte de manera patética, y... uhum... casi morir. —cuando tiene cuatro dedos levantados, apuntándome con culpabilidad alza la vista, y con una sonrisa que no debería tener una niña de su edad, susurra —¿Me falta algo, hermano mayor?

Apretaría los puños si no se saliera el maldito suero, así que me abstengo y miro a la ventana. Aura aún sigue allí, incómoda, pero a mi lado.

Muy bien, hagámoslo.

—También perdí la virginidad, sube otro dedo hermana menor —sonrío hacia mi madre quien abre los ojos como platos y su mirada se transforma en la expresión de un perro justo antes de comerse los ojos de su dueño.

Mi Agridulce Salvación © - #1 Los Sabores del CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora